Eleonora Requena reúne voces de la escritura venezolana en Buenos Aires

Fue designada embajadora de LaVidaDeNos en Argentina, varios de sus poemas fueron traducidos al portugués, estuvo recientemente en Chile promocionando su trabajo y sigue vinculada con sus amigos y seguidores a través de internet. Su sensibilidad interior se integra paulatinamente y sin reservas a la cultura porteña. Se mantiene activa en sus redes sociales desde donde proyecta cada uno de sus logros y encuentros memorables con todos sus afectos

Por Andreína Gómez

2017 fue el año escogido por la profesora y poeta venezolana Eleonora Requena para instalarse con fecha indefinida en la ciudad de Buenos Aires. Había venido muchas veces como turista, siempre enfocada en disfrutar de la cultura y la bohemia porteña. Ese año en que Venezuela despertó a una crisis moral profunda y en el que el panorama planteaba gran incertidumbre política y económica, junto con su familia tomó la decisión de hacer maletas y partir. Como todos los migrantes tuvo que simplificar su vida y adaptarse a otro entorno, pero mantiene vivos sus sueños de libertad gracias a la escritura, sus colegas y a sus alumnos, a quienes prefiere ver como compañeros de aventuras literarias. Ese pequeño grupo, que se conecta con ella periódicamente desde distintas latitudes, le permite continuar activa en la docencia.

A través de sus redes sociales se puede seguir el camino que está construyendo cada semana en el encuentro con queridos amigos, nuevos rostros, lugares no explorados y logros profesionales. Sincera, generosa y abierta. Está entregada sin reservas a la aventura de ser otra en el mismo cuerpo, con vivencias renovadas y muchos deseos de ayudar. Gracias a su capacidad de convocatoria recibió la designación como embajadora de la organización que reúne a cronistas, periodistas y amantes de las letras denominada LaVidaDeNos para seguir nutriendo desde Argentina a este portal dedicado a la crónica con historias de vida y migración.

Recientemente visitó Chile para compartir lecturas, aceptar invitaciones para hablar de su obra y ofrecer talleres de poesía. Siete de sus poemas fueron traducidos al portugués por el maestro Demetrio Panarotto y sigue sumando experiencias de escritura desde distintos formatos. Su agenda siempre está llena, talleres y jamming de poesía con el Ateneo de Caracas, ferias e invitaciones a encuentros literarios. Es invitada permanentemente a cátedras virtuales y en su tiempo libre no pierde oportunidad de sumar lugares no explorados en su recorrido personal por Buenos Aires.

Mirando el porvenir

Uno de los peores miedos que la poeta ha tenido que enfrentar fue dejar ese espacio de intercambio, de organización de encuentros, escritura, enseñanza y publicaciones que hizo en Venezuela. «Yo sentí que había hecho mi lugar y mudarme a otro país implicaba desaparecer de eso. Pero he ido abriendo camino de a poco, porque ciertamente al principio sí sentí que efectivamente no era nada de aquello que dejé atrás. Sin embargo, el deseo de no dejarme caer me llevó a rearmarme y persistir. En cada mal día pienso en lo que me trajo hasta aquí y en la búsqueda de algo mejor, entonces vuelvo a encontrar el impulso para seguir intentando cada vez y con más fuerza reencontrarme con lo que yo ya sé hacer».

Después del acuerdo familiar, tocó pasar por el calvario de todos. «Juntar el poco dinero, obtener la documentación, escoger los libros, reducir la vida al mínimo dejándolo casi todo y por último quemar las naves». Sin embargo, el premio fue encontrarse con la ciudad literaria, llena de una oferta cultural ilimitada, que se erigió tan desafiante y sofisticada, por encima de otros destinos que también fueron considerados antes de comprar los boletos.

Ya son casi cinco años desde que la poeta dejó Venezuela y asegura que su capacidad para enfrentar las adversidades más la ayuda de sus hijos y su familia ha sido fundamental para mantenerse firme y seguir mirando al porvenir. «Aún cuando uno sigue viviendo el trance, sentimos, y lo digo en colectivo, que se va haciendo más lugar. Pese a las inestabilidad que implica no tener un techo propio y depender de un sueldo que puede desaparecer en cualquier momento. Afortunadamente nos hemos podido sostener y eso ha sido por determinación, voluntad y buen ánimo».

