Nadie sabe que estoy aquí (Chile, 2020)

El cine construye identidad cultural y sentido de pertenencia. Los países que más han impulsado sus industrias cinematográficas, como los Estados Unidos, lo saben muy bien. Por eso cualquier habitante del planeta tiene una cierta idea de qué aspecto tienen ciudades como Nueva York o San Francisco y puede explicar qué es un bagel o un donut, pero difícilmente podría mencionar dos o tres destinos imperdibles en Santiago de Chile o Asunción.

En el catálogo de Netflix no abundan las producciones latinoamericanas, pero es posible encontrar algunos títulos interesantes de la región de los últimos años. Aquí, algunas películas para salir a caminar desde casa por la cintura cósmica del sur:

Invisible (Argentina, 2017)

Difícil imaginar una película sin estridencias sobre un tema tan divisivo como el aborto. Sin embargo, Pablo Giorgelli da con el tono justo porque sabe que el conflicto que atraviesa su protagonista es, antes que nada, interno. Ely (Mora Arenillas) no grita ni llora desconsoladamente, pero le cuesta prestar atención en el colegio, donde la hacen cantarle a la bandera, pero no hay espacio para acompañarla. Tampoco encuentra contención en el hospital, donde una médica le explica mecánicamente que en la Argentina el aborto está penado, ni en su casa, donde convive con una madre depresiva y la única presencia ostensible es el sonido del televisor.

Entre la ópera prima de Giorgelli, Las acacias, que se llevó en 2011 la Cámara de Oro en Cannes, y ésta, su segunda película, pasaron seis años y su propia paternidad. Una marca que es posible rastrear en la sensibilidad del guion que escribió junto a María Laura Gargarella, en el que cuidan a su personaje principal como no lo hace nadie en la ficción del film.

Temporada de caza (Argentina, 2017)

La ópera prima de Natalia Garagiola parte de la acertada premisa de que la paternidad no es una herencia, sino una construcción, y que sus bases se establecen a través de las costumbres compartidas. Eso es lo que intenta hacer Ernesto (Germán Palacios) cuando recibe en su casa de Esquel a Nahuel (Lautaro Bettoni, en un excelente debut en cine), su hijo adolescente con el que perdió contacto hace muchos años.

Ernesto volvió a formar familia y vive con su mujer y sus cinco pequeñas hijas. El reencuentro con Nahuel, que llega desde Buenos Aires tras la muerte de su madre, es todo menos fluido. Al igual que la amenazante naturaleza patagónica que los rodea -hermosamente fotografiada por Fernando Lockett-, el chico es una fuerza ingobernable que se lleva puesto con sus malos modos cualquier gesto de amabilidad. A través de una serie de ritos compartidos, como hachar leña o salir a cazar, pero también de un pulso firme para poner límites, Ernesto intentará recomponer un vínculo dañado. El emotivo film de Garagiola ganó el premio del público en la Semana Internacional de la Crítica de Venecia y el de mejor película en el Festival Internacional de Cine de Macao.

Nadie sabe que estoy aquí (Chile, 2020)

Jorge García, el actor estadounidense que personificó al bueno de Hurley en Lost, interpreta en la primera producción original chilena para Netflix a Memo Garrido, un exrey sin trono de la canción juvenil. Y es que Memo fue alguna vez la verdadera voz celestial detrás del éxito de Angelo Casas, un jovencito de pelo batido que tenía algo con lo que, según los productores, él no contaba: facha. Años después de esa traumática experiencia, encontramos a Memo adulto viviendo apartado de todo en una isla en el sur de Chile junto a su tío Braulio, al que ayuda en su curtiembre de pieles de oveja. Divorciado de su propia voz, Memo apenas habla. Sin embargo, la aparición de una encantadora vecina obliga a este ghost singer a salir de su ostracismo.

El personaje de Memo le brindó a García la oportunidad de rodar su primer protagónico en la tierra natal de su padre. Por su parte, el argentino Gastón Pauls interpreta a Casas ya adulto en esta ópera prima de Gaspar Antillo producida por los hermanos Larraín (Jackie, Una mujer fantástica). Bonus track: García canta el agridulce tema central, «Nobody Knows I’m Here».

Dry Martina (Chile/Argentina 2018)

Los protagonistas de las películas del chileno radicado en Buenos Aires, Che Sandoval, director habitué del Bafici, suelen tener algún problema sexual. En el caso de Martina, una cantante con algunos éxitos en su pasado, la dificultad reside en que ya no logra excitarse. Sin embargo, esto cambia cuando se le aparece en la puerta de su casa de Buenos Aires Francisca, una fan chilena que asegura ser su hermana. Si bien Martina no tiene ningún interés en hacerse el test y conocer a su supuesto padre, hace las valijas para viajar al país vecino después de comprobar que el novio de Francisca, con el que tuvo un affaire en Buenos Aires, logró sacar del letargo su estancada libido sexual.

La argentina Antonella Costa se luce como Martina, una mujer que se mueve por la vida sin reparar en los demás, pero cuyo descaro terminará cediendo cuando descubra que, más allá de la genética, nunca está de más contar con una hermana.

