Cruz-Diez

Siempre estará presente. Cuando la gente camine por Altamira, frente al Centro Plaza, podrá toparse con la Fisicromía doble faz. Si se asiste a un concierto en el Centro Nacional de Acción Social por la Música, sede del Sistema de Orquestas, desde una de las butacas para las que realizó tapices se podrá disfrutar de la música. En el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía, se pisará la deteriorada Cromointerferencia de color aditivo. Y, en la avenida Bolívar, un museo dedicado a su obra siempre dará la bienvenida.

Es la obra de Carlos Eduardo Cruz-Diez que siempre estará aunque él, el maestro del color, ya no esté más: el sábado, en su residencia de París, falleció a los 95 años de edad.

Es una tarea titánica hablar de su genial aporte al arte universal. Sus investigaciones demostraron que el color, cuando interactúa con el espectador, se transforma en una realidad autónoma sin necesidad de la forma o de un soporte.

Esto puede entenderse con la experiencia que se vive en la Cámara de cromosaturación, reabierta en octubre del año pasado en el Espacio Cruz-Diez del Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez, inaugurado en 1997. La pieza, un espacio artificial dividido en cubículos y distintas atmósferas cromáticas, permite sumergirse en el color en su forma primaria.

Cruz-Diez nació en Caracas, el 17 de agosto de 1923. No fue un feliz nacimiento: el médico que lo trajo al mundo en principio lo dio por muerto, porque parecía que no podía respirar. Pero fue un instante. Y el maestro sobrevivió.

Fue uno de los impulsores del movimiento cinético venezolano, junto con Jesús Soto (1923-2005), Alejandro Otero (1921-1990) y Juvenal Ravelo (1932), y uno de los creadores del op art en los años sesenta.

Cuando la atención del mundo estaba sobre grandes muralistas mexicanos como Diego Rivera, él trabajaba en la línea, el color, el juego. Así, con tesón y esmero, logró que tuvieran visibilidad sus ocho investigaciones sobre el color: Color aditivo, Fisicromía, Inducción cromática, Cromointerferencia mecánica, Transcromía, Cromosaturación, Cromoscopio y el Color en el espacio.

Desde niño se enamoró del color cuando vio la luz rebotando en los vidrios de las botellas de la fábrica artesanal de su padre. En 1940 inició sus estudios en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas. A partir de ahí comenzaría un trabajo incansable y constante. Se desempeñó como ilustrador y diseñador gráfico en la revista El Farol y fue director creativo de la agencia publicitaria McCann-Erickson.

Induction Chromatique Walkway, en el Palacio de la Paz y la Reconciliación, en Kazajistán

También se desempeñó en 1953 como ilustrador en El Nacional. De esta experiencia destacaba su amistad con Miguel Otero Silva, fundador del diario: “Le di clases a sus hijos en mi taller de diseño en Quinta Crespo. Ahí, al Estudio de Artes Visuales, Miguel Henrique y Mariana (Otero) iban a aprender dibujo los viernes. Miguel fue un amigo de mucho tiempo. Y cuando empecé en El Nacional fue una gran experiencia, un placer. Él era un humorista y llegaba en las tardes a la redacción, se apoyaba en mi mesa de dibujo y conversábamos largos ratos”, dijo en la última entrevista que concedió a este periódico hace dos años.

La consagración llegó en los sesenta, cuando presentó por primera vez la cromosaturación, que logró exponer en el Museo de Grenoble, en Francia. Al principio la gente no se interesaba tanto en su proyecto, pero con el tiempo el público aprendió a descubrir el color como un hecho fenomenológico y no solo pintado en una superficie. “(El color) nos modifica, nos hace significar”, decía el maestro.

Sorprendió a todos en 2014 cuando convirtió el histórico barco Edmund Gardner, en Liverpool, en una pieza de arte óptico, a propósito del centenario de la Primera Guerra Mundial. Ese proyecto, comisionado por la Bienal de Liverpool, es una interpretación contemporánea del camuflaje bélico.

Nunca dejó de trabajar, palabra que para él significaba diversión, asombro, optimismo. De este año son sus últimas intervenciones peatonales, que dan cuenta de la universalidad de su legado. Entre ellas se encuentran la Chromatique Walkway, que forma parte de la muestra Jeddah Arts, en Al Balad, Arabia Saudita; Induction Chromatique Walkway, en el Palacio de la Paz y la Reconciliación, en Kazajistán;  Promenade Chromatique Vienne, en el Museumsplatz de Viena, Austria; y la obra Labyrinthus. Carlos Cruz-Diez, en Bélgica.

