“¡Toy despierto, Edu, toy despierto! Tranquilo que te estoy parando. Ese cuadro se llama El coloso y es de Goya. ¿Viste?”. Así le contestó Luis Alberto Machado a su entonces profesor Eduardo Sánchez Rugeles en una clase.

La cita forma parte del artículo que escribió el autor en su página web en memoria del joven. “Hoy desperté con la noticia del fallecimiento de mi ex alumno Luis Machado. Hace tiempo que nos habíamos perdido la pista. No recuerdo cuándo fue la última vez que coincidimos”, comienza el escrito, en el que evoca aquellos momentos en el salón de clases, donde Machado, a su manera, prestaba atención, detalla el escritor.  

Esas palabras fueron compartidas por amigos y compañeros del joven egresado del Colegio San Ignacio, hasta que llegaron a la familia de Luis Alberto, quien falleció en junio de 2017 cuando chocó con otro motorizado en la autopista de Prados del Este en momentos en que se llevaba a cabo uno de los llamados plantones contra el gobierno de Nicolás Maduro. 

Días después Sánchez Rugeles recibió una llamada de un número desconocido: “Hola, buenas noches. Soy Mayra Valdez, la mamá de Luis Machado”. Le contó que quería publicar un libro y le pidió que lo escribiera. El escritor no respondió inmediatamente; pasaron dos meses para que todo se concretara. Esa fue la génesis de 26. Vida de Luis Alberto, presentado hace dos semanas.

—¿Se trata de un homenaje o un recordatorio de las víctimas que hubo el año pasado?

—No lo llamaría homenaje. Creo que es un acercamiento a una persona, que no digamos es un símbolo de la juventud que falleció el año pasado, pero que te permite hacer un puente. El título es muy sugerente porque nos habla de la juventud, tenía 26 años de edad cuando falleció, pero hablamos de una vida y el contexto en el que transcurrió. Se habla de la vida individual en un año en el que pasaron cosas terribles. Lo plantearía como una reflexión sobre la juventud venezolana contemporánea a partir de la historia de Luis Alberto Machado.

—Sí, hay una lectura de un país agobiante, en este caso para la juventud. ¿Pero fue planteado así desde el comienzo?

—Sí, desde que decidí hacer el libro. Acepté la propuesta de Mayra Valdez  de escribir sobre la vida de su hijo, pero desde el primer momento le dije que era necesario, por las circunstancias del país y en la que ocurrió el accidente, abrir un abanico de puntos por observar para describir a la generación en la que él se desenvolvió.

—¿Cómo calificaría a esa generación?

—Es difícil porque el adjetivo tiene que ser muy apropiado. Creo que hay una frustración. Me sentiría incómodo con la idea de una generación frustrada, pero hay algo de eso, una decepción y frustración. Hablo de una generación profundamente desmoralizada, que sin embargo tiene una necesidad urgente de quitarse esto de encima, como quedó demostrado el año pasado. Hay un anhelo de lucha, pero se ha desmoralizado por la circunstancia política tan agresiva. Claro, no supone una resignación, hay una persistencia.

—En el libro menciona cómo un amigo le advirtió que sería difícil establecer empatía con los lectores venezolanos porque se trata de un joven de clase alta.

—Tengo la impresión de que nuestra sociedad es profundamente clasista. Ese clasismo, a lo largo de los años, nos ha perjudicado, ha reforzado la revolución. Tenemos una paradoja discursiva de líderes políticos que venden comunismo radical, pero los ves con guardaespaldas y trajes de lujo. Eso no lo inventaron. Desde los setenta, con la Venezuela petrolera, nos quedamos con la superficie, una sociedad de la apariencia y la ostentación que nos ha hecho mucho daño. Esa reflexión sociológica la tuve presente al abordar a este personaje, que tampoco es una familia de amos del valle, pero sí es acomodada.

—¿Qué descubrió en todo este proceso?

—Fíjate que la primera parte de la conversación que hemos tenido se ha orientado más hacia el tema social, el país, pero los mayores hallazgos van más hacia lo filosófico, la reflexión sobre la finitud, la pérdida de las personas amadas. Me sumieron en un enfrentamiento emocional muy duro. Hice una lectura bastante rigurosa de literatura elegíaca, como digo al final del libro, donde cito varias obras. Fue una inmersión emocionalmente muy exigente. Quedé muy agotado psicológicamente.

—¿Cómo ve ahora la muerte?

—La muerte es un tema muy antipático que uno siempre esquiva hasta el momento que tienes que enfrentarlo. En este caso fue una inmersión absoluta en lo filosófico, psicológico y literario. Un salto a la tristeza, a temas desconsoladores, situaciones límites que han llevado a escribir a otros autores relatos muy testimoniales. Eso deja huella y te hace vulnerable a la vida cotidiana, a lo que puede pasar. Terminé de escribir el libro en abril de este año. Esos primeros quince días tuve un período de profunda melancolía, estaba muy sensible. Pero una vez la rutina te come, eso se transforma y pasas a ser el tipo pragmático.


España y el afán de consolidación

En 26. Vida de Luis Alberto, Eduardo Sánchez Rugeles cuenta que antes de recibir la propuesta de escribir el libro se encontraba desmoralizado porque su apuesta literaria no terminaba de consolidarse.

“Si bien he tenido una trayectoria ‘exitosa’ en Venezuela, yo no vivo en bolívares sino en euros. Ha sido difícil entrar al mercado español. Espero hacerlo pronto con un nuevo manuscrito. Desde hace siete años escribo guiones para cine, pero es un proceso sumamente lento”.

Sin embargo, han aparecido proyectos para cine y literatura con los que se encuentra a gusto. Con respecto a Blue Label/Etiqueta azul,  habrá un tercer aire. Será traducida al inglés y se publicará en octubre en Estados Unidos por Turtle Point Press.


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