Guillermo Carrasco

Por accidente Guillermo Carrasco se dio cuenta de que este año celebra 50 años de carrera musical. Él, uno de los grandes cantautores del país, reconoce que fue a raíz del concierto de Frank Quintero en noviembre que se dio cuenta del del largo tiempo que tiene componiendo, tocando y cantando.

«De pronto te das cuenta de que tienes 50 años haciendo esto y que lo volverías a hacer sin dudarlo un segundo. Solo hay que estar agradecido«, escribió en su Facebook.

En broma dice que fue un error. La publicación en la red social le trajo una ola de felicitaciones y comentarios. Se sintió abrumado, dice.

«José Luis Mata, amigo periodista en Buenos Aires, que me entrevistó hace un tiempo, vio el comentario y asumió que estaba celebrando mis 50 años de carrera. Entonces montó esa entrevista que me hizo en Barquisimeto, puso una foto y armó un escándalo en Twitter y Facebook. Y bueno, estuve tres días contestando emails de felicitaciones», recuerda Carrasco. Todo esto lo ha llevado a pensar en la posibilidad de presentar un concierto en 2020 para celebrar el aniversario. «Ni siquiera lo tenía planteado», subraya.

Cambios en la radio

Carrasco sigue componiendo. Recalca que es un oficio como cualquier otro. «Continúo trabajando. Escribo a ver qué aparece. Si sale algo, qué bueno, si no sale nada, mañana vuelvo a escribir«.

No sabe todavía si lo que está haciendo sea para producir un disco en algún momento, un proceso que en este momento, lamenta, es costoso y complejo. «La intención está. Claro, cuando haces un concierto y tienes 30 canciones en la lista, cuatro de ellas representan un disco nuevo al que quieres darle una oportunidad. Aunque la gente quiere lo que conoce. Tienen que oírla mil veces para decir que no es tan mala«, afirma Carrasco.

Luego de agradecer a las emisoras que hicieron posible que sus canciones sonaran en su momento, lo que, advierte, es bastante difícil, lamenta que hoy día si se lleva un disco de menos de 20 años a la radio no lo reproducen.

«Ponen las canciones que hice hace 20 o 30 años. Las nuevas no. He hecho dossier de prensa, con fotos, entrevistas, he hablado con amigos en la radio. Pero esta se ha modificado y ahora es un asunto distinto», explica.

«Creo que el compromiso original de una emisora de radio, una licencia que te da la nación para que explotes una frecuencia desde el aspecto sonoro, tiene que ser informar, entretener… Entonces claro, eso tiene costos, la gente invierte, compra equipos, monta estudios, contrata a personas y se supone que la publicidad es la que se encarga de subsanar los gastos, así como todo el tinglado que implica un programa, una emisora de radio. En el campo del entretenimiento me parece que se debería tener la premisa de someter al auditorium a todo lo que hay que escuchar», critica el cantautor.

Corresponderle al país

Un tema que le preocupa mucho, y así lo deja saber en su cuenta de Twitter (@vosto), es el país. Carrasco, muy en contra de los artistas que se dicen apolíticos, es firme en su decisión de quedarse en Venezuela y luchar por ella. 

«Siento que uno tiene la obligación de corresponder de algún modo al país que te vio nacer y que te brindó oportunidades. Esta entrevista, aunque sea de manera un poco alocada, se la debo al país», expresa Carrasco. Pero recalca que es una opinión absolutamente personal. «Cada quien tiene derecho de irse adonde le parezca, cuando le parezca y en los términos que quiera. Hablo por mí. Es lo que decidí hacer. Quedarme para ver el final de esta película horrenda y, de ser posible, para contribuir a que termine en los términos más civilizados posibles. Hablo de cosas legales«.

—¿Qué recuerda de sus comienzos como artista?

—Supongo que fue en 1970, cuando cerraron la UCV. Estaba de vago y, entonces, volví a la música. Empecé a tocar con un poco de gente. Fue cuando comencé con el grupo Una luz con William Márquez. Yo tomo eso como fecha de inicio, la exacta no la recuerdo. Fui con él a un festival de rock en la Concha Acústica de Barquisimeto. Cantamos con guitarra acústica, flauta dulce, tamborcito, hippie, con el pelo por aquí por supuesto (se señala la espalda). Y esa vez ganamos el festival. Me pagaron por primera vez en la vida por cantar. Fueron 80 bolívares, lo que me tocaba. Asumí esa fecha como el inicio de mi carrera porque cuando te pagan es cuando eres un profesional. A partir de ahí ha sido el trayecto de esta vida haciendo música, que me parece fabuloso.

