Luis Miguel
Foto Mauricio Villahermosa

El día que Karin Valecillos concede esta entrevista celebra su cumpleaños número 44, el tercero que pasa en Ciudad de México. A la capital mexicana llegó en 2019, gracias a una oferta que nunca imaginó: ser una de las escritoras de Luis Miguel, la serie. Ella, la guionista del premiado filme El Amparo, sobre la masacre ocurrida en el estado Apure en 1988, cuando funcionarios militares y policiales asesinaron a 14 pescadores a los que acusaron falsamente de ser subversivos colombianos; también la autora de Jazmines en Lídice, primero obra de teatro y luego película sobre la tragedia de una familia fracturada por la pérdida de un hijo debido a la violencia en las calles de Caracas, se instalaba así en el imperio Netflix para trabajar en la segunda temporada de una de sus series más exitosas en el mercado hispano, la que cuenta las luces y sombras de Luis Miguel Gallegos Basteri.

Iba por unos meses, pero ya han pasado tres años. Y este día en el que celebra trabajando un año más de vida es el primero, cuenta, en el que realmente se siente tranquila. «2019 fue muy particular, estaba mi hermana conmigo y yo con muchas cosas en la cabeza, incertidumbre, expectativas, llegando a esta ciudad. El año pasado fue muy movido por cosas familiares que estaban pasando en Venezuela y este 2021 es otra cosa. No tengo el corazón dividido, ya asumí que me quedaré aquí», reconoce.

Junto con su esposo y su hija de tres años, Karin Valecillos, licenciada en Letras egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, ha decidido echar raíces en México. «Ser consciente de ello me da paz, tranquilidad». Pero no fue una elección sencilla. «Me costó. Mucho. Yo vengo del teatro, que es algo muy local, muy del país del que eres. Incluso de la ciudad en la que vives. Yo hacía un teatro muy caraqueño, pero la televisión y el streaming te permiten estar en cualquier lugar. Yo soy una venezolana que escribió una historia muy mexicana, por ejemplo. Sentí que perdía mi espacio; Tumbarrancho, mi grupo de teatro. Y al principio fue muy doloroso. Mucha gente me decía que hiciera teatro en México. Pero es ahora que me siento capaz, con ánimo para ello. Sentía que el espectador de las obras que escribo estaba en Venezuela. En ningún otro lugar».

Dialoguista de telenovelas como Estrambótica Anastasia, escritora de Calle luna, calle sol, Dulce amargo, todas de RCTV, y Eneamiga (Televen), entre otras, Valecillos fue entendiendo con el tiempo que no podía tenerlo todo. Y que Venezuela siempre sería una herida con la que tendría que aprender a vivir. Una herida que, asegura, va sanando. Pero la cicatriz está allí. «Me tocó asumir que perdí mucho. Viví un duelo muy duro porque perdí afectos, amigos, puntos de referencia, una trayectoria. Comencé a acostumbrarme a nuevos olores, sabores, sonidos. Entender que había perdido mucho fue importante para mí», dice la también responsable de obras de teatro como Lo que Kurt Cobain se llevó, Te dejo la corona y Manual para mujeres infames, entre muchas otras.

―¿Y qué ha ganado?

―Amigos, sabores, olores. Me fui involucrando poco a poco con esta ciudad, con mi nuevo lugar. México tiene algo particular, al ser latinoamericanos tenemos muchas cosas en común y se hace mucho más fácil integrarte a tu nueva historia. No me preocupa, por ejemplo, que mi hija, que llegó a esta ciudad con 9 meses, hable con acento mexicano. Su vida será mucho más rica que la mía. Esto me ha hecho ampliar mi mirada, entender que sí he ganado mucho.

―¿Cómo describe su experiencia como migrante en México, personal y profesionalmente?

