Joanna Hausmann: La cuarentena me ha enseñado a ser menos perfeccionista

Confinada en casa de sus padres desde hace 2 meses, la comediante no sabe cuándo regresará a Nueva York, ciudad en la que vive desde hace 8 años. Allí ha sentido como nunca el rechazo, pero también ha sido el lugar en el que ha crecido como humorista. Tiene 6 años sin venir a Venezuela, una herida que no ha sanado

Joanna Hausmann se fue hace dos meses con su esposo a casa de sus papás, los economistas Ana Julia Jatar y Ricardo Hausmann. Dejaba por unos pocos días su casa en Nueva York, así que en un pequeño bolso sólo metió cuatro camisas y dos pantalones. No mucho más.

Ya lleva dos meses en el estado de Massachusetts y no sabe cuándo volverá a su casa. Tampoco tiene idea de la ciudad con la que se reencontrará porque Nueva York, centro de la pandemia en Estados Unidos, ya no será la misma. «Siento que regresé a mi infancia. Esto de convivir con mis papás es absolutamente nuevo. Aunque los roles están invertidos. Ahora soy yo la que los regaña y los pobres se la calan», dice la comediante venezolana de 31 años de edad.

De allí que su madre se haya convertido durante el confinamiento en asistente, actriz, productora y directora de los videos que sube a las redes sociales. «Nos hemos acoplado para funcionar como sociedad por estos días, en este caso, una sociedad profesional».

Como comediante, la cuarentena le ha permitido a Joanna Hausmann hacer un ejercicio de introspección para crear contenido. «Y es algo interesante, porque en este momento todos estamos mirando hacia adentro, hacia nuestro interior, mientras convivimos con seres queridos y exploramos esas relaciones en esta nueva dinámica que nos ha tocado vivir».

—¿Y qué has descubierto mirando hacia tu interior?

—Yo soy una persona neurótica, muy ansiosa, perfeccionista. Antes de subir un video en redes, busco crear el contenido más pulido, con el más alto nivel de producción. Y ahora estamos en una situación en la que no tenemos las herramientas para lograrlo. Ni los mejores late shows de Estados Unidos lo están haciendo. Son programas grabados en casa del presentador. Entonces perdonas la calidad para buscar buen contenido. Y eso ha sido liberador para mí y creo que para muchos comediantes que están creando contenido por estos días. Como dijo Voltaire: «No dejes que la perfección sea el enemigo de lo bueno».

—¿Entonces la cuarentena te ha vuelto una persona menos perfeccionista?

—Un poco. Lo sigo siendo, pero no como antes. Ahora me siento mucho más relajada. Ha sido, realmente, una liberación.

Desde hace 8 años Joanna Hausmann vive en Nueva York. Allí se asentó buscando un lugar que profesionalmente le permitiera canalizar su deseo de convertirse en comediante, de escribir para televisión. No ha sido fácil, más han sido las ocasiones en las que la han rechazado, pero vale la pena estar y seguir por las oportunidades que ha recibido.

«Vivir en Nueva York es estar enamorado de alguien que te odia», afirma Hausmann de la ciudad que todos los días le hace saber que no la necesita allí. «Pero Nueva York te brinda tanto que valen la pena los sacrificios, llegas a aceptar las incomodidades. La gente está allí para lograrlo aunque la mayoría de los días son difíciles».

La comediante ha perdido la cuenta de las audiciones que ha hecho y las aplicaciones que ha enviado para encontrar un empleo. 98% de las veces, cuenta, le han dicho que no. «Vivo por el 2% que me dicen que sí». Y se ha acostumbrado porque ha entendido que en Nueva York hay gente que lo hace mejor, mucho mejor que ella, pero ninguna como ella. «Porque lo único que yo puedo ofrecer es lo que yo soy y gracias a ese aprendizaje fue que empecé a tener éxito en Internet».

—¿Difícil de aceptar?

—Al principio fue catastrófico, cada vez que me decían que no era una puñalada, un golpe directo a los sueños que tenía. Pero con el tiempo, ya son 8 años, voy entendiendo que ese 98% de las veces que me dicen que no es realmente importante para ser mejor en lo que hago.