—¿Siente nostalgia al recordar el movimiento de aquella época?

—Claro. Efectivamente había un gran movimiento y muchas posibilidades. No era fácil porque más bien era demasiado. Había mucha competencia y era necesario esforzarse. Existían grupos en todas partes y festivales. Hay cierta nostalgia evidentemente porque ahora, o bueno, después de unos años, se ha desmoronado la infraestructura cultural. No estamos en el mejor momento. Cada vez es más complicado acudir a los espacios culturales. Bueno, por ejemplo, fui al concierto de Frank Quintero y se fue la luz. Los equipos de sonido no se han podido renovar porque los presupuestos son muy altos y no hay manera de congeniar el costo de la entrada con los gastos. Además tenemos un éxodo terrible. Creo que este resquebrajamiento es muy difícil recomponerlo en los términos actuales. Por ejemplo, para presentar un concierto tienes que pensar con quién vas a tocar porque cuentas con una lista de gente con la que has tocado mil años pero ves que uno se fue a España, aquel a Argentina o fulano se fue anoche. Es un poco deprimente y complicado.

Claro, han surgido mecanismos. La gente mete las pistas en el iPod y un micrófono. Si te llaman para tocar, te llevas el iPod con una pista que hiciste tú mismo o que alguien te hizo. Es complicado mantener un estándar de calidad. Pero bueno, se hace el esfuerzo.

Creo que todos los que pudimos, aunque sea un término odioso, capitalizar en la época de bonanza, de vacas gordas, donde todo era maravilloso, se hacían cinco cuñas a la semana, deberíamos corresponder un poco. Esa es mi visión. Por supuesto, es una opinión nada más. Como tal debe ser tomada en cuenta. No es un consejo sino como yo lo veo. Eso me pone en una situación diferente.

—¿A quiénes le agradece por haber llegado hasta este momento?

—La lista es interminable. No me atrevería a nombrarlos porque dejaría a mucha gente por fuera. Recuerdo que cuando volvieron a abrir la UCV, y yo tocaba por aquí y por allá, le dije a mi papá que iba a dejar la carrera de Ingeniería porque ya me sentía desubicado y no me llamaba la atención. Además, al abrir otra vez la universidad, se regresó mucha gente. Los profesores nos decían que había un filtro.

Era descorazonador y no motivaba. Y como ya yo tenía un camino que me ilusionaba, empecé por ello. Mis padres me dijeron que no fuera mediocre. Me pareció un buen consejo. Ya yo había estudiado música, había estado en el conservatorio y seguí un poco ese camino. Culminé en el Conservatorio Juan José Landaeta con el maestro Omar Sansone, estudié contrabajo en el Lino Gallardo. Después fui a varios cursos y seguía tocando de noche.

En la esquina de Candilito a San Vicente abrieron una escuela con esos hippies peludos que andaban por ahí tocando. Se asumía que no tenían una formación ortodoxa. Allí se impartía un curso acelerado de armonía. Una cosa interesante, con el maestro Daniel Milano. Eso fue espeluznantemente bueno. Ahí conocí a Nené Quintero, estudiamos juntos  con Alfredo Padilla, una cantidad de distintos músicos. Estábamos ahí con Roberto Martínez, un montón de gente. Empezamos a sumar contactos y tocábamos de noche.

Los sitios en la Solano vinieron más tarde. Eran restaurantes donde se reunían los intelectuales de la República del Este, en Sabana Grande. Había un par de sitios, un lugar mariachis a mitad de camino, cerca del Teatro Río, donde toqué. Cuando empecé a involucrarme con el teatro comencé a hacer música para teatro. Entonces ya era tomar café con la gente del teatro en Grey La Zulia, en esos sitios del Pico de Café, en las librerías Esquina del Sur, etc.

Imagínate la cantidad de gente a la que hay que agradecer, a los teatros que me involucraron. Después hice música para cine, también para algunas telenovelas. Un montón de cosas relacionadas.

—¿Imaginó que llegaría a cumplir 50 años de carrera?

—Creo que no. Por eso te comentaba que la publicación que hice en Facebook fue por la sorpresa que me producía descubrir de pronto que un día te levantas y tienes 50 años haciendo esto. Es una vida. Fui el primer sorprendido cuando se armó toda esa alharaca y empezaron a llamar y escribir. Y yo, bueno, está bien, asumo el barranco. Me dejo felicitar y querer.

