Como todos los que firmaron el manifiesto y tomaron el “voto de castidad” que exigía el movimiento Dogma 95, Thomas Vinterberg dejó atrás las reglas de la vanguardia con el tiempo. El danés es un director interesado en grandes conflictos psicológicos cuyos detonantes son eventos aparentemente nimios, y en cómo la infancia es un espacio que contiene, procura u ocasiona traumas.

Como es la costumbre con los cineastas daneses firmantes de Dogma 95, las temáticas de sus películas suelen asemejarse a las que desarrollaron en la vanguardia. Así como Lars Von Trier continúa haciendo de la sordidez un asunto frecuente, Vinterberg explora, como lo hizo alguna vez en Celebración, un tema bastante delicado. Si en aquella trataba cómo el abuso sexual infantil marca a la víctima, en La caza (2012) encaramos cómo lo vive el supuesto victimario. Supuesto porque de entrada sabemos que es una mentira, mientras que el resto de los personajes (salvo la acusadora) creen lo contrario. Vinterberg nos hace sufrir junto a la verdadera víctima: el falso culpable. Hitchcock hizo de esta figura una de sus favoritas, pues le llamaba la atención la cualidad kafkiana de verse atrapado en un laberinto de falsas acusaciones y juicios que el acusado debe enfrentar con no más que la verdad, pero cuando nadie quiere oírla.

La fotografía y los movimientos de la cámara acompañan al actor principal Mads Mikkelsen en sus gestos diminutos. Su capacidad de contención es determinante para un personaje como este: Lucas debe enfrentar con el mayor estoicismo insultos y agresiones: literalmente, lo están cazando, y se resiste a sentir culpa por algo que no ha sucedido. Sin embargo, su inocencia para todos es irrelevante. 

La maldad, dice Ignatiy Vishnevetsky en el portal de Roger Ebert, es la que comete el pueblo en contra de un individuo, bajo la creencia cuasi religiosa de que este y no otro es, y que si se ayudan unos a otros, podrán alejarlo. Es decir, para lograr que el mal se aleje, se harán viles ellos mismos. La caza también desarrolla un asunto a la par, delicado: la tendencia al Mal de los infantes. Como si del género de terror de los setenta y ochenta se tratase, la niña en esta cinta representa esa inclinación por obrar con iniquidad que manifiestan con naturalidad los niños, y que por más que trate de justificarse porque el infante no haya actuado con la intención de dañar, la duda está sembrada.

La caza está llena de sutilezas propias del thriller psicológico y se resiste a abandonar la idea de que el destino de un hombre ha sido perturbado de manera inexorable por gente que dejó salir sus instintos tribales a raíz de una mentira. Como si hubiesen estado esperando, deseando una excusa cualquiera para dejar salir su protervia. 


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