Al pasar el tiempo, se ha dado cuenta de que ha podido retomar buena parte de lo que hacía en su país, solo que ahora lo mantiene en otra circunstancia. «Sigo dando clases, acompañando a quienes me siguen en su proceso de escritura creativa. No me atrevo a decir que son alumnos, son personas a quienes guío y puedo sugerir algunas vías de encuentro con las formas íntimas de expresión. Algunos son artistas plásticos e incluso gente que viene de la ciencia y ha descubierto su pasión por la escritura. La mayoría de esas personas descubrieron su necesidad en la pandemia y aún siguen demandando mi mentoría».

También tiene alumnos con los cuales se encuentra de forma presencial, esencialmente jóvenes estudiantes venezolanos que viven en Argentina y se están formando en el área de la literatura. «A mí me funciona de maravilla tener estos pequeños grupos para mantener mi vocación viva y continuar ese proceso de intercambio personal y además seguir la pasión de estudiar la literatura venezolana, específicamente la poesía. De esa forma he podido complementar la docencia de forma virtual, pero también presencial. Estas prácticas docentes para mi son nuevas formas de aprendizaje».

«Para mi ser embajadora de la vida de nos es un privilegio porque tengo la esperanza de que va a generar otros núcleos de encuentro con compatriotas que quieren contar sus historias y compartir sus testimonios de inmigración. Todo lo que genere un espacio de intercambio es fructífero siempre. Sobre todo porque la expresión es vital y necesaria para muchas personas, al menos para mí, lo es».

Sobre sus nuevos proyectos comentó que mantiene algunos trabajos en el tintero que le gustaría materializar en físico. «Hasta ahora he estado abocada a prácticas más experimentales. El libro más reciente se publicó en 2020 en Bogotá con una editorial de venezolanos denominada El Taller Blanco y salió a la luz como edición virtual y se corresponde en forma al libro que se llama Textos por fuera, cuyo concepto refiere que fueron concebidos en distintos formatos, luego ideados para ser leídos y que finalmente consiguieron su alojamiento en una plataforma virtual. Es un logro que me llenó de mucha satisfacción, porque fue un proyecto que surgió y se materializó casi que por azar».

Comentó que Chile fue una grata experiencia armada por alumnos y lectores de su poesía, fue coordinada por un grupo de escritores y libreros chilenos y venezolanos que viven en Santiago. «Tuve encuentros inolvidables y también conocí de forma particular una ciudad hermosa como Valparaíso. Es muy bonito que la poesía no lleve siempre a lugares de encuentro».

Con más noción de presente

Cinco años después de haber dejado su patria, Eleonora Requena todavía se mira en el aire: «Para mí era impensable irme de Venezuela y sin embargo, aquí estoy desplegando mis alas o abriendo el paracaídas, según se mire (risas). No, en serio. Cada día es un reto, con una noción más presente que antes y de continuar en la confianza de afianzar y enriquecer todo lo que aprendí y que me gusta hacer. Afortunadamente sigo haciendo cosas que tienen que ver con mi aliento que es la poesía. Mis proyectos se dibujan en función de cada vez sentirme más parte de esta ciudad. No olvido para nada mis raíces, mi Caracas que sigue siendo mi cable a tierra aun en la distancia. Allí todavía están muchos de mis amigos, familiares y afectos muy queridos. Somos muchos los que estamos creando y remitiendo a Venezuela en cada lugar que nos encontramos. Los escritores y artistas ya entendimos que es así, nos toca construir ahora nuestra propia tierra mental».

Por otro lado, Eleonora Requena mira a la sociedad argentina con un criterio muy amplio, capaz de comprender las circunstancias de los migrantes, ya que en sus raíces está sembrado el gen de la migración casi desde sus propios orígenes. «Me consta que para el pueblo argentino es un orgullo ser reconocido como un receptáculo de migración. Pero además, es genuino y uno lo nota cuando habla con el común de la gente. La mayoría tiene en sus venas el gen de la diáspora y creo que eso los hace sensibles. Por más que se diga que la sociedad argentina se mira hacia dentro y que se resguarda en sus formas y sus modos, dentro de esos modos está el acoger al otro, por encima de su forma compacta en tradiciones en cuanto a lo que se come, se bebe y sobre todo a la forma como se habla. Este pueblo tiene el don de ser permeables a lo diferente porque eso diferente se retrata en ellos».


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