Aunque dice que desde hace un tiempo lo supera más rápido, admite que cada negativa le genera una sentimiento de luto. «Nadie está preparado para que lo rechacen, menos después de dedicarle días, horas, semanas a escribir un guion. Pero no era mi momento, es lo que me repito siempre. Trato de ver cuáles fueron los mejores chistes que hice, qué considero que hice bien para aprovecharlo en otras cosas».

—¿Un modo de vida?

—Totalmente. Estamos condicionados para estar bien. La única que no me puede rechazar soy yo. Y he optado por asumir que en cada una de las audiciones que hago no me van a aceptar.

Seis horas después de esta conversación participará en la cuarta ronda de una audición para ser host de un show de televisión. Y va mentalizada: no será para ella, no será su momento, un mecanismo que le permite quitarle peso y bajar la ansiedad. «Soy más yo cuando voy con esa actitud. La ansiedad me mataba, le daba mucha importancia. Ya no. Y me siento mucho mejor».

Del confinamiento ha aprendido Joanna Hausmann que nadie tiene que ofrecerle nada porque la productora y la directora es ella, que tiene mucho contenido por crear y compartir en Twitter, Instagram o Youtube, los canales de comunicación con su audiencia. «Había dejado de subir material en mis redes y es liberador sentir que no dependes de nadie, que eres autónoma».

Nació en Inglaterra y se crió entre Venezuela y Estados Unidos, donde finalmente se radicó. No fue fácil. Fueron años de crisis de identidad que fueron alimentando a la comediante en la que se convirtió.

—Siempre haces saber que mudarte de país, de colegios, te generó una crisis de identidad. No eres venezolana, no eres estadounidense. No perteneces a ningún lugar. ¿Se supera eso en algún momento? ¿O se le ha hecho una carga pesada?

—En este momento cambiaría algo. Pensaba que no era ni venezolana ni estadounidense, pero soy todas las cosas. Hasta un poco colombiana porque me casé con un colombiano. La carga que siento es la que vive toda persona que ha emigrado, que siente que vive en dos mundos. Ahora es un privilegio mirar las cosas desde diversos puntos de vista.

—¿Adónde pertenece Joanna Hausmann hoy?

—A muchos lugares. Pero sobre todo me he dado cuenta de que, más que a un lugar, pertenezco a un grupo de personas. Cuando publico un chiste en redes me encanta ver las reacciones de las personas, de dónde son, sus perfiles. Y hablo de chistes políticos o sobre derechos humanos también. Y me gusta ver las interacciones de un estudiante en Venezuela, de un puertorriqueño en México, de una norteamericana que aprende español.

—Siempre fuiste la cómica del salón, del grupo, de la casa… ¿fue una manera de inventarse una personalidad en medio de esa crisis de identidad que te ha acompañado?

—Exactamente. Porque cuando eres cómica no necesitas explicar contexto. Yo llegaba a un colegio en Estados Unidos, me presentaba como venezolana y venían preguntas, comentarios. En cambio, hacía un chiste y listo. Esta es la cómica. La risa siempre ha estado en los momentos más difíciles y tristes de mi vida. En las situaciones más  complicadas lanzo un chiste. Más que una identidad, es una manera de lidiar con la vida.

—¿El humor ha sido una tabla de salvación?

—Sí. Totalmente. Me encanta que la gente dice que los comediantes somos payasos. En cierta medida sí, pero también tenemos responsabilidades. Reflejamos la sociedad, educamos, intentamos que la gente no se sienta sola en momentos difíciles. Cuando no nos censuran, retamos al poder. En el momento en el que una sociedad entiende el poder de la comedia, puede verse a sí misma. Y es una sociedad más saludable. La comedia puede hablar de temas complicados sin que la gente los rechace. Me encanta hacer videos light, pero también ir hacia ese lado de la comedia que te lleva a mirar hacia un pozo oscuro, te invita a bajar juntos y te dice: «De esta salimos. Te voy a acompañar».

—¿Cómo se convierte Joanna Hausmann en una revelación en las redes?  

