El documental rumano Chuck Norris contra el comunismo (Ilinca Calugareanu, 2014) cuenta la historia de una voz: Irina Nistor, la rumana que dobló todas las películas occidentales que por contrabando circulaban en la Rumania de Ceaucescu. Describe cómo Nistor llegó a trabajar en doblaje, con quiénes se relacionaba, cuáles películas llegó a doblar –fue la voz de los personajes más famosos y rudos de los ochenta, como los de Sylvester Stallone, Al Pacino y Chuck Norris–, su método, y el trabajo que le costó mantenerse en secreto y a salvo. Y por otro lado, el público: entrevistas a quienes se hacían de las copias en VHS para reunirse en un apartamento con familiares y amigos, en la clandestinidad, para ver Rambo o Volver al futuro, dobladas de principio a fin por la voz de Nistor para luego comentar las escenas entre susurros en los pasillos.

Dice a Indiewire la directora de esta cinta: “Chuck Norris contra el comunismo es una historia sobre la magia del cine y el poder que tiene para afectar y cambiar nuestras vidas”. El cine tiene mucho que ver con el poder. De las artes la más importante, decía el asesino de Lenin; basta ver lo que causó Potemkin a principios de siglo pasado en la Rusia analfabeta para entender por qué le era tan importante. La industria norteamericana del cine conoce también su alcance: se alineó con Washington durante la Depresión y la Guerra Fría y contuvo, de alguna manera, la histeria colectiva (hoy podría hacerlo de nuevo, pero al parecer está ocupado recibiendo quejas de resentidos que quieren que los premien o paguen solo por ser negros o mujeres).

El historiador Mark Cousins ha comentado la capacidad y el poder del cine para cambiar la realidad de un país en su Historia del cine. Una odisea. El ejemplo más evidente es el Dekalog de Krzysztof Kieslowski, específicamente No matarás, una cinta polaca cuyo impacto fue tal que el Estado eliminó la pena de muerte en el país tras las repercusiones que la película tuvo en la opinión pública. La realidad que inspira la ficción que cambia esa realidad.

Chuck Norris contra el comunismo muestra al poder tambaleándose luego de que la sociedad comunista da con los maravillosos blockbusters más francos, chatos y cotuferos que ofrecía el gran Hollywood en los ochenta. Es decir, luego de introducirse la delicia del entretenimiento. “That’s entertainment!” canta Fred Astaire en The Band Wagon, recordándonos la poca pretensión de un cine que no quiere ser sino entretenimiento y taquilla, por lo que reúne fórmulas en el cine de género y equipos de profesionales que velan por la blancura del kimono de Daniel San y por que al entrenamiento de Rocky lo acompañe la música más inspiradora, enérgica y combativa. “Estas personas son la resistencia”, dice una de las entrevistadas sobre aquellos que comprenden la compleja red de contrabando cinematográfico rumano. Y es que, al dejar entrar por el televisor la vida occidental libre, no hubo vuelta atrás. El comunismo cedió y se desplomó ante el poder de Rambo, Marty McFly y Scott McCoy dejando en evidencia la grieta por la que puede resquebrajarse y caer la estructura criminal comunista para el poseso que la profesa: el entretenimiento escapa a cualquier manera de adoctrinamiento que el comunismo imponga, es decir, es libertad.


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