Payare

Mientras crecía en Puerto la Cruz, Rafael Payare, que cumplirá 41 años de edad el 23 de febrero, soñaba con usar un traje espacial y conquistar el espacio. Luego, quería trabajar en un laboratorio y explorar el mundo de la ciencia. También pasó por su mente ser historiador. Era un niño muy inquieto, de muchos amigos y buen estudiante. Pero fue gracias a su hermano mayor que descubrió la música. Y desde allí, años más tarde, pasó a ser alumno del maestro José Antonio Abreu. Hoy, Payare se viste de traje y con su batuta dirige a grandes orquestas alrededor del mundo y, a partir de 2021, conducirá la Orquesta Sinfónica de Montreal.

Comenzó sus estudios musicales en El Sistema en 1993, escogió el corno francés como su instrumento y fue corno principal de la Orquesta Simón Bolívar hasta 2004. En 2012, tras triunfar en el concurso Nicolai Malkopara para jóvenes conductores en Dinamarca, fue asistente conductor de la Berlin Staatsoper; recibió una beca en la Tanglewood Music Center en Boston y luego otra en la Filarmónica de Los Angeles. Durante cinco años, de 2015 a 2019, fue director de la Ulster Orchestra en Belfast, Irlanda del Norte, donde le otorgaron el título Conductor Laureado por su destacado trabajo. Desde 2019, Payare es director de la Orquesta Sinfónica de San Diego, con un contrato extendido hasta 2026.

Además, durante su ascendente carrera ha sido invitado a dirigir orquestas en el Reino Unido como la Sinfónica de Londres y la Sinfónica de Birmingham. En los países nórdicos debutó con la Filarmónica de Oslo, la Sinfónica de Gothenburg y la Orquesta Real de Estocolmo. También ha recorrido Europa para conducir a la Filarmónica Checa, a la Filarmónica de Rotterdam, la Orquesta Nacional del Capitolio en Toulouse, la Orquesta Filarmónica de Monte Carlo, la Filarmónica de Viena y la Filarmónica de Múnich. En 2014 trabajó con los músicos de la Orquesta Sinfónica de la India. Y en Estados Unidos se presentó con la Orquesta Sinfónica de Boston y la Sinfónica de Chicago.

Payare dejó San Diego el 20 de diciembre de 2020 junto con su esposa, la reconocida chelista estadounidense Alisa Weilerstein, y su pequeña hija con destino Montreal. En la provincia de Quebec las medidas de bioseguridad que buscan hacerle frente al covid-19 son firmes. Por ello, al llegar debieron pasar 14 días de cuarentena en una cabaña ubicada en el bosque. El conductor de orquesta dice que durante ese tiempo se sintieron como en la película Frozen. Las temperaturas estaban bajo cero, nevaba y el lago que tenían frente a la casa estaba congelado. Para divertirse, hicieron muñecos de nieve y pasearon en trineo.

Una vez que pasó su cuarentena y la vida despertaba del letargo de las fiestas navideñas, la Orquesta Sinfónica de Montreal citó a todos sus miembros a una reunión por Zoom. Dice Payare que el ánimo era bajo porque esperaban malas noticias. Recientemente el primer ministro de Quebec anunció nuevas restricciones por el covid-19. La orquesta estaba preocupada porque, quizás, la evolución de la pandemia los obligaría a cancelar todos los conciertos del año. Pero él y tres músicos sabían de qué iba el encuentro.

El 7 de enero la junta directiva de la Orquesta Sinfónica de Montreal hizo el anuncio. «Todos estaban angustiados. Se les veía en la cara. Ellos ya habían votado y el comité de selección se encargó de hacer todo. Pero en secreto, claro. Yo ya sabía, la noticia se la dieron a la orquesta. Y cuando dijeron que yo era el nuevo director vi cómo la cara de los músicos cambió inmediatamente. La sensación fue genial, incluso por Zoom, donde uno cree que no pasa por la virtualidad, se sintió la emoción. Estaban contentos y emocionados. Fue fenomenal. Me siento muy complacido», comenta.

Este cargo representa un paso más en la vida profesional de Payare, pero es muy significativo, pues se trata de uno de los valores que guarda de su paso por El Sistema. «La voz del maestro Abreu está conmigo en todas partes. Fue un gran apoyo e inspiración. Uno puede escuchar su voz diciendo ‘sigue echándole pichón que las cosas se van a ir dando’. Él decía que cuando pasas a otro nivel la meta se hace cada vez más lejana y debes esforzarte más para obtener la excelencia artística».

