Carlos Ruiz Zafón
Foto EFE

El escritor Carlos Ruiz Zafón, fallecido este viernes a los 55 años de edad, ha ingresado con todos los honores en su Cementerio de los Libros Olvidados, ese espacio mítico que creó en su novela La sombra del viento, aunque sus libros no caerán en el olvido, pues sus lectores se cuentan por millones.

«Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él», señala uno de los personajes literarios creados por Zafón, el señor Sempere, a su hijo Daniel mientras le descubre el secreto del Cementerio de los Libros Olvidados.

Había nacido en 1964 en Barcelona, esa ciudad de los prodigios a la que consagró su tetralogía narrativa, donde estudió Publicidad, aunque pronto se decantó por su vocación literaria y debutó en 1993 con El príncipe de la niebla (1993), que obtuvo el Premio Edebé de Literatura Juvenil cuya dotación utilizó para poner rumbo a Estados Unidos, donde ha residido desde 1994 con su familia.

Carlos Ruiz Zafón vivió su infancia en un piso cercano a la basílica de La Sagrada Familia.

Este monumento y su ciudad aparecen en las páginas de sus libros, poblados de dragones, animales mitológicos tan queridos por Ruiz Zafón que contribuyen al aire de misterio y ensueño de su narrativa.

Estudió en el Colegio de Jesuitas del barrio de Sarriá, donde empezó a publicar sus primeras historias, como (El) laberinto de los arlequines en su adolescencia.

En California se dedicó a la escritura de libros, pero también de guiones para la industria cinematográfica: «El guión es un cubito de caldo y la novela el guiso completo», había llegado a decir.

El sol angelino vio alumbrar sus siguientes novelas juveniles, El palacio de la medianoche (1994) y Las luces de septiembre (1995), que cerraron La trilogía de la niebla.

Su momentum llegó con su primera novela para adultos, La sombra del viento (2001), todo un fenómeno editorial por la repercusión de su éxito, pues fue traducida a más de 40 idiomas, publicada en 50 países y con más de 10 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

De la trilogía juvenil pasó a esa tetralogía del «Cementerio de los Libros Olvidado», que mantuvo el éxito de La sombra del viento y que continuó con El juego del ángel, El prisionero del cielo y El laberinto de los espíritus, la cuarta y última entrega de una saga con la que Zafón quería «crear un híbrido de todos los géneros, en el que apareciera la tragedia, la novela policial, la sátira, la comedia de costumbres, la intriga o la novela de amor».

Fue precisamente en 2016 la última aparición pública de Ruiz Zafón en su ciudad natal, cuando presentó El laberinto de los espíritus en un acto multitudinario que congregó a periodistas y libreros en el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, en la cumbre del Tibidabo.

Poco dado a dar opiniones personales sobre la política, en aquel encuentro se mostró preocupado por la reciente elección de Donald Trump, «más, porque afectará globalmente a muchas personas» y «menos por el procés, que simplemente se puede solucionar con el diálogo».

A pesar de su inveterada timidez, Carlos Ruiz Zafón es de los pocos artistas que han actuado en los dos grandes templos musicales barceloneses, el Palau de la Música y el Liceu.

En la víspera del día de Sant Jordi de 2012, se encontró con más de un millar de sus lectores en el Palau de la Música, en un acto más propio de Hollywood y en el que no faltó un breve concierto del autor al piano, y que sirvió de promoción para El prisionero del cielo.

Cuatro años antes, Zafón reunió a 200 periodistas en el Liceu para presentar El juego del ángel, la segunda entrega de su saga del Cementerio de los Libros Olvidados.

Como si fuera un divo de la ópera, Zafón fue desgranando algunas de las claves de El juego del ángel sentado en una butaca sobre el escenario del Liceu, que lucía como decorado una evocación operística del literario cementerio de los libros olvidados, y con el público guiado por una suerte de programa de mano con formato de álbum de fotos de la Barcelona de los años veinte.

La «zafonmanía», vista como sinónimo de la pasión por la lectura, tenía su traducción en cifras, excepcionales en el panorama literario español y más propio de los grandes ‘bestseller’ anglosajones, con primeras ediciones de un millón de ejemplares en España, o ventas de casi 250.000 ejemplares en solo un fin de semana.

Querido por los lectores, en sus escasas apariciones en las casetas del 23 de abril, Zafón se veía rodeado de una pompa casi papal, en la que no faltaba la iconografía fantástica, siempre con su anillo de dragón, y con ritmos endiablados de hasta seis ejemplares dedicados por minuto.

Seguramente por conocer demasiado bien la industria cinematográfica, Zafón se resistió siempre a llevar a la gran pantalla sus novelas a pesar de que no le faltaron ofertas multimillonarias.

«Este cuarteto de novelas trata sobre los libros, quienes los escriben, quienes los venden, quienes los leen y quienes los destruyen, y sería un error intentar transformarlas en otra cosa para hacerlas más populares o intentar exprimirlas, porque no hace falta que todo sea una serie, una película o un videojuego», llegó a decir.

La academia, con numerosos estudios, análisis e investigaciones sobre su escritura y sus referentes literarios, también se ha ocupado de las novelas de Ruiz Zafón, algo inusual en un autor con tan pocos libros y de trayectoria relativamente corta.

Los laberintos y los cementerios aluden claramente a la literatura gótica inglesa, el Frankenstein de Mary Shelley, pero hay otras referencias literarias, como El conde de Montecristo y el Eduardo Mendoza de El misterio de la cripta embrujada; o cinematográficas, como la Rebeca de Hitchcock, Ciudadano Kane de Orson Welles o Metrópolis de Fritz Lang.


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