El padrino
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En Tienes un e-mail, Joe Fox (Tom Hanks) aseveraba que El padrino era una suerte de oráculo. Como él mismo afirmaba: «Es la respuesta a toda pregunta». Posteriormente, se pone a enumerar frases memorables de la saga de Francis Ford Coppola, la cual comenzó en 1972 y concluyó en 1990. Lo cierto es que Joe Fox no estaba equivocado (ni la mujer que concibió el personaje, Nora Ephron), y su declaración de principios no tiene nada de hiperbólica.

El padrino, la primera entrega de la trilogía, inspiró a muchos realizadores. Fue un largometraje que le allanó el camino a otros filmes sobre el crimen organizado y narrativamente funciona en muchos niveles.

Es una metáfora sobre el capitalismo en América, como su primera escena lo demuestra. Pero al mismo tiempo es la historia de una familia, de una sucesión, sin ribetes moralistas que habían signado a películas similares en el pasado. Aquí lo humano va por delante de la moral, y la construcción de personajes es tan precisa que no hay tiempo ni necesidad de juzgarlos dentro de ese micromundo en el que la corrupción sistemática llevaba la batuta.

El primer hombre que creyó en El padrino

Aunque hoy nadie se atreve a discutir su calidad, la gestación de El padrino fue una tarea titánica. No solo no se esperaba que fuera exitosa: directamente se consideraba que la audiencia no quería ver la adaptación de Mario Puzo, que había que brindarles un contenido más light, más comercial.

Afortunadamente, apareció un hombre que creyó en el proyecto: el productor Robert Evans. Un extravagante, un rebelde, un cinéfilo, un individuo impredecible (así se lo puede ver en el fascinante documental The Kid Stays in the Picture).

Evans fue nombrado jefe de Paramount Pictures cuando el estudio estaba en noveno lugar y no podía estrenar un solo éxito. Sumó a su lista de créditos verdaderos clásicos que ratifican lo gloriosa que fue la década de los setenta para Hollywood.

Inquieto como pocos, se reunió con Mario Puzo y le ofreció 10.000 dólares si lograba que unas páginas prometedoras tomaran forma y 75.000 más si escribía un libro. Meses más tarde, Puzo lo llamó y le preguntó si podía cambiar el nombre del material de base. «Quería que se llamara El padrino», recordó el autor. Evans, curiosamente, ya se había olvidado del encargo.

En 1969, la novela salió a la luz y pasó casi 70 semanas en la lista de best sellers. La movida del productor había sido extraordinaria, pero hubo un escollo en el camino: el resto de los ejecutivos de Paramount, atados a fines empresariales y sin olfato para las buenas películas, se opusieron a que se filmara la obra de Puzo.

¿El motivo? El estreno, justamente en 1969, de un film titulado The Brotherhood, con Kirk Douglas como un gánster de Sicilia. La producción de Martin Ritt fue un fracaso descomunal que espantó a los productores, pero Evans logró convencerlos de que El padrino estaba en las antípodas.

Como dice en uno de los momentos más brillantes de su documental: «Yo quería una película sobre la mafia italiana tan auténtica que los espectadores pudieran oler el spaghetti«. Y lo logró.

Robert Evans, el productor que sacó de la ruina a Paramount y que respaldó El padrino, aquí presentando su autobiografía, The Kid Stays in the Picture, de la que luego se desprendió un documental | Foto Grosby Group – La Nación

Francis Ford Coppola se unió a Puzo para trabajar en el guion y entre ambos le dieron esa forma que Evans tanto ansiaba.

Paramount quería una película de bajo presupuesto y ambientada en la Kansas de los setenta. Evans, Coppola y Puzo se opusieron y lograron que se respetara la historia original y su contexto: la Nueva York de los cuarenta.

Como contracara, se les otorgó tan solo 5 millones de dólares y un plazo de 53 días para completarla. Lo que se dice un infierno para cualquier realizador que tenía en sus manos una obra tan ambiciosa. «La ansiedad nos invadía todos los días, era una pesadilla, pensábamos todo el tiempo en a quién iban a despedir», declaró el cineasta.

Nadie quería a Marlon Brando

Como se podía prever, las objeciones de los ejecutivos de Paramount no cesaban y llegaron también al proceso de casting. ¿Su imposición? Anthony Quinn, George C. Scott o Laurence Olivier tenían que interpretar a Vito Corleone. ¿La de Coppola? Que el protagonista fuera Marlon Brando.

El cineasta les rogó tanto en una reunión que terminó colapsado en el suelo. Si bien no llegó tan lejos luego, también peleó por la contratación de Al Pacino para el rol de Michael, el outsider que termina siendo absorbido por la dinámica familiar.

Luego aparecieron el gran John Cazale, Caan y Duvall, amigos de Coppola, su hermana Talia Shire para el papel de Connie Corleone, e incluso sus padres, Carmine e Italia, quienes estuvieron presentes en el rodaje como extras.

Más allá de que el elenco terminó siendo el que quería su director, Coppola no disfrutó de la filmación, especialmente porque tenía a los productores reviendo las dailies (las escenas del día, el material crudo) y criticando sus decisiones, como si fueran eruditos en realización.

De hecho, el propio director declaró que lo subestimaban tanto que tenían reemplazos preparados por cualquier paso en falso que pudiera dar (entre ellos, nada menos que Elia Kazan).

El rodaje fue una olla a presión, con Pacino también temiendo ser despedido. Un día, se produjo el milagro: en Paramount vieron la inolvidable escena de la conversión de Michael, esa que se produce en un restaurante del Bronx, cuando el personaje les dispara a Virgil «The Turk» Sollozzo (Al Lettieri) y a Mark McCluskey (Sterling Hayden). Esta fue una de las secuencias más increíbles de la trilogía, y la que hizo que Coppola y Pacino fueran finalmente respetados.

El set de la discordia y el estreno que sorprendió a todos

El director de fotografía, Gordon Willis, mantenía una relación tirante con Coppola, que afortunadamente no se terminó notando en el resultado. Evans, por su parte, no quería al compositor Nino Rota -famoso por sus colaboraciones con Federico Fellini y Luchino Visconti-, y también tuvo que ceder cuando vio un adelanto de su score. En síntesis: todos trabajaron bajo presión, nadie tenía su lugar asegurado y la desconfianza atentaba contra el rodaje.

¿El nuevo inconveniente? La duración del film: 177 minutos por los cuales Coppola también tuvo que pelear. No es casual que cuando llegó el 14 de marzo de 1972, todos respiraran aliviados. El estreno de El padrino fue un verdadero fenómeno. La película fue la más taquillera de ese año y generó un efecto dominó admirable: filas y filas de espectadores esperaban comprar su entrada para ver de qué se trataba ese film que, casi de la nada, apareció para subyugar a todos.

Francis Ford Coppola dirigiendo la famosa escena de la boda | Foto Archivo

El padrino se llevó el Oscar a Mejor Película, Mejor Actor (Brando) y Mejor Guion adaptado, pero a Coppola siempre le quedó un sabor amargo. «En algunos aspectos, me arruinó. Hizo que mi carrera fuera a lugares a los que yo no quería ir. Yo tenía otras ideas como guionista y director, pero esto me abrió puertas que no esperaba, como filmar La conversación, algo que nadie me permitió hacer hasta ese momento. La gran frustración de mi carrera es que nadie me permitía hacer mi propio trabajo. El padrino básicamente hizo que violara muchos de los deseos que yo tenía a esa edad», manifestó.


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