Al día siguiente del nombramiento, la orquesta tuvo el primer ensayo con su nuevo director. Pero Payare ya había trabajado con la Sinfónica de Montreal en 2018. «Fue una conexión muy bonita. Mágica. De esas que simplemente pasan», comenta sobre aquel  momento. Luego de la práctica, el 10 de enero, la orquesta debutó en vivo, en un concierto vía streaming. Dice haber vivido una experiencia grata porque sintió la energía de los músicos, pero rara a su vez porque, del otro lado, los asientos estaban vacíos. Para ese concierto interpretaron la Primera Sinfonía de Brahms, una composición que, al terminar en coda, pareciera ser una erupción musical y es seguida por una algazara de la audiencia.

Para ensayar en 2021 los músicos deben guardar dos metros entre sí y, los que puedan, utilizar tapabocas. De esa manera, los 60 profesionales se reúnen en la Maison Symphonique para ensayar las piezas que ha escogido el conductor. El primer domingo del año se presentaron en vivo, pero transmitido por plataformas digitales, y actualmente están en proceso de ensayos para un segundo concierto que grabarán antes de que Payare regrese a San Diego, donde continuará su temporada con la orquesta estadounidense.

«Ahora es cuando viene lo bueno, el cielo es el límite», sentencia el músico cuando explica que este año comienza con la Orquesta Sinfónica de Montreal como director encargado (estará unas 5 o 6 semanas en septiembre) y en 2022 será cuando asuma el cargo de director. El calendario no está establecido porque la incertidumbre impera. Debe saber en qué condiciones realizará los conciertos: con o sin público, distancia entre los músicos e, incluso, cuán grande será la orquesta. Pero tiene algo claro: quiere incluir música venezolana en el repertorio. Particularmente la de los maestros Antonio Estévez y Aldemaro Romero.

Los planes con la Orquesta Sinfónica de Montreal también incluyen ciclos de Mahler, Wagner, Beethoven y Tchaikovsky combinados con otras disciplinas como la actuación y la ópera. «Solamente de pensar en las posibilidades me vuelvo loco. Todo estará muy genial», añade. En San Diego espera reencontrarse con la audiencia ya que allí se estarán realizando conciertos al aire libre y eso permite, hasta cierto punto, reunirse. También, en California se está terminando de construir The Shell, una concha acústica ubicada cerca del mar donde la brisa, y todas las medidas sanitarias, podrían permitir el disfrute de la música en vivo.

A pesar de que a partir de este año estará anclado a dos ciudades diferentes, Payare confía en que los tiempos en Canadá y Estados Unidos no chocarán. Es decir, en una estará entre 14 y 16 semanas al año y con la otra 10 semanas. Antes, cuando solo estaba encargado de la Sinfónica de San Diego, ya era ágil con el manejo del tiempo: viajaba constantemente a otros países como conductor invitado. Además, su esposa también se presenta con grandes orquestas alrededor del mundo.

El último concierto con audiencia que condujo en 2020 fue en Leipzig, Alemania, el 7 de marzo. Desde entonces, el mundo entró en confinamiento. «La pandemia ha sido terrible. Y ahora que podemos estar más al tanto de lo que pasa, vemos el impacto que tiene. Para la industria de la música ha sido difícil. Sabemos que como artistas podemos llevar un mensaje a los demás y es muy duro no poder hacerlo. La música es el aire que respiramos y cuando nos lo privan, todo se vuelve complicado. Sé que hay muchos músicos que no están haciendo lo que aman porque deben buscar cómo sobrevivir», dice Payare.

Aunque el año inicia con las mismas y nuevas restricciones para frenar el covid-19, el director se mantiene optimista. «Ya hay vacunas y con el favor de Dios todo mejorará», dice. Además, cree que cuando la pandemia pase, vendrá una explosión de alegría y un volcamiento de las personas hacia las artes. Inclusive, piensa que habrá mayor apreciación porque, explica Payare, la pandemia ha permitido a la humanidad darse cuenta de lo importante que son el arte, los abrazos, los bailes y los conciertos.

La familia Payare vivía en la urbanización Oropeza Castillo en Puerto la Cruz. Rafael es el menor de cinco hermanos: tres hembras y dos varones. Y reitera que, mientras crecía, era un niño inquieto, simpático y con muchos amigos. Para él era usual entrar al cuarto de su hermano mayor, Joel, y escuchar a Mozart. No sabía que se trataba de una sinfonía antiquísima. Luego, cierto día, le llamó la atención el sonido de los cornos en La Marsellesa. Joel formaba parte de El Sistema para aquel entonces y frente al interés de su hermano, decidió llevarlo al núcleo en el que recibía clases.

