Lo que hace el tiempo abre, tal como es de esperarse toda vez que se pregunta por los efectos de lo transitorio sobre la existencia, con un paréntesis, con una pausa, (con un) Descanso. Es un descanso que ubica a la autora y su lectora fuera de, y en el que memoria y presencia (tiempo cada vez actualizado, una y otra vez en un nuevo acá) se manifiestan bajo una cierta cualidad temblorosa de la luz que de pronto encandila; va mutando. Ha confiado en ella Yolanda Pantin, quien siguiéndola y acatando su fluidez, hará evidente aquel empecinamiento antiguo, el desvelo por la palabra, la persecución del cómo decir, a pulso con lo cotidiano y su trascendencia oculta: a veces la palabra llega, a veces se esconde, por momentos la autora busca y se empecina, para pronto descubrir un remanso de simplicidad que resuelve todo nudo, toda búsqueda de significado vital. A la lectora no queda más que seguirla, a la luz, al ahora, sea donde sea que el ahora es (es acá y viene de lejos), sabiéndose en manos de una creadora a quien los misterios de la tierra, de la herencia y de la poesía, no atemorizan.

El primer poema de la colección, ese descanso, establece una fisura en tres dimensiones: temporal, pues se ubica en la bisagra del día: van en la tarde / cuando el sol / no hiere / sin medir la hora, van; lingüística, al ofrecer la imagen de una otra lengua, una lengua desconocida; y espacial: llegan hasta la orilla del lago. Allí quedan quienes van, en esa orilla, en ese borde, en la ruptura de una continuidad, de un horizonte. El paso del tiempo, el sonido desconocido y el borde del lago llevan al paisaje nuevo. Entonces la entrada a las oscuras profundidades, la inmersión en la memoria, al precipicio donde Pantin parece preguntar al tiempo qué es lo que hace, qué es lo que (nos) hace. ¿Qué ve la autora desde ese lugar liminar? ¿Bajo qué luz se manifiesta lo que ve y qué palabras la asisten en esa visión?

Se inicia un viaje, una mudanza que posa una advertencia: lo percibido y registrado es acuoso (aquel lago); la luz que permite ver las formas, las palabras, muda continuamente su cualidad; para entrar en contacto con la fuente del poema hay que sumergirse en el recuerdo, atravesar la noche. Dice Pantin: Algo está a punto de revelarse / pero no viene. Me acerco y lo que busco / se entierra dentro de mi mente.

Entonces la paciencia, la habilidad y la disposición a la espera; y un Brebaje. Pantin sabe que para hundirse en el lago, para honestamente ver(se) (nos), para alcanzar la revelación oculta tras el devenir cotidiano, para cambiar el filtro o el cristal, hace falta una instrucción. Toda instrucción se ofrece lingüísticamente y ha de seguirse sin inquietud. La pócima recomienda memoria y clavitos, bebidos al amanecer; no ya en aquel descanso hacia lo profundo, en la fisura hacia la noche y el lago y el sueño, sino en otra ruptura, la que anuncia el día, cuando todo lo que ha de ser, comienza a ser. Cuando toda materia se hace visible. ¿Qué permite ver el brebaje?

La lectora que pasa la página encuentra un poema titulado Maldad y en su contraparte, el cuerpo dividido de la historia contemporánea, el ahora del desencuentro y la violencia, el desconocimiento del otro (no te conozco ni siquiera / sé quién eres…); ese yo quebrado que es el otro y bien puede ser también la autora, o quien la lee, o ambas.

Pantin se ha propuesto mirar el tiempo cristalizado en riesgo y amenaza, un tiempo descalabrado hasta para los guardianes supuestos a cuidar de la historia humana, que miran hacia otro lado mientras todo a su alrededor desfallece: Curé tus heridas / cuando te traje a mi casa / Ángel de la Guarda / para que veas. Pero el paisaje de la ciudad violenta penetrada por la mugre se abrirá al renacimiento: la maldad no define la ruta, la oscuridad no supone un trágico devenir; por lo contrario: Puede la belleza conquistar los días / y sobre el luto, aunque duelan / todavía: luz, candela, candelaria. Se abre el resplandor, la penumbra también es vida.

Entonces una serie de imágenes ligadas a la experiencia natural, al jardín cuidado a pala y machete y rastrillo, sembradas las flores delicadas gracias a la sabiduría heredada que asiste a la poeta. ¿Qué mejor manera de comprender Lo que hace el tiempo, que el jardín conformado con los años, que la imagen de una pareja entrañable de padres ya mayores? Lo que hace el tiempo es inescapable, y su percepción, brutal. Pantin vuelve a la seguridad del hogar cuidado por las almas de la casa, al poder ancestral de quien sabe cómo hacer crecer vida. Vuelve a los paisajes conocidos y fértiles y a la vez siempre marcada por el encuentro y desencuentro entre lo familiar y lo extraño porque todo acercamiento a la tierra y sus poderes, el regreso a esa cueva, es siempre en parte familiar, y a la vez extraño: es poroso. Toda infancia está muy cerca de ese sentimiento inquietante también, los géneros en formación, las especies todas armónicas, la fluidez de cada categoría, aun imperando. La infancia se ubica en el espacio liminar del miedo. Dice Pantin: Fue por esos años. / Yo iba sola / sentada en mi asiento / de metal, tranquila / cuando una araña /en la otra silla, / escogió / tejer su tela / entre mis piernas. Y hablando de porosidad, más adelante la palabra, el poema, aparece durmiendo junto a un ciervo, entre los libros acurrucado en un anaquel.

Pantin entra a la noche esperando el nacimiento del día, y eleva la plegaria: Noche oscura de los cazadores / y del terror de los conejos / alúmbranos / mientras salimos. ¿A quién mejor pedir protección que a la oscuridad misma? Saliendo, re-encuentra su existencia pequeña y la de los suyos. El amor tierno por la propia madre y el padre intentando descifrar un dibujo infantil, transmuta en el empeño por proveer seguridad a la nieta: Tú no vas a confundir / el miedo con el dolor / del cuento, princesa. Escritora y niña se vuelven una. Se enlazan a través de la grafía la niña que dibuja y que no duerme hasta no captar y re-producir lo visto o soñado, con la mujer escritora, también desvelada, cazadora nocturna de poemas volátiles. La niña insomne y empecinada, la niña que comía lenguaje / y buscaba / lenguaje por los techos, es la mujer que hoy no duerme hasta atajar al poema: Algo viene quieto / desde adentro.

La palabra como alimento, pura, no la anécdota, la palabra brillante, sin pellejo, pulida: el recurso y la visión de una obsesión. Soñé anoche que escribía / y era mi consuelo este cuaderno; / no podía dormir por continuarlo / sin saber lo que anotaba. / ¿Qué eras para mí, entonces, / poesía? No lo recordaba, / ni en el sueño, siempre, / en la punta de la lengua. Así terminan los poemas de este libro, soñando que se escribe, encontrando amparo en la escritura, en el tiempo de la niñez, en el inicio que solo puede darse en el bosque, siendo ciervo, siendo caballo, galopando en pos de la vocal imaginada, de la respuesta, en la suspensión de toda transitoriedad.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!