Cortesía galería ABRA

Cada trazo de Sheroanawë Hakihiiwë es preciso y delicado. Las líneas y puntos que crea conjugan su sabiduría y la de su pueblo, el Yanomami, en formas que evocan elementos de su universo como las orugas, los árboles, los paisajes o la flora.

Shero, como le llaman amigos y allegados, es un hombre de 50 años de estatura baja, manos ásperas que agita cuando habla y de semblante sereno. Escucha paciente, a pesar de que el español no es su idioma de cuna y trata de explicarse buscando siempre las palabras precisas. No es sencillo. Es un artista que creció fuera de la cultura acelerada y obsesionada con el éxito de Occidente. Él se detiene en los pequeños detalles, rutina para muchos, a veces nuevos para él como el paso de un tren o las calles de una ciudad. Lo hace con una sonrisa genuina.

Es actualmente uno de los artistas venezolanos con mayor proyección. Desde abril, 15 piezas sobre papel que dan cuenta de sus principales inquietudes se exponen en la edición 59 de la Bienal de Arte de Venecia. Otras de sus exposiciones más recientes son Ahete ha yamaki rariprou (cuando estamos cerca gritamos todos juntos) en la galería Cecilia Brunson (Londres) y Arctic / Amazon en Power Plant (Toronto). En Caracas, su trabajo se puede apreciar en la muestra Parimi Nahi (La casa eterna del chamán) de la galería ABRA, que estará abierta hasta el 20 de noviembre.

La obra de Sheroanawë está registrada en las colecciones del British Museum, la Colección Patricia Phelps de Cisneros, el Columbia College of Art en Chicago, el Museo de Arte de Lima, la Colección Conaculta de México, la Colección Kadist en San Francisco, la Colección Mercantil de la Universidad de Colombia, el MoMA, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, el Museo de Denver, el S.M.A.K Museum, entre otros. Además de Venecia, ha sido invitado a la Bienal de Sidney, en Australia, y la Kathmandu Triennale de Nepal.

Su objetivo y compromiso como artista: resguardar la memoria de su pueblo.

Cortesía galería ABRA

En la casa de Luis Romero, artista y dueño de la galería ABRA, Sheroanawë, mientras trabaja, tiene algunas de sus piezas colgadas con ganchos: combinaciones de puntos y franjas, así como franjas más amplias sobre las que se erigen formas que el artista crea a partir de su memoria y su imaginación.

Sentado ante una pequeña mesa de madera, Sheroanawë, usando unos audífonos tipo tacos para concentrarse, pinta paciente una obra a pequeña escala: franjas horizontales verdes sobre las que dibuja líneas que se van repitiendo, similares a las líneas que los yanomamis dibujan en sus cuerpos.

Durante la conversación con Sheroanawë, hay momentos en los que Luis Romero interviene para aclarar lo que quiere decir el artista. Hablar con Sheroanawë es encontrarse con la cultura yanomami, es entrar en un mundo que puede parecer lejano.

¿Qué es el arte para el artista yanomami? “Es un trabajo que estoy siempre procesando para presentarlo”, dice, y, sobre todo, para mostrarle al mundo una parte de la cultura yanomami.

Romero le ayuda explicando: “Es un espacio en el que puedes hacer visibles las cosas de tu pueblo, y es un espacio bonito. Tienes la suerte de trabajar en el arte para hacer estas cosas sensibles. Hay gente que tiene que trabajar en el campo, hay gente que trabaja con el café, y tú tienes esta oportunidad porque naciste así”.

Según el texto que presenta en Venecia a Sheroanawë, escrito por Madeline Weisburg, investigadora curatorial para la Bienal, el artista lleva al papel formas de conocimiento, espiritualidad, trabajo y estética de la vida indígena que han sobrevivido a la colonización. “Sobre láminas fabricadas a partir de la vida vegetal local, Hakihiiwë representa delicadas líneas punteadas, círculos, cuadrículas, curvas, telarañas y garabatos que hacen referencia a formas de conocimiento ancestral de manera muy personal”, añade.