Cromointerferencia de color aditivo en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía

“Inventar, diseñar, buscar soluciones a cosas inéditas es una diversión, no es un trabajo. La maravilla del arte es que los resultados son optimistas, nos asombran. El arte nunca es derrota, es un éxito. Lo que agota es cuando el artista fracasa en su intento, que espera por mucho tiempo hacer algo que no logra. Esa es la etapa de sufrimiento que los artistas vivimos de tiempo en tiempo”, decía.

Hoy su obra forma parte de exposiciones permanentes en, entre otros destacados museos internacionales, el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, el Tate Modern de Londres, el Centre Pompidou de París y el Museum of Fine Arts de Houston.

Pero gran parte del trabajo de Cruz-Diez también se conoce por sus piezas a cielo abierto. Son incontables sus intervenciones urbanas como la Cromosaturación para un lugar público (1960-1969) en la salida del Metro Odeón, en el bulevar Saint Germain de París; el paso peatonal de Color aditivo en el Centro de Convenciones de Miami (2010) y la Frecuencia de doble de inducción cromática en una pared, en Río de Janeiro.

Sobre su encanto por el arte en espacios urbanos, señalaba: «Me molestaba mucho la noción que la gente tenía del arte como un objeto colgado de un clavo en la pared. No es así. El arte puede ser cualquier cosa que la inteligencia y la sensibilidad del hombre puedan convertir en arte. Entonces, ¿por qué no ir a la calle? Es donde más tiempo pasamos. La calle no nos proporciona nada, llegamos a casa totalmente vacíos. La calle solo genera agresión».

En Venezuela hay una relación especial con las obras de Cruz-Diez. Están en el interior y abundan en Caracas, por ejemplo, la (doble) Fisicromía en homenaje a Andrés Bello en Plaza Venezuela, la Fisicromía del Banco Central de Venezuela, la Ambientación cromática del Banco Provincial, la Transcromía de la Torre Phelps, la Cromointerferencia de la Torre La Previsora y el Muro de color aditivo en el río Guaire.

Con el tiempo algunas se han deteriorado y otras han sido recuperadas. Y también el vandalismo ha hecho de las suyas. Y también el propio Estado.

Es el caso del Muro de inducción cromática, realizado en el puerto de La Guaira, estado Vargas. En 2005, el mayor Pedro Arroyo, entonces presidente del puerto, y Alexis Toledo, alcalde del municipio Vargas, le abrieron un boquete a la pared tras propinarle cinco martillazos. “Aquí no se está derribando la obra de Cruz-Diez, sino las partes de la pared en donde el mural había desaparecido, ya sea por la acción del ambiente o de la mano del hombre. La intención de la municipalidad es preservar lo que la naturaleza nos dejó”, afirmó Toledo en ese momento.

El país le preocupaba y esperaba para él una salida de la que consideraba una tragedia. En 2017, cuando Venezuela estaba sumida en una ola de protestas, publicó una carta dirigida a los jóvenes que arriesgaban sus vidas en las calles. Allí dijo que, aunque lamentaba lo que ocurría en el país, rescataba los valores democráticos y éticos de los jóvenes, que “contrastan con los de quienes han administrado el poder en los últimos dieciocho años”.

“A mis 94 años, les digo con sinceridad que les ha tocado vivir una época extraordinaria porque todo está obsoleto y hay que inventarlo de nuevo, hay que inventar un nuevo lenguaje político que hable de democracia, de valores éticos, de libertad, progreso y justicia social, hay que inventar la educación y crear un país de emprendedores, artistas e inventores, un país digno y soberano en el contexto global, en fin, en Venezuela hay que inventarlo todo. ¡Qué maravilla!”, recalcaba.

Francia, país en el que vivió desde 1960 y que le otorgó su ciudadanía en 2008, le confirió  en 2012 la Legión de Honor, máxima distinción que se le concede a hombres y mujeres, franceses o no, por méritos extraordinarios realizados dentro del ámbito civil o militar en ese país.

En Caracas, París y Panamá quedan los tres talleres del artista a los que se han abocado sus hijos y nietos. Fue con ellos y gracias a ellos que en 2005 se creó la Cruz-Diez Art Foundation dedicada a la conservación, desarrollo, difusión e investigación de su legado artístico y conceptual. “He tenido la oportunidad de formar una familia maravillosa, que me ha ayudado enormemente en el desarrollo de mis ideas. Eso sería muy difícil que volviera a suceder. Yo soy una excepción, dados los cambios de la sociedad, en la que cada vez se dificulta más la familia. Sería muy complicado volver a vivir lo que ya he vivido”, afirmaba.

Hace cinco años, tenía 90, le preguntaron sobre su relación con la muerte. Respondió: “Por supuesto que pienso en ella y estoy acelerando el paso, porque creo que todavía tengo muchas cosas que decir”.

Su obra, su legado y su genio siempre hablarán por él. Habitará en el color por siempre.


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