—Mi propósito siempre fue hacer chistes, comedia. Sentía que eso hacía falta en redes. Además, no me veía reflejada, como latina, en ningún contenido en Estados Unidos.  Necesitaba contenido para gente con una realidad más complicada que la que mostraban en Estados Unidos de los latinos. La primera vez que me vi a mí misma fue en un stand up, hace 8 años, que mi mamá grabó y montó en Youtube sin que yo supiera. Lo vio gente de Univisión, me ofrecieron trabajo en la plataforma bilingüe Flama y entonces tuve el placer de mirarme a mí misma, de reconocer mi identidad.

—¿Eres consciente del alcance de tu contenido?

—Crear contenido, hacer videos es una actividad muy solitaria. No es estar sobre una tarima, con gente viéndote, que te aplaude. Yo le pido a un primo que me grabe, luego editamos y montamos. No hay nadie más. Luego de publicado veo los números, y a veces me sorprendo. No entiendo mucho todavía tanta aceptación. Leo los comentarios, que me importan mucho más que los números, y me siento llena. Muy satisfecha. Es el equivalente al aplauso. Alegrarle el día a alguien es muy gratificante.

—¿Cómo preparas tus rutinas?

—La creatividad tiene una mala reputación. No es que te llega la musa y listo. A mí rara vez me pasa. Yo me impongo tiempos, rutinas de trabajo. Que es lo mejor que le pasa a la creatividad. Decido, por ejemplo, subir dos videos a la semana. Miércoles y viernes. Comienzo entonces a escribir y es cuando me siento más creativa. Tengo rutinas para hacer mis rutinas. Pero ahora sin exigirme demasiado. No en estos momentos.

—Eres también una persona muy intensa.

—Siento las cosas demasiado, lo asumo. Cuando veo algo que me frustra, me lleno de ansiedad; cuando veo algo injusto, me frustro. Son sentimientos agotadores. Y no celebro para nada mi intensidad. Hacer un chiste corta la intensidad. La risa es una medicina.

Y recuerda el día en que se casó hace dos años. Llovía como nunca, la boda era al aire libre. Lloraba. Estaba más ansiosa que nunca. Su novio, tranquilo. Ella agarró su carro, prendió su iPod y sonó el reguetón más vulgar, recuerda. «Fue una sensación magnífica. Manejaba, lloraba, llovía. Hubo un momento en que me vi a distancia y me sentí tan ridícula. Llorando el día de mi boda. Pero esa soy, así de intensa». Al final paró de llover. Y se casó con la luz del sol.

—¿Cambiará el coronavirus la manera en la que se consume cultura?

—Esto va para rato. No tengo dudas. Siento que vamos a la «youtubización» del entretenimiento, al consumo de contenido en redes. Veremos un híbrido en el que no será raro ver a un presentador desde su casa, con muy poca producción, pero con contenido. Yo estoy haciendo shows por Zoom, por ejemplo. Siento que vivimos una humanización del entretenimiento. No quiero ver a una gente con una vida perfecta, haciendo algo perfecto. Hay que crear, solo eso. Y sí, hará falta el aplauso, pero habrá otras maneras de encontrarlo.

—¿Estás preparada para la Nueva York con la que te encontrarás?

—Me interesa mucho regresar. He tenido sueños similares a los que tuve sobre Caracas. Tengo mucho miedo de volver a un lugar que no reconozco. Nueva York es una ciudad que resiste, que ha salido de las más duras tragedias. Ojalá nos encontremos con un lugar mejor, con otra vida.

—¿Se convertirán Internet y las redes sociales en el nuevo escenario? 

—Sin duda, aunque nada va a reemplazar la experiencia de ir a un teatro, ver un show en vivo. Pero mientras no se pueda, debemos encontrar algo que se le parezca, que nos aproxime a esa experiencia. Y no podemos negarnos.

—¿Hay límites para el humor? ¿Hasta dónde no llegaría?

