Después del éxtasis, a lavar la ropa. Me gusta el título de este libro de Jack Kornfield, uno de mis maestros de mindfulness. Porque si crees que el éxtasis de la iluminación es un antídoto frente a los retos de la vida, un lugar elevado que te apartará de las vicisitudes de los mortales, olvídate de esa ilusión. Y no porque lo diga yo, que de ninguna forma soy un ser iluminado (a lo sumo, de vez en cuando, he llegado a estar “prendido”, un término muy venezolano para aquel que ha tomado un par de copas). Muchos sabios y maestros aseguran que tras un potente estado de claridad, sus vidas han seguido el mismo rumbo. O como leí alguna vez: antes de la iluminación, cargaba agua y cortaba leña. Después de la iluminación, cargaba agua y cortaba leña.

Pero ¿qué es la iluminación?

No me atrevo a entrar en profundidades que desconozco, pero digamos que es un estado de conciencia que permite ver la realidad tal cual es, en toda su dimensión. Posiblemente la iluminación incluya también elementos extrasensoriales, asuntos paranormales, mensajes multidimensionales o conexión de banda ancha con un wifi universal. No lo sé y, la verdad, es algo que escapa a mi experiencia. Lo que sí sé es que una mente y un corazón que sienten con claridad el presente son capaces de manifestar la verdadera naturaleza del ser.

Como verás, me salió una de esas frases con menos de 140 caracteres para compartir en redes sociales. De las que antes llamaban “frases célebres” y ahora usan los celebrities.

Pero en serio lo creo así. La iluminación no se trata de algo que está fuera de este mundo, sino al contrario: tiene que ver con todo esto que vivimos aquí y ahora. Un mundo en el que cada quien se mueve con un cuerpo en el que conviven su esencia auténtica y su número de identificación. Por eso, luego de un camino de exploración y crecimiento, una persona puede cultivar sus más nobles capacidades, viviendo sus contradicciones y complejidades, a la vez que mantiene su conexión con los asuntos mundanos.

¿A qué viene todo esto? No vayas a pensar que, ante una falta de iluminación, estoy prendido. Por principio y disciplina siempre escribo sobrio. Además, de otra manera soy incapaz de hilar dos frases, pero sucede que últimamente me he cruzado con personas que emprenden una práctica, un camino espiritual, de autoconocimiento, de crecimiento o como quieras definirlo, con el propósito de llevar una vida perfecta, libre de infortunios, pesares o incomodidades. Algo así como una iluminación-burbuja que les aísle del dolor o de los momentos fastidiosos de la vida.

Este es el tipo de práctica cuyo objetivo es arreglarnos a nosotros mismos y a los demás. Como si la iluminación fuese una pegaloca capaz de juntar todo lo que está roto para que no se quiebre nunca más.

Yo mismo he estado ahí: esforzándome por mejorarme de cualquier manera. Y ahora entiendo que marchaba en la dirección correcta, pero por el camino equivocado.

Hay una frase de Jack Kornfield que uso en mis talleres de mindfulness: “Esta práctica no es para mejorarte a ti mismo, sino para mejorar tu amor.” ¿Qué te dicen esas palabras?

A mí me hacen pensar en la verdadera intención de mi práctica. Si la hago para saber con claridad y compasión quién soy realmente o para reparar esas grietas que como ser humano adornan mi existencia. Por eso, quizás me gustan tanto estos versos de Leonard Cohen: Suena las campanas que todavía pueden sonar… Olvida tu ofrenda perfecta, hay una grieta, una grieta en todo.

Así es como entra la luz.


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