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La escritora argentina Mariana Enríquez, ganadora este lunes de la 37 edición del Premio Herralde de novela con Nuestra parte de noche, dijo que el género del terror le permite pensar mejor la realidad y los temas que le interesan literariamente.

Enríquez (Buenos Aires, 1973) es periodista, profesora y subeditora del suplemento Radar del diario Página/12. En su trayectoria ha escrito novelas, relatos de viajes y perfiles como La hermana menor, acerca de la escritora Silvina Ocampo.

Sus cuentos, que se enmarcan en el género del terror, han sido publicados en revistas internacionales como Granta, Electric Literature o The New Yorker.

Enríquez recibirá 18.000 euros que dota el galardón concedido por la editorial española Anagrama. Se había presentado bajo el seudónimo de Paula Ledesma y con el título ficticio de Mi estrella oscura.

El jurado del premio estuvo compuesto por el librero Lluís Morral, Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé.

En la novela ganadora, un padre y un hijo atraviesan Argentina por carretera, desde Buenos Aires hacia las cataratas de Iguazú, en la frontera norte de Brasil. Ocurre en plenos años de la junta militar, con controles de soldados armados y tensión en el ambiente.

En ese marco realista, Mariana Enríquez construye una historia fantástica en la que el lector encuentra casas cuyo interior muta, pasadizos que esconden monstruos inimaginables, rituales con sacrificios humanos, andanzas en el Londres psicodélico de los años sesenta, enigmáticas liturgias sexuales.

Obsesiones y terror

Tras el fallo, Enríquez dijo en rueda de prensa que esta novela destila sus obsesiones, después de haber escrito cuentos y no ficción. “Quería un poco más, incluso volver a una forma un poco más tradicional. Con el género del terror podía pensar mejor las cuestiones que me interesan como la política, el poder, la herencia, el qué significa la familia, sobre América Latina, sobre la explotación, la explotación de los cuerpos”, dijo.

Mariana Enríquez es periodista, profesora y subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 | Foto EFE

La novela, que supera las 600 páginas, era mucho más extensa, señala la autora. Le costó decidir cuáles eran las partes en las que sus obsesiones resultaban un exceso y un desborde.

La autora considera su novela divertida, a pesar de que el momento en el que transcurre es trágico. “Pero el ritmo tiene una dinámica que permite una lectura de cierto entusiasmo, de cierta avidez”, asegura.

La primera parte de la historia es “como una novela de carretera, de ir hacia adelante, pero el contexto es terrible, para los personajes y para el país”, dice.

Sobre la elección del marco temporal, Enríquez precisó que se trata de los últimos años de la dictadura: “No quería que fueran años icónicos como 1978 ni 1982 en plena guerra. Quería un año gris como 1980, en el que la crisis está asordinada por la crisis personal de los personajes. Luego elegí los noventa porque era una época difícil para ser joven, eufórica y deprimente al mismo tiempo”.

En la historia de la novela aparece una sociedad ocultista que tiene contactos con dioses primigenios. Según Mariana Enríquez, una parte fantástica que emparentaría con Lovecraft.

Influencias

La autora argentina siente la influencia de Borges, de Neil Gaiman o del Charlie Feiling de El mar menor, que “trabaja con una especie de cuestiones de un mal atávico en una Buenos Aires supercontemporánea”.

Además, gran parte de la novela ganadora transcurre en el norte de Argentina. Enríquez supone que Horacio Quiroga también fue una influencia inevitable con su selva como una especie de animal poderoso, el calor y la frontera como lugar misterioso e invencible.

También podría haber paralelismos con el Guillermo del Toro de El laberinto del fauno, aunque menos luminosa. Y también, sobre todo, con El espinazo del diablo, admite.

El jurado

En nombre del jurado, Pontón Gijón dijo que Nuestra parte de noche desborda las convenciones del género al que se adscribe para “elevarse a la categoría de novela total, abierta a grandes asuntos como la inmensidad de la relación entre un padre y un hijo, los lazos terribles del amor y de la amistad, la enfermedad como condición de vida, las máscaras del ritual, la cara oculta de la historia y de la política”.

Para Juan Pablo Villalobos, esta novela es una saga. La considera “continuadora de una tradición que podríamos denominar ‘la Gran Novela Latinoamericana”. Además, la sitúa en “una estirpe de obras tan disímiles, pero igualmente ambiciosas y desmesuradas como Rayuela, Paradiso, Cien años de soledad o 2666”.


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