Llega un momento en que es abrumador porque la gente quiere manifestarse, ser parte de las cosas. Dicen que uno haga un concierto. Claro, pero no puedo improvisarlo. Sería irresponsable anunciarlo, prepararlo… si en los momentos buenos era difícil llenar, imagínate ahora. Es complicado buscar ese equilibrio del costo de las entradas, los gastos que implica. La gente también tiene necesidades perentorias que son más importantes que ir a un espectáculo. Por más que quieras entretenerte tienes esta situación compleja que hay que cabalgar. Hay que estar aquí y es lo que trato de hacer.

—¿Qué se siente formar parte del soundtrack de la vida de las personas? Toda una generación creció con su música.

—Eso es una responsabilidad de algún modo, uno no la pide. Me ha pasado que estoy tocando en algún sitio y se acerca un señor con su esposa y sus hijos y te dice que le dio una serenata a ella con mis canciones. Es un compromiso. Es muy bonito porque quiere decir que uno logró lo que pretendía: comunicarse con la gente.

Los que hacemos música de cantautor tenemos esa función principal, comunicarnos con la gente y lograr empatía. Que esa música resuene en la memoria y el corazón de la gente. Es maravilloso que eso pueda ser así.

—¿Le pasa que la gente le pide siempre las mismas canciones? ¿Cansa?

—Sí, claro. Pasa a menudo con algunas canciones. Pero no diría que es cansancio, porque no es eso lo que tiene que ver. Pensando en la otra pregunta, de algún modo siento que los mensajes que uno ha enviado han trascendido el momento. Van hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Esa transversalidad me abruma. Me hace sentir orgulloso, por eso no te puedes cansar de cantar una canción.

Yo soy un defensor de la evolución constante. Cada vez que doy un concierto intento que haya un par de temas nuevos que la gente no conozca. Sigo trabajando y componiendo. No me quedé estacionado. Me pasé el suiche en el 84 y sigo trabajando.

El tema de la radio vuelve a inquietar a Carrasco. Considera que no debería ofrecerse solo una lista de canciones sino una cantidad más amplia para que los radioescucha decidan lo que les gusta. Para él, que las emisoras solo reproduzcan una lista de 10 o 20 canciones es arbitrario. «Siempre hay más de 10. Entonces automáticamente crean una fuente de corrupción porque la gente, para entrar en la lista de canciones, hace lo imposible».

Recuerda que con el grupo SYMA fue a una radio y el director de la emisora se sentó a escuchar las canciones. «La disquera hacía un esfuerzo. No sé si habría un gesto un poco más allá de la amistad para con la emisora. Pero había un espectro grande de canciones. Te ponías a escuchar una emisora popular desde las 6:00 am a las 6:00 pm y había al menos 200 temas«.

—¿Y no intentaría llevar su música a las redes sociales?

—Sí, sí, claro. Lo he hecho en Soundcloud. Eso es un arma de doble filo. Ingresé a Soundcloud y metí varias canciones que no suenan en ninguna emisora. Pero luego está el cómo la gente se entera. Tienes que decírselo tú. En Soundcloud puedes entrar y escuchar gratis, bajarlas incluso. La cosa es muy moderna. La gente se entera porque entras a Soundcloud y hay 3 millones de canciones y la tuya. Entonces déjame oír estas 2 millones y media y luego la tuya. Y está el fenómeno de la popularidad en el que la gente dice que una canción es chévere y bonita. Pero también es probablemente porque esa canción la ha escuchado cinco veces diarias en cada emisora durante tres meses seguidos.

—¿Se vive más de las presentaciones?

—Sí, claro. Definitivamente. El disco, además, en nuestro mercado nunca fue una fuente de ingreso porque son cantidades pequeñas pagadas a muy largo plazo, en cómodas cuotas. Es decir, que en el mejor de los casos era una recompensa más ética que económica. Las actuaciones en vivo siempre han sido la fuente de ingreso del artista cuando no hay difusión de la música. Pero no hay conciertos donde se pueda cantar.

Te limitan a Instagram. Pongo una canción de 1 minuto, pero también tengo que hacer un video porque no voy a poner una canción pelada ahí. Entonces armas una historia. Una cosa que vaya pasando para dar a conocer algo que dependerá siempre de la cantidad de seguidores que tengas. En el mejor de los casos son 45 los que la van a escuchar.

—¿Qué escucha en este momento, qué le interesa?