Cuando tenía de 13 años de edad conoció al maestro Antoine Duhamel (director de la orquesta sinfónica del estado Anzoátegui). Lo primero que hizo el profesor fue entregarle un corno francés. Le pidió que soplara. Sonó. Y desde ese momento comenzó a tocar con la orquesta. «El corno me escogió a mí», asegura. Tres semanas más tarde, el maestro Duhamel le dijo que asistiera a la orquesta un sábado. Joel estaba desconcertado y Rafael no entendía para qué lo habían llamado. Era el día de las audiciones. «Antoine me preguntó qué iba a tocar y yo no tenía ni idea. ‘Lo único que me ha enseñado: una escala’, dije. Eso hice. Comencé el lunes. Estaba un poco asustado, pero aprendí».

Dos años más tarde ya terminaba el bachillerato y las dudas que tenía sobre su futuro académico se habían disipado gracias a su trabajo con el corno francés. «Me gradué de 15 años y mis padres estaban pendientes de lo que iba a hacer y cuando la música entró a mi vida fue como ‘nada de lo otro, esto es lo mío y lo que tiene sentido para mí’. De pequeño nunca se me habría ocurrido ser músico porque no tenía el acceso a la música. Luego en el Instituto Universitario de Estudios Musicales (Iudem) me formé y comencé a tocar con las orquestas del país».

Payare recalca lo malagradecido que puede llegar a ser el corno francés: «Si cometes un error, toda la orquesta se entera. Por la manera como atiende los armónicos, tienes que tener nervios de acero porque con el mínimo descuido cometes un error». Pero no todo es malo. «Es un instrumento que amo. No me arrepiento de haberlo escogido». De hecho, le ha servido como una amalgama por su ubicación en la orquesta, entre la madera, cuerda y los metales; gracias a él puede escuchar las voces medias que se pueden perder entre otros sonidos.

Entre los maestros de El Sistema que recuerda figuran Juan Carlos Molleja y Yolanda Carrillo como profesores de solfeo; en corno Javier Aragón, Joel Arias y Fernando Ruiz. También al maestro Rubén Cova de la Orquesta Nacional Infantil y Juvenil, quien lo inspiró a ser mejor cada vez. Y en el Instituto Universitario de Estudios Musicales Franka Verhagen y Blas Emilio Atehortúa. Además, atesora todo lo que le enseñó el maestro José Antonio Abreu.

Los estudios de música Payare los combinaba con los de Ingeniería Química en la Universidad de Oriente. Estaba terminando el quinto semestre cuando fue invitado a formar parte de una nueva orquesta que se estaba creando con los alumnos que, por cuestiones de espacio, no formaban parte de la Bolívar A. Entonces, dejó la carrera y se mudó a Caracas para continuar con su formación musical.

El director de orquestas se encontraba en una gira internacional con la Nacional Infantil y Juvenil del sistema de orquestas en Fiuggi, Italia. Allí estaban ensayando con el maestro Giuseppe Sinopoli y el cornista, al ver cómo su dirección era capaz de cambiar el sonido de la orquesta, se dio cuenta de que le gustaría dirigir. «Yo algún día tengo que hacer eso. Cuando esté viejito y tenga el cabello bien blanco», pensó en aquel momento cuando tenía 21 años de edad. Pero la visión del maestro Abreu apresuró el encuentro de Payare con la batuta.

«En 2004, un día, hablando con el maestro en su oficina de Parque Central, me dice ‘creo que tú tienes ciertas cualidades con las que se nacen. Y con esfuerzo y dedicación, y si me dejas, yo te puedo enseñar el camino para que seas un director de orquesta’. Cuando me dijo eso fue como ¡qué! Claro que sí’. E inmediatamente mi mente se abrió y empecé a entender un montón de cosas. Me inscribió en cursos intensivos en el Iudem. Siempre el maestro te enseñaba el camino y a soñar; a creer que siempre se podía ir más allá. Todo ha sido gracias a él. El maestro iba 15 años por delante. Hay veces en las que pienso ‘aaah, esto era lo que decía el maestro’ y todo tiene sentido», revela Payare.

