A los 70 años de edad falleció el poeta y ensayista Armando Rojas Guardia, uno de los autores contemporáneos más importantes del país.

A finales de junio Rojas Guardia había dicho en su cuenta de Facebook, donde solía compartir reflexiones breves y poemas, que su salud estaba delicada debido a un tumor en el páncreas.

«Dicen que en el centro del huracán hay un eje de incólume calma. Es lo que siento ahora. En medio del malestar físico y el torbellino anímico Dios me ha concedido mantener una serenidad subyacente, un equilibrio psíquico, imbatible, que constituye un tesoro de la gracia», expresó el poeta, quien ocupaba el sillón W de la Academia Venezolana de la Lengua desde 2015.

Entre los libros de poesía de Rojas Guardia se encuentran Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), El esplendor y la espera (2000), y títulos ensayísticos como El Dios de la intemperie -que ha tenido varias ediciones-, El Calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991) y Qohelet y la moral provisional. El principio de la incertidumbre (1994). Entre las distinciones que recibió se encuentran el Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela (1986 y 1999) y el Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas (1997).

Formó parte del mítico Grupo Tráfico, del que también eran miembros Rafael Castillo Zapata, Yolanda Pantin, Igor Barreto, Alberto Márquez y Miguel Márquez.

La obra de Rojas Guardia, quien cursó estudios de filosofía en Venezuela, Colombia y Suiza, está marcada por una profunda sensibilidad hacia el misticismo, la espiritualidad, su ferviente creencia en Dios y su vida como católico practicante y vulnerable ante los afligidos y desamparados.

Así lo resumió él mismo hace cuatro años en una entrevista para El Nacional: «En primer lugar, mi orientación política subvierte los patrones del establishment sociopolítico y económico. En segundo lugar, si yo soy de izquierda es única y exclusivamente porque soy cristiano, mi religión me ha permitido atender la interpelación que me hace la existencia de los pobres, los marginados y los oprimidos. En tercer lugar, ¿la homosexualidad por qué no va a ser perfectamente integrable a lo religioso y lo político? Los estereotipos son los que plantean una dicotomía entre esas tres opciones. Yo intento que dichas opciones entren en comunión dentro de mí y ese es el destino que he asumido existencialmente».

De su entrega a la literatura Juan Liscano dijo en su prólogo para El Dios de la intemperie, en 1984: «Ese hombre, además de haber vivido su propia experiencia aún en vilo, escribe, piensa, siente y escribe poesía, ensayos, notas críticas, escribe y se enferma, ama, se contradice, endereza los pasos, y alcanza, ahora, a sus 35 años, esta plenitud, esta envidiable unificación espiritual de su quehacer vital accidentado, sufriente y a la vez jubiloso».


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