—Oigo de todo. Soy un ratón de búsqueda porque hay mucha gente haciendo música. Y no todas malas. Hay mucho comercio. Muchas cancioncitas de cuatro acordes que dan vueltas y vueltas. Eso trato de no escucharlo porque se pierde tiempo.

Pero hay gente joven haciendo cosas interesantes. Hace una semana me encontré a una muchacha que se llama Madison, de 22 años. Es tan bonito lo que hace. La música que escribe es tan original. Siendo una muchacha se ha tomado la molestia de hacer canciones que no son de cuatro acordes, y tan humilde que pone sus discos nuevos y versiones de canciones conocidas a su estilo.

En el mundo del jazz siempre hay gente haciendo cosas interesantes. Hay un muchacho canadiense que se llama Xavier Poisson que también es estupendo. Hay clásicos como Bill Frisell, uno de mis músicos predilectos, que hace un disco todos los años llueve truene o relampaguee.

—¿Qué opina de la llamada música comercial?

—Es que ese concepto se ha ido desvirtuando también. La música comerciable, entendiendo una disquera, tiene que ser un disco exitoso. ¿Y eso de quién depende? ¿Quién lo establece? ¿Dónde se compra esa medicina mágica, ese elixir dónde lo venden? Entonces empiezas a resumir. Una letra pegajosa, un estribillo al segundo compás, que no pase más de ocho compases. Que la cosa sea cuadradita y que no pase los 3 minutos para que no se sienta el compromiso de no ponerla. En el fondo esos son los cánones que han imperado hace tiempo en la industria. Son una pesadilla.

—¿En algún momento ha pensado en renunciar a la música?

—No… no.

—¿Se dedicaría a otra cosa?

—Eso es distinto. Yo no renunciaría a la música. No pensarla más… no hay forma de renunciar a la música. Ella está en ti, se queda ahí para siempre. Otra cosa es no ejercerla públicamente o decidir hacer otra cosa y dejarla a un lado. Eso para mí es difícil. Independientemente de las tentaciones para hacer otras cosas. Lo intenté al principio. Estudié ingeniería, administración… y no. En mi vida no iba a administrar nada más que mi carrera y mi propio peculio, que es bastante preciso.

—¿Alguna canción que aprecie?

—Hay canciones que coinciden con la preferencia de la gente. «Ya no estás aquí», que es emblemática, me gusta mucho. A mí personalmente me conmueve porque está dedicada a mi padre. Hay canciones que tienen una connotación personal. Trato de que no sean autobiográficas. Aunque es un método también, por medio de las experiencias. Pero como esto es un ejercicio intelectual, como cuando un pintor se sienta con una tela y la pinta, prefiero ir construyendo, elaborando, porque la canción va como la pintura. Son capas sobre capas.

—¿Momentos duros en su carrera?

—Quizás he tenido algunas decepciones, sobre todo con la industria. Hay colegas que se mueren, eso te afecta. Pero eso es la vida, no tiene que ver con la carrera. Son cosas que pasan.

—¿Se considera exitoso?

—Sí, claro. Conseguí las cosas que conseguí. Estoy orgulloso de ellas. Por eso creo que no me puedo retirar nunca. Siempre hay metas que alcanzar. Cosas que me hubiera gustado hacer y que no he hecho. Aún siento que hay tiempo, que lo puedo seguir intentando. Hay muchas cosas por hacer mientras se tenga aire que respirar.

—Tiene un rol activo en redes sociales como ciudadano. ¿Se siente defraudado por los políticos?

—Creo que todos estamos un poco defraudados. Yo en eso soy particularmente bastante crítico. Creo que nada de lo que nos ha sucedido como país es gratuito, fortuito, como si unos marcianos nos hubiesen echado un hechizo. Somos responsables de lo que ha pasado. Es una responsabilidad compartida. Por supuesto, unos tienen más que otros.

Hace poco le decía a un amigo que nosotros teníamos una democracia, un país moderno que no era tal cosa. Era una vestimenta. Teníamos una apariencia de país moderno gracias a que había una fuente de recursos naturales que producía mucho dinero. Tuvimos el lujo de desperdiciarlo. Esa modernidad solo tocó a algunos. La gente tuvo la oportunidad de estudiar y viajar, hacer especializaciones afuera. Muchos están aquí todavía y son agradecidos. Han tratado de corresponder el esfuerzo que hizo el país. También es verdad que mucho de ese conocimiento no era sino información. No estaba atado a una cultura, un arraigo al país que apuntara a que, bueno, ahora que está pasando esto qué puedo hacer para contribuir desde mi posición de conocimiento, de especialización.