La última vez que estuvo en Venezuela fue hace cinco años. En esa oportunidad, el director oriental condujo las orquestas Simón Bolívar, Teresa Carreño y Juvenil de Caracas; y Alisa Weilerstein se presentó e interpretó a Dvořák en el país. «Mi corazón está allá y yo, adonde voy, llevo a Venezuela y a El Sistema conmigo», confiesa. Sin embargo, ese tiempo fuera del país no ha sido por gusto. En dos ocasiones debía volver, pero canceló por un desprendimiento de retina en el ojo derecho. Desde entonces cuenta los días para regresar. Y de hacerlo, le gustaría dirigir orquestas de los diferentes núcleos del interior del país.

Con respecto a la situación actual de las orquestas en Venezuela, Payare piensa que es bastante triste. Pero que, a pesar de los tiempos difíciles, no se le debe negar a los niños y jóvenes el derecho de soñar y pensar que se puede apuntar a grandes metas. Además, resalta que el trabajo del maestro Abreu se ve reflejado en directores como Christian Vázquez, Diego Matheuz, Domingo García, Gustavo Dudamel, Enluis Montes, Jesús Parra, Joshua Dos Santos, Manuel Jurado, Gonzalo Hidalgo y Andrés David Ascanio.

Además de su paso por El Sistema, la participación y triunfo en la competencia Nicolai Malko para jóvenes conductores, en 2012, fue fundamental para su salto al mundo de las orquestas internacionales. Como parte del premio, el director podría dirigir 24 agrupaciones en un lapso de tres años y ser invitado nuevamente de acuerdo con su desempeño. A partir de entonces ha trabajo con grandes orquestas y dirigido con maestros como el difunto Claudio Abbado, Simon Rattle, Daniel Barenboim, Lorin Maaze y Bernard Haitink.

27 años han pasado desde que la vida de un niño apasionado por el corno francés cambió para siempre. «El Sistema es de lo mejor que le ha pasado al mundo. Yo soy un ejemplo de ello. En mi casa no hubiera entrado la música clásica, como en muchas otras, de no haber sido por el maestro Abreu y sus ideas. Yo descubrí que eso me movía gracias al maestro, al Sistema», afirma Payare y agrega, además, que ha intentado aplicar los principios de El Sistema en Belfast, San Diego y Montreal. «La música es un derecho y no un privilegio, eso es una verdad absoluta. Lo creo y lo vivo», destaca.

Payare no para de aprender. Mientras hace cualquier actividad tiene música en su cabeza. Sabe que esta fascinación por seguir estudiando fue plantada por José Antonio Abreu, quien le enseñó que siempre se debe trabajar con dedicación, honestidad y pasión. Para las presentaciones, Payare estudia el score y el contexto; es decir, la vida del compositor en ese momento y en qué periodo histórico se encuentra. «Me gusta entrar en la psique del compositor para entender su obra y entre más información tenga, la mente va consiguiendo una mejor manera de hacerlo. Yo voy con todo, es todo o nada. Toda la música la haces completamente o nada, no hay puntos intermedios».

Si no se encuentra ensayando o estudiando a sus referentes como Leonard Bernstein, Carlos Kleiber, Rafael Kubelík o Herbert von Karajan, Rafael Payare disfruta el tiempo que pasa con su hija. También le gusta leer, caminar y seguir el beisbol venezolano: se confiesa fanático de los Caribes de Oriente e intenta no perderse ningún juego.Y le gusta conocer cada ciudad a la que va. En septiembre, cuando regrese a Montreal, espera recorrerla mejor y entrar en contacto con la cultura quebecois. De esa manera podrá continuar practicando su francés que, dice, domina bastante bien.

Medios como el Belfast Telegraph, el canal de televisión canadiense CBC o el periódico Los Ángeles Times, comentan que la apariencia de Rafael Payare, su pelo rebelde y enrulado, junto con su actitud, le hacen parecer una estrella de rock. Pero él no se ve así y le sorprenden ese tipo de comentarios. Entre risas comenta que es simplemente Rafael: «Vivo, respiro y me encanta hacer música. Solo eso».

«Cuando dirijo siento que estoy vivo. Se crea una conexión especial y es como si nos conociéramos desde hace tiempo. Vamos y estamos. Es muy linda esa magia porque cada día que pasa se va intensificando. Gozamos un puyero en el escenario. Y con el favor de Dios, más temprano que tarde, el público podrá regresar a las salas para experimentar esa química que tenemos. Mientras tanto, vamos llevando el mensaje de esperanza de que podemos hacer esto. Hablamos por el músico que no puede por las restricciones en diferentes partes del mundo. Es por todos aquellos que no están», finaliza.


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