Maiolino
Izq. A Espera (La Espera), 1967-2000. Madera, tinta acrílica, metal, hilo de nylon y piezas de ropa | Der. Sin título (de la Serie Projetos Construidos), 1972-2004. Acrílico y letraset sobre papel | Cortesía de la Colección Ella Fontanals-Cisneros, Miami

Anna Maria Maiolino es una artista completa y un ser humano cuyo espíritu no envejece, sino que se reinventa con el paso del tiempo. Con ella me identifico mucho, como artista y persona, y por eso decidí dedicarle esta nota.

Anna nació en 1942 en Scalea, una ciudad del sur de Italia, de padre italiano y madre ecuatoriana. Con apenas 12 años de edad se trasladó con su familia a Venezuela, donde se involucró desde muy joven en el mundo del arte, estudiando en la Escuela Nacional Cristóbal Rojas. En 1960 se vuelven a mudar, ahora a Río de Janeiro, Brasil, donde enseguida se matriculó a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

Maiolino entró a la escena artística brasileña en un punto de verdadera ebullición: la Neo-Figuración y el Neo-Concretismo, entre otros movimientos culturales, estaban redefiniendo los límites tradicionales del arte, mientras los nombres de otras dos artistas mujeres –Lygia Clark y Lygia Pape- eran esenciales en aquel proceso. Anna tenía apenas 18 años y ya se caracterizaba por su imaginación fértil y su sensibilidad inagotable.

A partir de los años 1960 Maiolino comenzó una carrera artística, que aún continúa, en que ha hecho teatro (en sus inicios), escultura, prácticas instalativas, dibujo, fotografía, performance, videoarte, arte procesual, conceptualismo, poesía, entre otros… También los temas que trae a colación en sus piezas son tan diversos como sus propias vivencias, de las cuales se nutre su creación. Entre ellos se hayan la identidad personal, la desigualdad social, la emigración y el desarraigo, y muy en especial la memoria personal y colectiva.

En 1967 tuvo su primera exhibición personal en la galería Goeldi, y pocos meses después devendría ciudadana brasileña. Fue un año muy significativo en su vida, y es precisamente cuando desarrolló su pieza A Espera (La Espera). La obra aparenta ser un retablo teatral o de títeres en uso. Pero la pieza que está siendo representada no es de ficción, sino su propia vida, y cada elemento añadido tiene una significación personal. Las ropitas tendidas en una suerte de tendedero casero le pertenecen a ella y a sus hijos cuando eran pequeños, y representa su ambiente doméstico, las labores que ocupaban parte importante de su tiempo en aquel entonces. Detrás del tendedero acecha una sombra, que es ella misma, una mujer, artista e intelectual, a la espera de una oportunidad que cambie su vida, que le permita desarrollarse además como individuo y artista, y no solo como madre o ama de casa.

Pero una mirada más a profundidad permite apreciar aspectos sutilmente escondidos en la pieza. Desde una cierta distancia, las cortinas rojas del escenario o retablo son una vagina, y la sombra se transforma, por ende, en un símbolo fálico. Esto tiene que ver con su pensamiento feminista, que ha definido su vida y su labor consistentemente. La pieza es una declaración de principios, sincera y firme, sin perder la delicadeza y la creatividad, y constituye una página importante de su biografía. Su historia es personal, pero de alguna manera es también una metáfora generacional e histórica, pues define a la mujer socialmente activa, en cualquier parte del mundo, en particular durante los años 1960 y 70, luchando contra todo tipo de adversidades en un mundo predominantemente machista y patriarcal.

Su experiencia de vida, su manera desprejuiciada de contar el mundo y de narrar poéticamente sus vivencias en tantos lugares diferentes, de hablar tantas lenguas –todas «con acento» como la propia Anna dice-, la convierten en una artista de cualquier parte y de ningún sitio a la vez, una verdadera ciudadana del mundo.

Para conocer más acerca de esta y otras artistas, suscríbete a mi canal de YouTube y visita ellacisneros.com.


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