Mucha gente optó por irse. Otra gente dice «yo tengo mi vida, mi burbuja», un término muy de moda. «Tengo mi zona de confort», dicen. Pero la zona de confort cada vez es más pequeña. 20 centímetros y es donde te sientas. Si te mueves te sales. Es absurdo, infantil, que la gente siga pensando de ese modo.

Evidentemente los políticos que tenemos vienen de la sociedad. No son importados de Rusia. Hacen las cosas que hacen porque les parece que tienen cómo hacerlo. Nadie se los impide.

No son marcianos los que votaron por esta situación en reiteradas ocasiones. Somos los venezolanos los que tenemos la obligación de salir del hueco. ¿A quién vamos a esperar? Hay gente que vive con esa fantasía de que van a venir los marines. Gente que ve muchas películas y cree que eso pasa en la vida real como pasó hace muchísimo tiempo. Eso no se va a repetir. Yo no cuento con eso. Creo que a diario hay que hacer un esfuerzo civilizado, consciente y políticamente activo dentro de la perspectiva de cada uno y el rol de cada uno.

Por eso le digo a los colegas que no se meten en política que cómo no lo hacen si la política está en ti. Tú eres, si vives en un país dividido geográficamente en alcaldías, municipios, estados, gobierno, con una asamblea, un ser político. Cómo vas a negar esa esencia si es lo que te hace ser parte de la sociedad.

—¿Como ciudadano qué le reprocha a la dirigencia?

—Hay muchas cosas que reprochar. Que hayan sido incapaces de conseguir un acuerdo, de presentar frentes comunes. Cuando lo han hecho han sido exitosos y han tenido oportunidades de cambio. Cuando no lo han hecho es que tenemos el caos, la anarquía. Hay que decirles, de alguna manera, que estamos conscientes de que han cometido errores. Que esperamos que rectifiquen y hagan un mejor papel.

Vienen acontecimientos inevitables, queramos o no, y tenemos que estar preparados para dar una respuesta. No podemos pensar «es que no voy a votar». Yo he votado siempre en todas las elecciones, desde que tengo 18 años. De ahí viene un poco el nombre que escribí para mi usuario de Twitter (@vosto). Mi idea es que fuera votos. Pero ya estaba usado. Entonces agarré la palabra voto, la piqué en dos y metí en el medio la ese del plural, y quedó «vosto».

—¿Cree que hay una salida para esta debacle en la que se ha convertido el país?

—Me gustaría poder ver el futuro, pero no tengo esa virtud. Es complicado ver una solución. Quiero pensar que hay una. Tiene que haberla. En teoría hay mecanismos para subsanar estas irregularidades y salir de eso. Pero no los hemos encontrado. No hemos sabido articularlos. Es difícil pensar que hay una cosa mágica que surgirá la semana que viene y va a ocurrir milagro.

Hay que trabajar. Estamos acostumbrados a esa cultura de la superficie. Todo superficial. Entonces uno dice «yo he ido como a tres machas», bueno, yo no llevo la cuenta. «Yo fui y voté tal día», bueno y yo también.

Mira esta anécdota. Un amigo montó un restaurante Nouvelle cuisine en Barquisimeto, una cosa exquisita. El negocio quebró porque la gente iba, le gustaba la comida y no volvía. Un día mi amigo le preguntó a unos amigos que habían ido por qué no volvían si les gustó la comida y el servicio. «Ya yo fui», respondieron. Esa actitud, esa cultura nuestra, de la cosa «ya yo lo vi», «ya yo voté», «para qué voy a ese concierto si conozco al cantante, vive a tres cuadras de mi casa», ese desdén tan descrito por escritores maravillosos como Cabrujas, hace que las soluciones sean muy difíciles de conseguir. Muy remotas. Deberíamos haber cambiado algo en este tiempo para modificar esa actitud y ser capaces de reaccionar y de participar. De activarnos de alguna manera.

¿Adónde nos vamos a ir a hacer país si aquí tenemos uno? Nosotros tenemos que hacer lo nuestro aquí. Luchar por las cosas que son nuestras. Vamos a hacer un esfuerzo. En eso estoy desde mi huequito. Tratando de no quedarme dormido esperando a los marines. Tenemos que comprometernos con el país que nos vio nacer, que nos dio todo. Lamentablemente esa postura no es muy común como quisiera.

@Isaacgonzm


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