Cortesía galería ABRA

Cecilia Alemani, directora artística de la Bienal de Venecia, considera que el trabajo del artista yanomami es muy poderoso y poético. “Hay algo en sus dibujos que realmente te atrapa”, dijo, y recordó que una de las ideas de la exposición era pensar en cómo los artistas usan el cuerpo y el lenguaje, reflexión en la que entra la obra de Hakihiiwë. “Yo suelo estar atenta a este tipo de trabajos, así como el que se enfoca en el alfabeto o las letras, los símbolos y las repeticiones, no necesariamente de mi propio alfabeto. Amo también la idea de incluir trabajos de artistas que hablan sobre diferentes cosmogonías y diferentes caminos de leer y estar en el mundo”.

Para María Luz Cárdenas, presidenta de la Asociación Internacional de Críticos de Arte en Venezuela, Sheroanawë es uno de esos artistas cuya obra es inclasificable. Es un artista que se compromete con la sensibilidad, pero no con una corriente particular o un estilo artístico. “Su trabajo parte de una conexión profunda con el mundo que lo rodea, la naturaleza, los animales, las plantas, el cosmos. ¿Puede ser un paisajista? No, no lo es. Él no tiene una formación académica, no es un artista popular, es un artista con una sabiduría y una conexión con el contexto que lo rodea”.

Desde el punto de vista estético, agregó, es una obra limpia y refinada, con líneas muy simples que abordan todos los elementos y conceptos que trabaja: naturaleza, animales, flora, paisaje, entre otros. “Él entra en lo que sería el sistema antropológico que lo rodea y el sistema cultural que lo rodea, y además es un trabajo lleno de simplicidad, pureza y complejidad, con dominio de las escalas. Puede dominar una escala de 2 metros, un dibujo enorme, uno más pequeño; no compite la obra con el formato”, dijo la crítica y curadora.

La sabiduría que señala Cárdenas es evidente en una conversación con Sheroanawë. Para él, es esencial que el trabajo que está haciendo rescate la memoria oral de su pueblo para evitar que desaparezca. Sobre todo le preocupa la situación con la minería, las enfermedades y la deforestación. Afirma respecto a la muerte: “Cuando alguien muere ya no se puede nombrar. Si yo me muero, no me van a nombrar más, y todas las cosas que usé, todas mis cosas, hay que desaparecerlas”.

Hakihiiwë, nacido en 1971, vive en un lugar remoto del estado Amazonas, Mahekoto, con su esposa y sus hijos. No tiene teléfono ni Internet, y para llegar tiene que viajar primero en avión a La Esmeralda, capital del Alto Orinoco, luego llamar por radio para estar pendiente de su familia y, entonces, llegar a su pueblo en bongo.

Cortesía galería ABRA

Durante su viaje a Europa a propósito de la Bienal de Venecia y otros proyectos, no pudo hablar nunca con su familia. “No hay señal. Ellos están metidos en la selva. Sueño con mi familia, los sueños no son la realidad, pero sueño que los veo, pero no es así como hablamos nosotros personalmente. Hay sueños que son buenos y otros malos. Soñé con mi cuñado y le pregunté cómo estaba mi familia, me dijo que estaban bien, que me estaban esperando”.

En Mahekoto suele trabajar su obra en cuadernos que, al venir a Caracas, traslada a telas o papeles. Asimismo se dedica, cuenta, a cazar animales, igual que su comunidad. “Hay mujeres que hacen cestas, abanicos y diferentes cosas, pero también pescan, trabajan en el campo, hacen de todo, cazan arañas, orugas, insectos”.

“Exposiciones es lo que cazas tú”, le dice, entre risas Romero, que aprovecha para recordar el referente principal de la obra de Sheroanawë: su madre. “No es Picasso, nada de eso. Es su mamá su referente cultural. Porque la mamá no hace sino lo que hacen los yanomamis, que es una estética grupal. Obviamente Shero tiene su estilo, tiene su manera de diferenciarse de otros, pero para nosotros esa sutileza puede ser difícil de ver”.

“Él inicia con esta recopilación de signos, símbolos y dibujos que le pertenecen al común de los yanomami, y eso se va expandiendo como una necesidad y una inquietud de artista hacia la observación de la selva, de las aves, los ríos, los eventos naturales, también a veces en su obra habla de historias que le pertenecen a ellos, como la historia de un señor que se convierte en cascabel, o cómo el agua se va al cielo y por eso tenemos la lluvia, o la historia de Iwariwë, que es de donde sacaron el fuego”.