—Los hay. Y cada persona tiene su opinión sobre esto. Cada chiste depende de tres cosas: quién lo dice, a quién se lo dice y el punch line. Cada vez que hago un chiste me pregunto qué es lo que puedo decir y qué puedo criticar. Puedo burlarme de mí misma, de un poderoso. Pero creo que hay gente en la sociedad que no merece un chiste que los denigra. Aunque hay gente que lo hace muy inteligentemente, mientras que a otros no les sale tan bien. No creo que sea bueno hacer chistes sobre minorías, apunto más a mirar desde el humor la sociedad en la que vivo. Y me han dicho mucho que trato de sanear la comedia. Pero no, es mi opinión.

—¿En nombre de la libertad de expresión es válido todo chiste?

—Todo el mundo tiene derecho de decir lo que quiera, nada de censura. Pero si el chiste te sale mal, evoluciona, pasa a otra cosa. Me ha pasado algunas veces y siempre trato de entender por qué no gustó, en qué me equivoqué. Y listo. Sigo. Pero hay que tener claro que a veces hay cosas que no funcionan.

—Una persona que vive del humor, que hace reír, ¿cómo enfrenta un proceso depresivo?

—No me imagino mi vida sin el humor. Mi salud mental depende mucho de eso. Para hacer comedia no le puedo tener miedo a mis sentimientos. Tengo que explorarlos y la comedia me ayuda a sobrepasarlos. Para hacer comedia me miro con un lupa emocional intensa. Soy vulnerable, ansiosa, depresiva, neurótica. Y no me da pena reconocerlo. Y siempre trato de burlarme de mí misma.

—Venezuela es una razón para deprimirse.

—Cien por ciento. No importa el tiempo que lleves fuera, tengo 6 años sin ir. Venezuela sigue siendo una herida que no ha sanado. Pero sentirme tan atada a un lugar y esa depresión que me genera, me ha dado una perspectiva que agradezco. Con Venezuela me pasa eso de reír para no llorar. Algo que entendí cuando me hice adulta.

—¿A qué te suena la palabra Venezuela?

—Es una palabra pesada y a la vez liviana. Liviana porque me recuerda a mi familia, mi bachillerato, las palabras con las que hablo. Mi ser. Pesada porque me llena de frustración y tristeza. Y esa dualidad me ha acompañado en todas las facetas de mi vida.

—Hace ya un año de la publicación de aquel video en el que intentabas explicar a los estadounidenses, muy en serio, qué era lo que estaba sucediendo en nuestro país en ese momento. Fueron muy bien recibidas, pero hubo también a quienes no les gustó. Incluso atacaron a tu familia. ¿Qué representó enfrentarse a eso? ¿Te afectó emocionalmente?

—Eso fue un momento muy complicado. Las percepciones y las opiniones que la gente tuvo de mí como ser humano opacaron lo que estaba tratando de decir. Allí sentí que no pertenecía a ningún lugar. Estaba muy metida en la política estadounidense. Me sentía también muy neoyorquina. Y la gente con la que me sentía alineada se convirtió en mi enemiga en redes. Me sentí, además, sin identidad política. Y fue muy duro.

La gente me puede decir que soy bruta, estúpida, fea, que mis chistes no dan risa. Me lo calo sin problema. Pero ya cuando cuestionan tu integridad es muy difícil de asimilar. Cuando dicen que tienes dobles intenciones, cuando atacan a mi papá… Uno no puede ver la vida en blanco y negro. Ese capítulo de mi vida me enseñó que hay mucha gente viviendo así. Y no, hay que darle mucho espacio a la escala de grises.

—¿Esa fue la primera vez que se enfrentó a críticas, que no eran cualquier crítica, por su trabajo?

—Me han llegado críticas todo el tiempo, duras y feas, pero estas tenían que ver con que si era buena persona o no. Y eso a mí me dolió más que cualquier otro comentario malo del pasado.

—¿Volvería a intentar explicar lo que sucede en el país?

—No lo sé. Creo que ahora mi responsabilidad es hacer que la gente se sienta acompañada y reflejar la realidad que estamos viviendo. Educar es difícil. No lo descarto en un futuro. Pero lo escribiría yo y le diría a otra persona que apareciera en cámara. Lo del año pasado fue muy duro.

 

 


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