Laerte-se (Brasil, 2017)

Este documental original de Netflix recoge una conversación íntima con Laerte Coutinho, uno de los historietistas más célebres y respetados de Brasil, quien al filo de sus 60 años tomó la decisión de empezar a vivir como mujer. El film es una aproximación cálida y cercana a Laerte, a quien observamos cuidar de su gata paralítica, entretener a su nieto al piano o entregarse a un ritual tan íntimo como la depilación, pero también compartir con Eliane Brum, quien codirigió la película junto a Lygia Barbosa, una serie de interesantes reflexiones sobre travestimos, homosexualidad y género.

Lúcida y honesta, Laerte advierte, entre otras cosas, que el cuerpo es vital pero no lo puede ser todo, porque eso implicaría aceptar a la biología como único norte, y se anima a denunciar lo que llama el corporativismo trans, que comete el error de propagar ideas rígidas acerca de los cuerpos.

Monos (Colombia, 2019)

El director colombiano Alejandro Landes se mete con uno de los temas más dolorosos para su país, el de la guerrilla. Para ello se centra en un grupo de adolescentes que malviven entre las sierras y la selva cuidando de una rehén. Los problemas comienzan cuando asume el mando Patagrande (Moisés Arias, de Hannah Montana), cuyo estilo de liderazgo está más marcado por sus inseguridades que por alguna noción de bien común.

La tercera película de Landes (Porfirio, Cocalero), que pasó por festivales como Sundance, Berlín y Bafici y fue seleccionada para representar a Colombia en los Oscar, cuenta con un sólido grupo de jóvenes actores, una fotografía impactante y la bella música de Mica Levi. Sin embargo, cabe preguntarse si, al presentar a estos jóvenes guerrilleros como criaturas salvajes con motivaciones poco claras, no cierra el debate que supuestamente busca abrir.

Ya no estoy aquí (México, 2019)

Para rodar esta película, el director mexicano Fernando Frías de la Parra buscó incansablemente a sus actores en los barrios más humildes de Monterrey. Aunque la mayoría, entre ellos su magnético protagonista, Juan Daniel García, no tenían experiencia actoral previa, brillan con luz propia en este trabajo, sobre el cual Guillermo del Toro tuiteó que le había provocado «profunda admiración y respeto».

Ya no estoy aquí es la historia de Ulises, un joven de los suburbios mexicanos quien se ve obligado a esconderse en los Estados Unidos debido a la violencia narco. Sin embargo, más que mexicano, Ulises se siente kolombia, identidad que reúne a los fanáticos de la cumbia colombiana rebajada en Monterrey. Frías de la Parra no solo logra retratar con enorme empatía las dificultades de ser joven y pobre en América Latina, sino que también le recuerda al espectador con sus alegres escenas de baile que no hay pena que la música no pueda aliviar.

Las herederas (Paraguay, 2018)

La pareja de dos mujeres de clase media alta de Asunción de 60 y pico de años, Chela y Chiquita, comienza a resquebrajarse cuando una de ellas es encarcelada por estafa. Después de vender desde las pinturas hasta la platería de la casa para cubrir su deuda, Chela descubre una nueva fuente de ingresos trasladando en su auto a señoras acomodadas. En uno de esos viajes, conoce a la joven Angy, que la sacará de la depresión, pero hará tambalear su vida.

La ópera prima de Mario Martinessi fue la primera película paraguaya en la historia en el Festival de Cine de Berlín, donde se llevó el premio Alfred Bauer «a las películas que abren nuevas perspectivas», mientras que una de sus protagonistas, Ana Brun, se alzó con el Oso de Plata a la mejor actriz. Intimista y sutil, esta historia en clave femenina es una ventana a la poco conocida cinematografía de Paraguay.

Alelí (Uruguay, 2019)

Leticia Jorge vuelve sobre el microcosmos familiar para su segunda película después de Tanta agua. En su comedia, los hermanos Mazzotti acaban de perder a su padre y no saben qué hacer con su madre octogenaria, la lenguaraz Alba, y tampoco con la casa en la que pasaron los veranos de su infancia, Alelí. La propiedad funciona como espejo de las rivalidades entre hermanos, especialmente la que separa a Ernesto de su pragmática hermana Lilián (Mirella Pascual, una de las caras más conocidas del cine uruguayo). Por su parte, la menor, Silvana, está demasiado absorbida por sus propios dramas como para aportar una solución.

Alelí logra retratar con humor y ternura la complicidad entre hermanos, incluso cuando están en desacuerdo, con la convicción de que una casa es siempre más que cuatro paredes y un techo.

Whisky (Uruguay, 2004)

Esta comedia de tono áspero y melancólico acerca del gris dueño de una fábrica de medias en Montevideo, Jacobo, que le pide a su leal empleada Marta que se haga pasar por su esposa durante la visita de su hermano Herman desde Brasil significó un antes y un después para el cine uruguayo. Ambientada en gran parte en el impactante Hotel Argentino de Piriápolis durante el invierno, Whisky supo explotar la gracia de sus personajes contraponiendo la torpe y lacónica personalidad de Jacobo al encanto desbordado de Herman. Una eclosión que hará mella en Marta (Pascual, en el papel que la lanzó a la fama) alterando el delicado equilibrio de antaño.

El reconocimiento cosechado por la película de Pablo Stoll y el ya fallecido Juan Pablo Rebella, que ganó el premio a la mejor película en la prestigiosa sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y el Goya a la mejor película extranjera de habla hispana, impulsó al cine uruguayo a las grandes ligas, que desde entonces comenzó a ser una presencia mucho más frecuente en los grandes festivales.


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