El enigmático Retrato de español con bigotes atribuido a Diego Velázquez, que se exhibe en los Museos Capitolinos de Roma, finalmente tiene una identidad: se trata del que fue su cicerone y amigo en la capital italiana, Juan de Córdoba.

Tras diez años de investigación, la historiadora del arte italiana Francesca Curti  acabó con el misterio sobre quién era el distinguido joven varón de piel clara, mirada penetrante, bigotes y cabello oscuro llevados a la moda del momento y cuyo retrato terminó en los Museos Capitolinos. Además, los estudios de los documentos presentes en el Archivo de Estado italiano y la Biblioteca Ambrosiana de Milán sobre las dos estancias del pintor sevillano en Roma (1629-1631 y 1649-1651), publicados en la prestigiosa revista Burlinton Magazine, le permitieron reconstruir la importancia de Juan de Córdoba en la vida y el trabajo de Velázquez.

Después de 370 años, los dos amigos se vuelven así a reunir en este pequeño cuadro exhibido en la pinacoteca de los Museos Capitolinos entre obras de Tiziano, Caravaggio y Rubens y del que se dudaba incluso que fuera del pintor sevillano. Con la investigación «se comprueba definitivamente que este cuadro es de Velázquez y que además se trata de su amigo Juan de Córdoba», destaca Curti.

La estudiosa de la vida del artista en Roma explica que su investigación parte del primer biógrafo de Velázquez, Antonio Palomino, quien aseguró que el pintor retrató a todos sus amigos de la etapa romana. Curti ya se ocupó de desvelar quién era el erróneamente considerado Barbero del papa, cuadro que posee el Museo del Prado de Madrid y que era en realidad Ferdinando Brandani, otro de los miembros del circulo de amigos de Velázquez en Roma. Su atención se centró entonces en el resto de retratos de ese círculo de italianos y españoles que rodeó al pintor durante sus viajes a la Ciudad Eterna por encargo de Felipe IV.

En un principio se llegó a pensar que este retrato podría ser un autorretrato de juventud, pero Curti demostró que fue pintado durante su segundo viaje a Italia en 1650, y no en 1630, como se creía, cuando el mayor exponente del Siglo de Oro español tenía 50 años de edad.

Curti probó que se trata de Juan de Córdoba, que fue un agente de Felipe IV en la capital y que ayudó al pintor durante el período que pasó en Roma con el mandato del rey de contemplar sus esculturas en los palacios y encargar copias de bronce que luego enviaría a Madrid, así como buscar un pintor de frescos para la Corte.

De Córdoba fue el encargado de introducirle en los salones romanos, ponerle en contacto con los nobles y la jerarquía eclesial, y se cree que también fue compañero de correrías por la capital y se convirtió en amigo y confidente.

Los documentos de los viajes de Velázquez a Roma muestran que De Córdoba le consiguió el alquiler de un apartamento en el Palazzo Nardini, en la céntrica calle di Parione, detrás de plaza Navona, y que era él quien le gestionaba además los contratos de trabajo. La amistad era tal que incluso le encargó que se ocupara del hijo que tuvo en Roma con una mujer desconocida y al que cuidaba «una mujer, que no era su madre, llamada Marta, y que no lo trataba demasiado bien».

Curti llega a la identidad del varón del cuadro de los Museos Capitalinos cuando encuentra el testamento de Camillo del Corno, canónico muy amigo de Juan de Córdoba y que dejó toda su herencia al cardenal Pío de Saboya. El poderoso purpurado encargó un inventario de la herencia de Del Corno a dos grandes pintores de la época, Giuseppe Ghezzi y Giovanni Maria Morandi, que identificaron el cuadro como Retrato de Juan de Córdoba de mano de Velázquez y le pusieron «un valor de 20 escudos».

La historiadora concluye que seguramente De Córdoba lo regaló a su amigo Del Corno antes de morir o como pago por algún favor recibido. Una parte de la gran colección de arte del cardenal Pío de Saboya pasó con el tiempo a formar parte de los Museos Capitolinos, pero en la catalogación se perdió el nombre de «Juan de Córdoba» y fue identificado como retrato de Hombre con bigotes o de Español con bigotes. Así desapareció también la autoría del cuadro y se creó el misterio que Curti acaba de desvelar.


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