Stevie Wonder
Foto Archivo

Un joven longilíneo, de traje, entra al escenario de la mano de alguien. Acaba de dejar apenas la infancia y lleva consigo una lista de acontecimientos que frenarían hasta al hombre más seguro. Sin embargo él, un adolescente ciego, negro -a principios de los sesenta-, uno entre seis hermanos con un padre ausente, está ahí, de pie en el escenario. Sonríe, y su boca amplia se abre debajo de los anteojos oscuros. Enmarcado por una big band detrás, se sienta en una silla y toca dos parches, luego una armónica; finalmente, canta. Entonces, aparece la voz reconocible de Stevie Wonder, que cumple hoy 70 años. Una vida en la música: literal, si se considera que a los 12 años grabó su primer disco y a los 13 ya tenía un hit, «Fingertips» (1963). Y eso recién comenzaba.

Wonder (Michigan, 13 de mayo de 1950) nació prematuro. El exceso de oxígeno en la incubadora derivó en la patología que determinó su ceguera. Paradojas del destino, ese bebé se convirtió en el artista que frasea tan largo como pocos sin que su voz se parta, o puede hacer un entrecortado soulero, funk, según lo quiera. Y siempre con una espiritualidad que nadie puede explicar, pero ahí está, llegando a los otros. Porque él maneja el aire. La unidad de medida de la voz y sus ritmos siempre quedan del lado de Stevie, que fue llamado Stevland Hardaway Morris y luego lo cambia por su nombre artístico, Stevie Wonder, jugando un poco con aquello de Wonderboy (niño prodigio en inglés). Se da a conocer a la edad en que la mayoría muda su voz.

En esas primeras grabaciones hay un tono de niño, pero está su color musical, esa forma tan suya. Con nuevo registro vocal, un adolescente de 17 años saca el álbum I Was Made to Love Her (1967). En él hay dos clásicos: «Please, please, please» y «Respect». Este último se multiplicaría en la versión también singular de Aretha Franklin.

Dos años más y llega «My cherie amour». Otro clásico, y es que la vida de Stevie dará uno tras otro. Hay un dicho que circula en relación con los éxitos y consiste en poder nombrar cinco momentos altos reconocidos públicamente. La mayoría de sus canciones son temazos. Solo por nombrar lo primero que llega: «Overjoyed», «Isn’t She Lovely», «Superstition», «All I do», «Sir Duke». Es muy probable que, por solo mencionarlos, alguien los empiece a tararear, en un inglés correcto o incomprensible, pero volviéndolos a la emoción en su instante primero. Es que eso tiene su música, la capacidad de llegar a un primer puesto del ranking, a ser un hit sin ceder ni una capa de sentido ni cualidad de arte.

En su libro Por qué escuchamos a Stevie Wonder (Gourmet musical), Edgardo Scott subraya: «Hay una inmediatez en sus canciones, una percepción -una precipitación- fascinada, como si muchas canciones de Stevie tuvieran el don de revelarnos una melodía ya existente en nosotros mismos». De esto, los números también hablan: más de 70 nominaciones a los premios Grammy. Obtuvo 25. Cada álbum suyo tiene -casi seguro- un tema inolvidable, cuando no más, y ya pasó la tercera decena de discos. Tocó con los que muchos soñarían hacerlo. Sus temas son reversionados como en loop. Ama ídem, prolífico: casado por tercera vez, es padre de nueve hijos.

La pulsión más misteriosa

El amor tiene un lugar central. Es una palabra que cruza su discografía como un meridiano. «¿Cuántas veces usa esa palabra en un título? Me he tomado el trabajo de contarlas: 42», dice Scott, que las buscó en cada título de álbum, de tema. «El amor no es solo su religión, es el combustible principal de su creencia», afirma. Y de qué forma puede transformarse esto desde la pulsión musical, sino a través de las reversiones, los covers. Así es como «You Are The Sunshine Of My Life» (1972) es la canción de Wonder más cantada. Una lista breve de los diferentes músicos -entre una aún más amplia-, que la hicieron propia: Ella Fitzgerald, Tom Jones, Frank Sinatra, Ray Conniff, Liza Minelli, Shirley Bassey. Dice la letra: «Eres el amanecer de mi vida / Es por eso que siempre estaré contigo / Eres la manzana de mi ojo / Estarás por siempre en mi corazón». Y en la siguiente estrofa algo más metafísico que cierra con una pregunta: «Tú debes haber sabido que estaba solo / Porque viniste a mi rescate / Y sé que esto debe ser el paraíso / Cómo tanto amor puede estar dentro de ti».

El primer puesto a la canción más grabada de la historia, si es que todavía sigue ahí, es para «Yesterday». Pero hablamos de amor, entonces. «Hay algo muy dichoso -asegura Edgardo Scott-, muy celebratorio en esta canción, es el sentimiento que trasluce». Scott la asocia con la naturaleza de otra canción, otro clásico que Stevie le escribiera a una de sus hijas: «Isn’t She Lovely».

Este cosechador de premios ganó un Oscar a la Mejor canción original por «I Just Called to Say I Love You» (1985) , tema de la comedia Una chica al rojo vivo. Allí, la protagonista -bella-, en un acto tan de Marilyn como ochentoso (pelos batidos, el viento sobre ella, la falda levantándose), se convierte en objeto de deseo para que la canción de Wonder entrara masivamente al mundo hispano como «Solo llamé para decirte que te amo». Ese pico de la ola hizo que el tema fuera un hit. Porque si bien todas las cualidades de su obra habían quedado en más de un cuerpo, de un premio, fueron muchos los que entraron por primera vez al mundo Wonder a través de esa canción de tanto escucharla en la radio.

Ellos, los nuevos, los que todavía no habían besado con sus lentos ni desarticulados huesos con temas como «Superstition», «Higher Ground», «I Wish», entraban a la tierra de Steveland por las puertas de las FM. Por esos días también sonaba «Part Time Lover». En otro filme, otra chica en llamas, Jennifer Lauwrence, en El lado luminoso de la vida (2013) baila un himno Wonderniano, «Don’t You Worry ‘bout a Thing», junto a Bradley Cooper. Lo hace con una sensualidad natural, ya no en el aspecto ochentoso de la pose, sino en el mejor sentido, quizá, de hacerle los honores a la pulsión vital de la rítmica de la canción, a cómo Stevie lo canta. Es que ese tema es, como tantos y una vez más, un auténtico reversionado. Como también lo es «Pastime Paradise» en la readaptación con que los raperos Coolio y LV -a mediados de los noventa- dieran al filme Mentes peligrosas, protagonizado por Michelle Pfeiffer.

Las imágenes de una vida

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