Michael
Foto Cheché Yuguri

Por Andreína Gómez

Cuando Michael Labarca recibió la noticia de que su corto La culpa probablemente había ganado un premio en Cannes ya estaba en Buenos Aires. Llegó a la ciudad porteña con el objetivo puesto en seguir desarrollando su carrera cinematográfica. Se graduó en la Universidad de Los Andes, donde hizo amistad con su actual productora, Patricia Ramírez, con quien lleva adelante su proyecto personal Muchachos bañándose en el lago. Así se titula la película que está en etapa de preproducción y búsqueda de financiamiento para rodar próximamente en Maracaibo.

Joven venezolano de 37 años de edad, ha pasado por muchas etapas desde su llegada a la Argentina. Como a muchos otros, le ha tocado la lejanía de sus afectos, aun cuando ha vivido solo desde hace casi dos décadas. Es el segundo en una camada de tres hermanos y el mayor de otros dos en segundas nupcias de su padre. Es zuliano de nacimiento y andino de formación profesional.

En su conversación se cuela la musicalidad marabina peleando fuertemente con la andina. Pero, sus expresiones ya lo delatan como un integrante de la cultura porteña, pues se desenvuelve en el ambiente laboral como continuista, teniendo la fortuna de ser llamado a los proyectos por recomendación de un equipo que reconoce su entrega y profesionalismo.

Empezó como actor en el teatro de Bellas Artes de Maracaibo. Durante varios años subió a las tablas del Lía Bermúdez con obras de Javier Rondón, Marcos Meza, Richard Oliveros y otros directores muy importantes para el Zulia. Sus ojos brillan bonito con el recuerdo de aquella efervescencia cultural. Por medio de las tablas se vinculó con la producción audiovisual, ya que ganó varios casting para hacer videoclips y publicidad.

«Esas experiencias me permitieron ver cómo se movía todo detrás de cámaras y me pareció fascinante. Luego mi pasión se fue alimentando en las salas de cine. Para mí sigue siendo un ritual hermoso ver una película en pantalla grande, a pesar de la comodidad que brindan las plataformas de streaming. Poco a poco me di cuenta de que había gente de mi ciudad que trabajaba en cine y que sí era posible, entonces me dije, yo quiero hacer esto».

De la tierra del sol amada a la ciudad de los caballeros

Primero pasó por las aulas de la Universidad del Zulia. Cursó hasta el sexto semestre de sociología, pero luego tomó la decisión de ir a Mérida a estudiar cine. Tuvo la fortuna de ser seleccionado para dar rostro a la imagen de un importante supermercado, con cuyos recursos pudo vivir un año sin preocupaciones mientras esperaba las pruebas de admisión en la Universidad de Los Andes. Luego de aplicar logró la selección para el segundo grupo, cuyo semestre iniciaba para el mes de octubre.

«Viví un período cargado de adrenalina. Sabía a lo que estaba apostando, había dejado una carrera y comencé una vida lejos de mi familia. Mis padres estaban temerosos de que las cosas no funcionaran, pero yo me lancé impulsado por esa energía juvenil de los 20 años. Sentía que era el momento de comerme al mundo. Además, Mérida me encantaba, como a todo zuliano. Escapar del calor y llegar a una ciudad rodeada de montañas que parece que te persiguen. A donde quiera que mires ellas van», describe con absoluta mirada de quien imagina detrás las cámaras.

Michael se define como muy enamoradizo, condición que al parecer jugó a su favor, ya que asegura que le permitió crear vínculos rápidamente y relacionarse de un modo afectivo con la nueva ciudad. Igualmente, aprovechaba las vacaciones para volver al Lago de Maracaibo a buscar el calor del hogar donde creció. Visitar a sus sobrinos le llenaba el corazón.

«Creo que ese tiempo fue una preparación para lo que finalmente me trajo a Buenos Aires. Igual yo viví los últimos cinco años en Caracas antes de tomar la decisión de irme de Venezuela. Mi alejamiento del Zulia fue paulatino, vivir lejos de casa por tantos años fue como un entrenamiento que me hizo mucho más sencillo adaptarme a la vida de inmigrante».

Argentina no fue un destino al azar

El autor de La culpa probablemente no escogió Argentina al azar. Tuvo la oportunidad de visitarla como parte de un compañía invitada a festivales de teatro en 2005 y 2008. Luego en 2011, mientras hacía sus pasantías para obtener los créditos en la ULA postuló su CV a varias productoras del país sureño. Por fortuna, una empresa pequeña lo llamó y viajó a trabajar en la capital. Así que ya había hecho algunos contactos que le dieron la suficiente confianza como para comprar un boleto de oferta navideña con un año de antelación. Lo vio como una gran oportunidad para tomar el vuelo definitivo en 2016.

«Yo viví las protestas de 2015 en Venezuela y cuando vi que las cosas fueron empeorando retomé la tesis, ya que quedó en pausa porque estaba trabajando en lo que me gusta. Pero, al ver que las cosas desmejoraron regresé al Zulia, filmé el corto y me fui; ya no en plan de vacaciones sino con la intención de quedarme. Mi acto de graduación fue el 14 de diciembre de ese año y el 16 tomé vuelo a Maiquetía con conexión internacional. Mis padres fueron a mi graduación y allí fue la despedida».

Ahora son tres hermanos Labarca los que hacen vida en la capital argentina. «Podemos ayudar en algo más a nuestros familiares en dificultad. Claro yo aquí inicié como todos los migrantes. Trabajé en bares, de bachero (lavando platos) hasta que una amiga que trabajaba en cortometraje me recomendó para sustituirla porque a ella le surgió un viaje». Desde entonces, no ha dejado de vincularse con su campo de trabajo.

Afortunadamente se ha ganado el respeto y confianza de sus compañeros. El rol que desempeña es muy bien valorado en las producciones argentinas, colocando el plus de que su conocimiento como guionista y artista de teatro aporta mucho profesionalismo a su desempeño. Michael se siente pleno y se confiesa viviendo un buen momento. Le gusta conocer las costumbres de los porteños. Aporta lo mejor de su cultura zuliana «les he cocinado patacones, pero me prohibí otras preparaciones que son demasiado grasosas y perjudiciales para la salud», risas.

Michael se siente agradecido con el país que le abrió las puertas y la gente que valora esa energía tan particular de los venezolanos. «Me une que son muy honestos y muy claros con lo que esperan de ti. Me ha costado un poco entender que ellos no tienen filtros para decir las cosas y siento que es algo de lo que hay que aprender para mejorar».

Un premio que lo enseñó a confiar

La culpa probablemente fue un trabajo de grado lleno de simbologías culturales. La separación de una pareja con hijos permitió reflejar varios sufrimientos, no sólo aquel vinculado a la emoción personal sino el reflejo de una crisis a través de los apagones en Venezuela. «La oscuridad como recurso estético me permitió darle fuerza a la temática y fue tomado en cuenta al momento de seleccionarlo y reconocerlo en Cannes».

Michael Labarca tiene muchos recuerdos de ese viaje a Francia, no solo por el esfuerzo económico para llegar a la premiación, sino por las palabras de la presidenta del jurado. La japonesa Naomi Kawase se vio sorprendida por un abrazo inusual del ganador y a cambio le regaló estas palabras: «Tienes mucho que aprender pero empiezo a ver un estilo en tu trabajo». El venezolano estaba seguro de que su trabajo tenía chance, aunque sabía que el premio tenía buenos competidores. Así que lejos de engrandecerse concientizó que en la confianza está la base de sus futuros logros y sobre todo en seguir trabajando.


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