No obstante, insistió Romero, Hakihiiwë, en medio de este cosmos, tendrá siempre su propia forma de ver los elementos que forman parte de su comunidad. Por ejemplo, unas orugas o unas hormigas, o un poste chamánico, serán vistos de manera diferente según el artista que esté mirando. “Súmale a eso la observación de campo. Hay una línea importante. Gente que conoce la naturaleza y los caminos y habla por ejemplo de identificar una planta, una rama, un hongo; es gente que le ayuda con ciertas cosas porque él no puede saberlo todo. Imagínate cuántos animales y cosas hay en el universo de la selva”.

Cortesía galería ABRA

En la gira por Europa, Sheroanawë y Romero, además de la exposición en Venecia, estuvieron en la muestra Les Vivants en Lille, a la que el artista yanomami fue invitado por la Fundación Cartier, y una visita personal de ambos al Museo S.M.A.K, en Gante, Bélgica, donde agradecieron a su director la incorporación de Hakihiiwë en una exposición sobre el aislamiento. “El aislamiento de Shero es natural, porque él vive allá, pero hay aislamientos como el de gente con enfermedades, gente que ha estado presa. Es una revisión que habla de los tipos de aislamiento que ha habido siempre en el mundo. Son artistas de diferentes corrientes, pinturas, instalaciones, cine, fotografía, muchas cosas”.

Sobre cómo se sintió al ver su obra en la Bienal, Sheroanawë dijo que está muy contento, destacó especialmente el tamaño de la exposición y lo bien organizado que vio su trabajó allí. “Me sentí orgulloso de ver mi trabajo”, subrayó. De su experiencia en el Viejo Continente comenta detalles como que se sorprendió con la diferencia horaria, pues salieron de Venezuela a las 5:00 pm y llegaron a Madrid a las 9:00 am. “Me quedé como ‘guao’, yo tenía la hora de Venezuela en el celular y después se cambió. También era diferente el ambiente”. De Venecia percibió también diferencias, resalta los ríos y las embarcaciones que usa la gente para movilizarse. “No hay carro, puro bongo, lanchita, y bueno, quedé así como loco”.

Hizo, por ejemplo, comparaciones de lo que vio allá con su comunidad y Caracas. “Pensaba en mi tierra, comparaba lo que pasa allá con lo que pasa aquí”,  dijo. Romero agregó: “Él decía de repente ‘mira qué ordenado esto, qué manera de hacer las cosas’. Una conciencia plena sobre lo que estaba pasando, de lo que estaba viviendo”.

El artista yanomami pudo ver obras de diferentes artistas en los muchos museos y galerías que visitó. Romero explicó que Hakihiiwë asumió el encuentro con las obras con una naturalidad impresionante. “Así como asume un teléfono cuando se lo compra, de inmediato se conecta con eso. Pienso en 2004, cuando lo conocí, que hablaba poco español. Hoy día agarra un teléfono inteligente, viaja; en ese breve tiempo, 18 o 19 años”.

La relación entre Sheroanawë y Romero se remonta a principios de siglo. De 2000 a 2004 el galerista tuvo un programa llamado Fundación La Llama, el cual consistía en realizar residencias para artistas en Caracas. También enviaban artistas venezolanos al exterior o traían artistas del interior del país a la capital. En el 2004, la artista multidisciplinaria mexicana Laura Anderson Barbata le escribió a Romero porque quería hacer una residencia en Caracas por Sheroanawë para cerrar un ciclo relacionado con la producción de papel. Hakihiiwë vino a Caracas, hicieron una investigación sobre las fibras de papel en el Jardín Botánico y luego comenzó la conexión entre el artista yanomami y el galerista.

Cortesía galería ABRA

“Yo estaba haciendo una suplencia en el Instituto de Diseño. Al ver el trabajo de Shero, lo invité para que los alumnos vieran otro tipo de dibujo. Me pareció que sus dibujos tenían unas características, una síntesis, que vienen de su comunidad. Dio una charla en el instituto y ahí comenzó nuestra amistad. Después siguió viniendo a Caracas, y en 2010 le organicé su primera exposición en Oficina #1 (proyecto que funcionó de 2005 a 2016 en el Centro de Arte Los Galpones)”, explicó Romero.

