I

Mientras había un desastre en las calles de Francia, un grupo de cineastas se reunía para boicotear uno de los más prestigiosos festivales de cine del mundo, Cannes. Era 1968 y Alain Resnais, Jean-Luc Godard, Louis Malle, y el que parecía el más tranquilo de aquella Nueva Ola, François Truffaut, entre muchos otros, aparecen en un video declarando sus postulados en contra de que el festival continúe, mientras otros se niegan, muchos de ellos invitados internacionales, productores y exhibidores. Que ninguna película que haya sido o fuese a ser proyectada por el festival atendía, describía o apoyaba en su forma o contenido las protestas de los estudiantes y obreros, exclama Godard, jurado del certamen junto a otros cineastas seguidores del boicot, y añade que el cine francés está instado a aprehender el compromiso con los oprimidos frente a semejante empresa, reflexiones secundadas enérgicamente por los demás cineastas franceses.

Dos aparecen en el video a los que no se les ve muy convencidos de la arenga. Se trata, cómo no, del checo Milos Forman y del franco-polaco Roman Polanski. Forman comunica el retiro de su película en vista de todos los inconvenientes –y es que, además, el ministro de Cultura Malraux había despedido hace poco a Henri Langlois, el célebre director de la Cinemateca francesa, noticia que solo hizo enardecer más a quienes se oponían al gobierno de De Gaulle– y se aparta de los oradores más fervorosos. Polanski, quien se sienta a la diestra de Truffaut, no está tan seguro de que todo esto sea buena idea, y con la luz y los micrófonos de la prensa sobre sí, dice con mucha tranquilidad que toda la situación le recuerda a las maniobras estalinistas.

II

Polanski, hombre herido y desolado donde los haya, perdió a su madre en Auschwitz, su padre estuvo en otro campo de concentración, y él en el gueto de Cracovia, donde sobrevivía a duras penas, siendo además testigo de ejecuciones y torturas. Vivió luego la llegada a Polonia de los comunistas y su régimen de terror correspondiente. Precisamente, no tenía sentido alguno que ese hombre apoyase semejantes revueltas, inspiradas en corrientes maoístas y guerrilleras revolucionarias. Forman tampoco. En 2008, la revista Variety publicó una entrevista donde ambos comentan aquel Cannes del sesenta y ocho: “Todos retiraban sus películas del festival, y por solidaridad con los realizadores franceses, retiré la mía también. Era una suerte de convulsión marxista. Lo absurdo es que (otro cineasta checo, Jan) Nemec y yo estábamos esperando que la bandera roja en nuestro país cayese”, declara Forman. Como ha dicho Milan Kundera, mientras en Praga luchaban por salir del comunismo, en París querían llegar a él.

“Fui forzado a renunciar (como jurado). Yo venía de la Polonia comunista, y sabía de momentos de elación como ese en los que sientes que estás haciendo algo genial, cuando en realidad es solo una ilusión”, cuenta Polanski. “Pensé que era ridículo. No podía ver ninguna conexión entre lo que sucedía en París con los estudiantes y el festival. Había muchos que pensaban lo que yo, pero había otros que eran vehementes con respecto a clausurar el festival, como Louis Malle, quien también era jurado. A su vez estaba Truffaut, pero no gritaba tanto como Godard, quien era el agitador principal”. Y cómo: durante la por ellos indeseada proyección de Peppermint Frappe de Carlos Saura, el agitador llevó a cabo un espectáculo colgándose de manera simiesca en las cortinas de La Grand Salle junto al español, el joven Truffaut y Geraldine Chaplin. El festival se suspendió a continuación, y Godard, aquel infante, se dedicó a hacer cine sobre las huelgas y protestas junto con el también francés Chris Marker.

III

Y es que, en realidad, Marker y Godard solo alcanzaron a dirigir –con nombre en los créditos– unos pocos cortos o mediometrajes: se prestaron a trabajar con los propios obreros, dejando que estos fuesen los directores y protagonistas de sus propias películas, en los no en vano llamados “colectivos”, donde no aparecía nadie acreditado. El colectivo principal llevaba por nombre Medvedkin, en honor al cineasta soviético que llevó a cabo cine en los trenes de su patria, los conocidos trenes agitprop, dedicados a la propaganda revolucionaria leninista. Realizaron también los cinétracts, panfletos cinematográficos, películas muy breves, tres o cuatro minutos, filmados y montados mientras se filma, de dura contundencia política, como un eslogan. Su contenido es básicamente fotografías de las huelgas, revueltas y represión, hechas de tal manera que dan un mensaje claro y desvergonzado a favor de las causas comunistas y revolucionarias. En casi todos se intervienen periódicos de la época con frases, palabras sueltas que forman ideas socialistas, panfletarias. Por ejemplo, en uno de ellos se puede leer “muerte a Raymond Aron”; en otro, “publicidad + sexo = fascismo”; en otro más “luchar con eficiencia contra la cultura, el arma favorita de la burguesía”; y finalmente, uno más solo llena las hojas con repeticiones de un nombre como invocando un maleficio: “Lenin”.

IV

Al parecer, poca cosa había cambiado al día siguiente. Levantadas las huelgas, finalizadas las protestas, todos volvieron a su lugar de trabajo y de estudio. Cincuenta años después, esa generación revoltosa y jipi se ha apropiado de los lugares culturales occidentales y ha decidido, en efecto, luchar en su contra, como buenos socialistas. Al menos ya nadie se cuelga de nada en las proyecciones, aunque con los nostálgicos y su aversión a Macron, nunca se sabe.


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