―Siempre se dice que la gente habla de la feria según cómo le va. Es un proceso muy difícil y depende de cómo sucede. Me siento privilegiada en lo personal y en lo profesional. Llegué respaldada por un gran proyecto como fue Luis Miguel, la serie. Con quienes trabajé se convirtieron en mis amigos, me sentí bienvenida. Ojalá fuera lo común para todos. Profesionalmente me sentí muy respetada por la empresa, por mis compañeros. En lo personal llegar a México fue reencontrarme con amigos con los que hice teatro toda mi vida, entre ellos Samantha Castillo. Gente que no te deja sentir tan sola ni desamparada. Y el mexicano es muy amable. He tenido la fortuna de hacer amigos de grande.

―¿Le genera alguna inquietud como venezolana la presidencia de López Obrador?

―Mucha gente trata de hacer paralelismos y no quiero pecar de ingenua, pero siento que México es muy diferente. Como en todos los países latinoamericanos, las diferencias sociales están muy marcadas y eso es caldo de cultivo para discursos populistas y llamar la atención de aquellos que se sienten desatendidos. Pero son situaciones diferentes, un entorno muy particular porque el principal socio comercial de México es Estados Unidos y hay factores que no permiten que se repita la historia. Es difícil decirlo, pero creo que entiendo por qué pasa esto. Donde hay tantas dificultades y pobreza la gente se siente representada por quien te hace creer que habrá justicia en medio de las desigualdades. Los países latinoamericanos tenemos que pensarnos, vernos y entender de dónde surgen estos fenómenos. Pasan por algo.

―¿Qué extraña de Venezuela?

―Absolutamente todo. Pero he aprendido a extrañar desde la nostalgia feliz. No estoy todo el tiempo pensando en Venezuela ni comparando realidades, tampoco momentos. Pero extraño mis afectos, los puntos de encuentro. Venezuela siempre será mi casa, puedes estar en muchos lugares, pero sabes que siempre tendrás tu casa. Entonces, extraño desde la alegría.

―¿Cómo es el país que mira desde la distancia?

―Este año fue particularmente difícil. Y miras con muchísima preocupación, con incertidumbre. Mi familia toda está allá, la de mi esposo también. Y es imposible no sentir desasosiego. Cómo reaccionar ante una emergencia estando lejos, cómo resolver inmediatamente en un país que cambia de una hora a otra. Es una de mis más grandes preocupaciones. Todo el que emigró y tiene a su gente allá sabe de qué hablo. Económicamente la serie sobre Luis Miguel me dio una estabilidad económica que me permitió atender momentos difíciles en Venezuela. Todo lo que había ahorrado se me fue. Y me tocó comenzar de cero.

―De Jazmines en Lídice a El Amparo y de El Amparo a Luis Miguel, la serie. ¿Cómo ha sido para la escritora esta transformación?

―Yo entré a Luis Miguel por un proyecto que no se parecía en nada a la serie. Era un thriller de suspenso psicológico que escribí y le llegó a Carla González Vargas, showrunner y productora ejecutiva de la serie, y también presidenta de la productora Gato Grande. Ella me contactó por ese proyecto personal que traté de mover muchísimo, pero con el que no pasó nada. Hablamos. Fue directa. Me dijo que le gustaría que trabajara con ellos y me dio dos opciones: o le presentaba un nuevo proyecto que se pudiera realizar en México o formaba parte del equipo de escritores de la segunda temporada de la serie. Y no me lo creí. Yo, tan fan de Luis Miguel, que pegaba gritos en El Poliedrito cuando lo vi por primera vez. La primera temporada de la serie me había gustado mucho, además. Recuerdo el momento y fue algo realmente emocionante. Yo le comenté que ya había trabajado para Telemundo y RTI desde Venezuela, pero me dijo que este no era el caso. Luis Miguel funcionaba con un cuarto de escritores que se reunía presencialmente y eso implicaba viajar a México. No lo pensé dos veces. Y me sirvió mucho todo lo que había escrito, muy venezolano. Porque en una serie como la de Luis Miguel uno conecta con la verdad del personaje más que con los hechos reales. Jazmines en Lídice y El Amparo tienen su base en hechos reales. Y lo que me sirvió de mi experiencia en el teatro fue precisamente cómo entender y trasladar un hecho real a la ficción manteniendo la verdad de los personajes independientemente de que los hechos no pasen como suceden en la realidad. La realidad es algo difícil de aprehender, te tienes que aferrar a la verdad del personaje y de quienes lo rodearon, quedarte con la emoción, con los momentos que lo definen como artista y en ese sentido pude enganchar con el proyecto, tanto que me mantuve para la tercera temporada.