Que Sheroanawë esté en la Bienal de Venecia lo compara el galerista con los récords estratosféricos de Yulimar Rojas: “Es una cosa de alto nivel lo que ha hecho. Solo que el deporte y el arte tienen diferentes visualizaciones y maneras de exponerse en el mundo. Este es un logro para encontrarnos los que conocemos a Shero y los que no, los que están de un lado de la política, los que están del otro lado. No podemos sino alegrarnos y sentir que esto es un punto de encuentro y orgullo para todos”.

Y es, asimismo, una manera de reconocer a los yanomami, recalcan ambos, y  una manera, además, de poner atención a los problemas de ambiente, salud y violencia que sufren. “Que él sea un artista indígena es un avance superlativo. Ojalá comencemos a tener miradas hacia el indígena desde otra perspectiva, que no sea paternalista, sino una perspectiva en la que se le escuche y se le entienda”.

El informe Amazonía venezolana: una historia de muchos Haximú, publicado por el Observatorio para la Defensa de la Vida, da cuenta de las violaciones de derechos humanos que sufren los yanomami debido a la minería ilegal, los conflictos interétnicos, la presencia de grupos armados, la división político-territorial y los planes del gobierno para legalizar la actividad extractiva, según explica en la investigación la periodista Minerva Vitti Rodríguez.

Menciona el texto casos puntuales como la masacre ocurrida el 20 de marzo de este año, cuando funcionarios de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana asesinaron a cuatro personas en medio de una protesta en la que los indígenas exigían a los militares la devolución de un dispositivo de Internet.

Cortesía galería ABRA

También señala que los garimpeiros están utilizando a los indígenas como esclavos para los trabajos, violan y prostituyen a las mujeres yanomami y han asesinado a varios de sus paisanos. “Para comprar a los yanomami y entrar a sus territorios, los garimpeiros les están dando alimentos, armas, escopetas, machetes, estos últimos como un instrumento para la cacería, convenciéndolos de que así es mejor y no con el arco y la flecha”, dice el texto.

Se suma al conflicto interno la contaminación y deforestación debido a la minería ilegal: “Resultan degradantes las condiciones ecológicas, comprometiendo los valiosos servicios ambientales que regala la naturaleza y, consecuentemente, la calidad de la vida humana, incluyendo el patrimonio cultural”.

Sheroanawë, con su arte, no solo proyecta una estética, sino que refleja y reivindica una minoría históricamente marginada. “Hay ideas incluso de Shero mismo de trabajar en su comunidad, para mejorar el ambiente y sus condiciones, el ambiente de los ciudadanos. También pensando en acudir a otras instancias nacionales o internacionales para que eso pueda mejorar. Toda esa apertura que quizás se pueda dar, y ojalá sea así, será positiva para muchas personas. Es decir, si llega una fundación a ayudar un proyecto de Shero, eso traería la posibilidad de que otros se puedan acercar a esa fundación o al proyecto que Shero quiera hacer en su comunidad”, afirma Romero.

El galerista comentó que están trabajando para conseguir ayuda para las comunidades en asuntos como el agua, la electricidad o la salud. Otra idea en proceso que menciona es la de rescatar con otro artista, Javier Puunawe, cuñado de Shero, el desaparecido arte de hacer ollas de barro. “Son vasijas de barro que se hacen con una técnica particular. Son sencillas y se utilizaban antes de que llegara el aluminio, eso desapareció, y Javier está enfocado en rescatarlo. Suena poquita la cantidad de ollas hechas (ocho), pero allá en el Amazonas eso es un montón, un salto importante”.

Siempre es buen momento para dar espacios a minorías como los indígenas, dice Romero. Considera que quizás en la actualidad, como se ha abonado el terreno desde hace tiempo, los indígenas han sido incluidos en muchas más exposiciones. “Estamos en un momento en que se están reflejando asuntos como las causas por los derechos de las personas LGBTIQ+, las minorías raciales; obviamente eso concierne a otros campos también. En el mundo del arte tenemos ese lado sensible y de alguna manera estamos más abiertos y despiertos, así que esas cosas se van incluyendo”.

Sobre este punto Cecilia Alemani, directora artística de la Bienal de Venecia, consideró: “Siempre se puede hacer más para mostrar el trabajo de las minorías. La exposición en Venecia tiene muchos artistas indígenas, era importante para mí presentar diferentes voces. Hay mucho por hacer, por supuesto. Creo que es un buen momento para los artistas indígenas, que finalmente están recibiendo la atención que merecen”.


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