Margot Benacerraf
Foto Ricardo Jiménez - Rostros Cine Venezolano

En los albores del Festival de Cannes, la mexicana Carmen Toscano y la venezolana Margot Benacerraf estuvieron entre las primeras cineastas en formar parte de la competencia, en un certamen en el que actualmente las directoras latinoamericanas brillan por su ausencia.

Las dos primeras ediciones de la muestra, que echó a andar en 1946 tras la Segunda Guerra Mundial, ya contaron con directoras en la competencia, entre ellas la portuguesa Bárbara Virginia y la francesa Nicole Vedrès. Pero en esos años no había un verdadero concurso y la premiación se regía más bien por criterios diplomáticos que intentaban contentar a todos los países.

Fue a partir de mediados de la década de 1950 que la muestra fue adoptando un formato que se acerca más al actual, con un palmarés más exigente y un jurado internacional.

«Labor titánica»

La mexicana Carmen Toscano (1910-1988), hija del pionero del cine en el país Salvador Toscano, presentó en Cannes en 1954 Memorias de un mexicano, documental con imágenes filmadas por su padre y más cineastas sobre la Revolución Mexicana y otros hechos históricos.

Toscano hizo «una labor titánica porque, aunque a lo mejor no filmó demasiado, tuvo que editar y tener un ojo y una visión para revisar el material que había filmado su padre», explica a AFP Patricia Torres San Martín, investigadora docente en cine y género de la Universidad de Guadalajara.

«Es uno de los mayores aportes de una mujer creadora mexicana a un movimiento tan importante sociopolítico como la Revolución Mexicana», señala.

El filme fue declarado monumento histórico de México en 1967.

El hecho de ser la hija de Salvador Toscano, le ayudó pero al mismo tiempo la «ensombreció», dice la experta. Con el predominio de «la cultura patriarcal», el trabajo de la cineasta, que también era escritora, quedó muy rezagado y no tuvo el reconocimiento que se merecía.

En 1959, bajo la organización del ministro de Cultura francés, André Malraux, la selección de Cannes incluyó una nueva generación de directores, con obras más audaces, indica la web del festival. Entre ellas destacan Los 400 golpes de François Truffaut, Orfeo negro de Marcel Camus (Palma de Oro), Nazarín de Luis Buñuel… y Araya, de Margot Benacerraf.

La venezolana, que ya había participado en Cannes con su corto Reverón en 1953, presentó un poético docuficción en blanco y negro sobre la vida de los trabajadores en unas salinas en el nordeste del país.

«Sin respaldo»

La joven cineasta, que había estudiado en Francia, «llega con su película bajo el brazo, una mujer sin respaldo de nadie», recuerda Alexandra Cariani, directora de la Fundación Margot Benacerraf.

Araya ganó el premio FIPRESCI, de la crítica internacional, ex aequo con Hiroshima mon amour de Alain Resnais.

Pese a que luego fue a otros festivales, como Locarno y Moscú, la película no se estrenó en Venezuela hasta 1977.

«A nadie le interesó Araya, ningún distribuidor de Venezuela la compró. Era una película que les parecía un riesgo, que era demasiado rara, demasiado autoral», dice Carini.

La cineasta «no fue solo pionera en el cine, sino que fue del grupo de la nueva ola latinoamericana y no la mencionan en ningún lado, ni los hombres le han dado ningún valor porque ella era la única mujer», afirma Milvia Villamizar, responsable del acervo de la Fundación Margot Benacerraf.

Benacerraf, de 97 años de edad, fundó la Cinemateca Nacional de Venezuela y numerosos festivales, dedicando la mayor parte de su vida a la difusión del cine de su país y de la región.

Toscano y Benacerraf abrieron la senda de las directoras latinoamericanas en la competencia por la Palma de Oro en Cannes, el mayor festival de cine del mundo. Pero hasta ahora han sido poquísimas las que han podido seguir su estela.

La argentina Lucrecia Martel consiguió en dos ocasiones entrar en la selecta lista, con La niña santa (2004) y La mujer sin cabeza (2008). También lo logró la brasileña Daniela Thomas, que codirigió con Walter Salles Linha de Passe (2008).


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