Gabriel García Márquez

La amistad entre el escritor Gabriel García Márquez y Fidel Castro, así como la relación con el resto de «los gobiernos y guerrillas de la izquierda latinoamericana» preocupaban al gobierno de México, donde vivía el autor colombiano, y la Dirección Federal de Seguridad (DFS) le abrió un expediente que abarcó desde «finales de la década de los sesenta, poco después de fijar su residencia en México, hasta 1985, último año de la agencia tras una cierta apertura del régimen priista».

Según un artículo del diario español El País, que accedió a informes desclasificados «a través de una petición formal de transparencia ante el Archivo General de la Nación», dicho expediente habla de los seguimientos a García Márquez en sus apariciones públicas y también en actividades privadas, «y un exhaustivo registro de sus viajes a Cuba a partir de 1975, cuando el escritor profundiza su sintonía con el castrismo tras una etapa de distanciamiento».

En los documentos se establece que «Gabriel García Márquez, además de ser procubano y soviético, era un agente de propaganda al servicio de la Dirección de Inteligencia de ese país».

La amistad entre García Márquez, cofundador de Prensa Latina, y Fidel Castro habría empezado en 1959, poco después del triunfo de la revolución, cuando el escritor fue invitado por el líder a pasar un tiempo en la isla. Sin embargo, la relación se enfrió «con la entrega definitiva del castrismo en los brazos de Moscú. Aquel paréntesis coincide con los años del autor colombiano en Barcelona, junto a otros tótems del bum latinoamericano ya desencantados con el sueño cubano, como Mario Vargas Llosa».

Sin embargo, la relación se retoma a mediados de los años 70, cuando, cuenta El País, «publica en 1975 un entusiasta reportaje sobre la Cuba castrista en la revista colombiana Alternativa, fundada por él mismo como una herramienta de agitación política».

Esta, añade el diario español, era una época de visitas constantes a Cuba, y de mayor frecuencia de registros «en el archivo de la agencia mexicana de espionaje. Además de reanudar sus viajes a La Habana, los informes registran actos de apoyo a los sandinistas en Nicaragua o la mediación de Gabo, bajo condición de anonimato, para que la televisión mexicana publicara una entrevista con cuatro líderes militares de la guerrilla de El Salvador. También constan informaciones sobre sus reuniones con Régis Debray, el revolucionario francés compañero de fatigas del Che Guevara y después consejero del presidente François Mitterrand».

El seguimiento a García Márquez fue, para «el investigador mexicano Jacinto Rodríguez, que prepara un libro sobre el espionaje de la DFS sobre los intelectuales de la época, ‘suave, digamos que normal. Él no dejaba de ser un extranjero que no podía meterse en asuntos nacionales y que además mostró siempre una gran cautela».

Y dice, agrega el diario, que hubo un espionaje más duro contra autores como Octavio Paz, «al que le hurgaron en sus ingresos y deudas; o Julio Cortázar, que vio interceptada su correspondencia privada. Asuntos de dinero y de intimidad, esas eran las armas favoritas del DFS para presionar, cooptar y castigar».

La política de Estado impuesta por los gobiernos de hierro del PRI persiguió al autor hasta, al menos, finales de los años ochenta, mostrando «las sofisticadas contradicciones del particular régimen priista: mientras abría los brazos a los refugiados políticos de las dictaduras chilenas o argentinas, en su propia casa aniquilaba en silencio cualquier intento de contestación social».

En diciembre de 1968, el expediente incluye la creación de la fundación Habeas, «un proyecto personal de García Márquez. Se trataba de una organización de defensa de los derechos humanos centrada sobre todo en los presos políticos. El informante del servicio de espionaje mexicano resume así los objetivos de la fundación: ‘Proteger, apoyar económica y legalmente a las personas con ideología marxista-leninista que, por su participación en grupos guerrilleros y terroristas, se escudan bajo el concepto de perseguidos políticos».

En esa época, además, el entorno de Octavio Paz «que había roto temporalmente con el PRI, le acusaba con sorna de haber cambiado ‘el realismo mágico por el realismo socialista».

La ventaja, según el análisis de Jacinto Rodríguez, investigador, «era que Gabo temía una extrema prudencia en relación a la política mexicana».


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