―¿Fue fácil la escritura?

―No lo fue. Además, trabajamos muchísimo. Nos reuníamos en la sede de Gato Grande todos los escritores, entre 9:00 am y 5:00 pm. Tuve, además, que hacer un ejercicio de memoria en el que me di cuenta de que no era lo mismo mi construcción del ídolo a los 14 años que mi mirada adulta. Luis Miguel es un tipo muy aferrado a la cultura mexicana. Tuve que aprender a frasear distinto, a dialogar distinto, a entender la musicalidad de cada personaje. Agradezco que me tocara «Ayer», el cuarto episodio de la segunda temporada, y no uno de los primeros, porque tuve más tiempo para prepararme, leer los otros guiones en los que también había participado. Fue una inmersión total y entender que en la televisión todo es adaptación siempre. Tienes que ser una plastilina y moldearte.

―¿Y en la tercera temporada?

―Hubo una diferencia en relación con la segunda. En esta el cuarto de escritores funcionaba en colectivo. Todos hablamos, opinamos qué era lo mejor y entonces el jefe de escritores, que fue Daniel Krauze, filtraba contenido y seleccionaba lo que funcionaba mejor para el episodio. En la tercera temporada fueron menos los episodios, así que coescribimos cada capítulo. Participé en el segundo, «Cómo es posible que a mi lado», con Larissa Andrade y en el quinto, «Amante del amor», con Anton Goenechea. Fue muy importante para mí porque era traer de vuelta al personaje de Luisito Rey.

―¿Se ha cuestionado no haber seguido en esa línea de denuncia, en esa línea de contar lo que ha sido la tragedia venezolana de los últimos años?

―Muchísimo. Y es cuando me refiero a la nostalgia por el teatro. Me lo cuestiono mucho y claro que quisiera seguir escribiendo cosas que tengan que ver con el país. De hecho, estoy trabajando en un guion sobre un migrante para revisar la historia de la migración a partir de la mirada de un tío que vino desde las Islas Canarias. Es una manera de ver a Venezuela desde otra época, con otra mirada. Quiero mantener mi línea de trabajo. Pero soy consciente de que en televisión y en plataformas de streaming es muy difícil que el proyecto sea tuyo, pero es imposible que en cada cosa que uno escribe no diga de dónde viene y quién es. Me sucedió en ese cuarto episodio de la segunda temporada, «Ayer». Allí estaba la Karin madre, en ese episodio en el que Luis Miguel se lleva a su hija a la grabación del video de la canción. Allí hay algo de mí. Cuando intentas escribir a distancia, sin tu voz, no pasa nada. El arte conmueve en la medida en la que hables de ti.

―Si se pone en el papel de espectadora fan: ¿qué es lo que más le gustó de la serie?

―Yo fui muy fan de Luis Miguel, era una adolescente de amores platónicos, Menudo y Luis Miguel entre ellos. Yo recuerdo esa emoción de verlo en vivo y como fanática, hoy, agradezco que la producción lo despoja de ese halo de misterio que siempre lo envolvió. Me gustó que la serie fue leal y honesta con el personaje, no lo maquillaron, mostraron su luz y su oscuridad. Siempre puede haber la tentación de contar finales felices y acomodar al personaje. Acá no se hizo. Hay críticas, por supuesto, porque no puedes complacer a todo el mundo. Pero sin duda la serie fue consecuente en hacerle entender a los espectadores de dónde surge un personaje como Luis Miguel, con todo su brillo, todo su talento, toda su majestuosidad y toda esa reserva en su vida privada que lo hacía parecer antipático. Agradezco haber entendido su proceso. Me habría encantado conocerlo, pero en la segunda temporada nunca pudimos ir al set porque estábamos en plena pandemia y en la tercera, aunque más relajada, tampoco asistimos al rodaje.

