Caminé poco más de cuarenta minutos por el Bronx. Estaba en ruinas. Eran los años setenta y la ciudad de Nueva York distaba bastante de lo que se puede ver ahora. Mientras en el resto de la ciudad la gente bailaba música disco, en el Bronx las calles parecían Alepo.

Apenas empecé a recorrer las aceras, intuí la violencia en casas y edificios desvencijados, derruidos; otros en ruinas. Me comentaron que en Manhattan se derrochaba glamour, una imagen que todos compraron y así se imaginaron el lugar. No lo pude comprobar, no pude llegar hasta allá. La visita duró poco.

En el Bronx no había cabida para los sonidos que la moda imponía. Hastío por la bola brillante en la disco y la algarabía de la tendencia. Entonces, me hablaron de DJ Kool Herc, el llamado padre del hip hop. Había hecho una fiesta que lo hizo leyenda. Fue el 11 de agosto de 1973 en 1520 Sedgwick Avenue, donde aseguran que comenzó una cultura.

Me contaron que Herc rechazó la música que imperaba en la radio. Él volvió a lo que escuchaban cuando niños, al soul que colocaban sus padres en casa, el funk enloquecedor. James Brown o Incredible Bongo Band. Empezó entonces a manipular los discos con la aguja del tocadiscos, a reproducir una canción y volver exactamente a las partes que más entusiasmaban. Se daban los primeros pasos de la mezcla, sutil y precisa: que no se notaran cortes.

Vi también cómo aparecieron figuras como Coke La Rock, a quien llamaban “sacudidor” por improvisar sobre los sonidos que creaba Herc. Luego vi cómo llegó Afrika Bambaataa, otro DJ esencial en esta historia. Sin embargo, mucho más interesante que la música, fue su trabajo con las pandillas de entonces. Gamberros que se enfrentaban por doquier en las calles y que él, según me aseguraron, logró amansar al sumarlos a la causa de la Universal Zulu Nation, promotora del encuentro a través del hip hop, el grafiti y el baile.

En su vecindario lo respetan, otros lo veneran. Vi cómo se acercaban con entusiasmo a estrecharle la mano, pero no como si fuera un padrote, sino como al que se le admira por un trabajo abnegado y no imperioso.

Afrika Bambaataa así forjó una comunidad, sobre las bases de lo hecho por Herc. Ya era indetenible el movimiento. No había vuelta atrás, mientras la música disco, tan lejana al ideario de esas zonas pobres, iba dando sus estertores para quedar como un vago recuerdo de una década.

Como arte, todavía faltaba. El entusiasmo se consolidaba, sí, pero todavía quedaba labor por culminar. De eso se encargó Grandmaster Flash, quien terminó de convertir en instrumento musical la mezcladora y las bandejas. Con precisión de carnicero empezó a cortar ritmos, unirlos a otros. Un costurero del sonido que se convirtió en historia. Surgieron otros que siguieron sus pasos y a la vez buscaron su estilo.

Una vez establecido como música, faltaba afianzar la letra. Para muchos no fue un gran problema. Me aseguraron que el verbo, dicho de esa forma tan característica, siempre existió. Como ejemplo, me citaron a Gil Scott-Heron, The Watts Prophets, Sonia Sánchez, Wanda Robinson; incluso Malcolm X, Muhammad Ali, Barry White, Pigmeat Markham e Isaac Hayes. “Siempre ha sido de negros eso de hablar fluidamente frente a un micrófono y ser entretenidos”, me contó un entusiasta sentado frente a la puerta de su casa.

Me enteré de una controversia sobre quién fue el primer rapero. Unos me aseveraron que DJ Hollywood, aunque otros recordaron que a este no le gustaba eso que empezaban a llamar hip hop; que si querían de esa música, se fueran por los lares de Herc. Sin embargo, hay quienes lo reivindican por haber sido el primero en darle poder a la palabra hablada junto con el ritmo, tal cual como se ha popularizado en el género hasta ahora.

De todo eso me enteré. Es verdad, me quedé corto. Me hubiera gustado saber si hubo problemas, revueltas o sañas entre una generación que creció en ese Bronx hostil y despiadado. Solo escuché a los pioneros, nada de superestrellas del momento. Vi a aquellos que todavía caminan tranquilos por su vecindario, satisfechos por los años fundacionales y las experiencias vividas. Es el primer capítulo de una serie documental llamada Hip-Hop Evolution, dirigida por Darby Wheeler, Sam Dunn y Scot McFadyen. El comienzo del transitar por la historia de uno de los géneros más importantes de los cincuenta años más recientes.


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