―Llega a Netflix, a una de las series más vistas en Hispanoamérica, sobre un verdadero ídolo continental. ¿Qué supone eso en el futuro, condiciona su trabajo?

―Sin duda entré con el pie derecho a la industria del streaming. Haber estado en Luis Miguel, la serie me ha traído buenos proyectos, las mejores recomendaciones. No te puedes imaginar los beneficios. Compartiré una anécdota. Una amiga estaba alquilando un apartamento en Ciudad de México y me pidió ser su garante. Le dije: «No soy mexicana y no tengo propiedades acá. Va a a ser difícil. Lo único que puedes poner es que escribo Luis Miguel, la serie». Y se la aceptaron sin preguntar nada. Allí entendí un poco la magnitud del asunto. Profesionalmente ha sido una carta de presentación que me permitió conocer y trabajar con gente muy talentosa. Lo que he conseguido es por la gente que ha estado a mí alrededor. Pero todo supone, también, una gran responsabilidad. Me ha obligado a estar a la altura de lo que vendrá, a estudiar mucho más, a no dar nada por sentado, a exigirme mucho. Porque Luis Miguel es uno de esos hitos que marcan, un punto de inflexión en mi vida. Luis Miguel, la serie es un punto de giro en el guion de mi vida.

―¿Vendrán más proyectos con Netflix?

―Espero que sí. Ojalá que sí.

―¿En qué trabaja en este momento?

―En febrero se estrenará Código implacable, una serie de 10 episodios que dirigió Joel Novoa para Sony Pictures Television. Es un policial, un género que me apasiona, pero siempre me he enfocado en contar historias desde el punto de vista social. He escrito también mucho para niños, ahora estoy en una serie de Disney. Y a todo eso he llegado gracias a Luis Miguel.

―¿Está al tanto de lo que sucede en la escena venezolana? ¿Qué opina del teatro que se sigue haciendo en el país?

―Sí, claro. Mis amigos están allá y estoy siempre muy atenta. Me parece que el trabajo de La Caja de Fósforos es imprescindible. Estrenó recientemente una obra de Fernando Azpúrua. Siento que le dan voz a dramaturgos jóvenes venezolanos. El trabajo que hacen Diana Volpe, Orlando Arocha y Ricardo Nortier es maravilloso. Al igual que el que hace la gente de Deus Ex Machina, con Rossana y Elvis al frente. Es grandioso. Celebro que hay gente buena defendiendo la cultura, el derecho a contarnos desde las tablas, el derecho de ver buen teatro. A veces siento envidia buena, sana, de estar allá.

―¿Qué proyecto le haría emigrar de nuevo? ¿A qué no le diría que no?

―A mí me costó muchísimo dejar Venezuela, entonces, después que sales, creo que ya puedo estar en cualquier lugar. Y si ocurre un milagro, si el país cambia, vuelvo sin duda a Venezuela. Quiero que mi país cambie para regresar pero, sobre todo, para que mi hija vuelva. Es lo que deseo.

―¿Qué tanto le ha cambiado la vida la pandemia? ¿Qué ha aprendido?

―Realmente mucho. Y puede sonar a lugar común, pero entendí que no hay que dejar todo para mañana. Di clases en el Colegio San Ignacio de Loyola y uno de mis alumnos estaba de visita en México. Quedamos en vernos para tomar un café. Se me complicó el día y le dije: «Vamos a dejarlo para mañana». No hubo mañana. Esa noche comenzó el confinamiento. Entendí que el mañana no siempre va a estar allí. La pandemia me ha enseñado a valorar la importancia del aquí y el ahora. También a no postergar un café.

―¿Un consejo para aquel que quiere contar historias?

―Que escriba, que tenga algo que mostrar. Las historias tienen que estar en el papel y no en la cabeza. Nunca sabes quién te abrirá una puerta y a quién tendrás que mostrarle algo. Las historias hay que escribirlas.


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