Aplausos de pie reciben músicos en el Teatro de Suboficiales de la Policía de Buenos Aires. No, no están tocando tango, acaban de interpretar Aires de Venezuela. En otro lugar de la capital argentina, en la Escuela de Artes Escénicas, los bailarines del Ballet Inmigrante de Buenos Aires representan las coreografías Doble corchea y La luna y los hijos que tenía del maestro Vicente Nebrada.

El genio de José Antonio Abreu, fundador del Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela fallecido en marzo, y el de Vicente Nebrada, director artístico del Ballet Teresa Carreño desde 1984 hasta su muerte en 2002, se reviven en dos proyectos constituidos por inmigrantes venezolanos: la Latin Vox Machine, ideada por el músico y realizador audiovisual Omar Zambrano, y el Ballet Inmigrante de Buenos Aires, compañía dirigida por la maestra Laura Fiorucci, que fue pieza fundamental de la compañía del Teresa Carreño.

En 2016, Zambrano, músico que entre los 12 y los 17 años de edad formó parte del sistema como estudiante de piano en el Conservatorio José Luis Paz de Maracaibo, emigró a Buenos Aires. Desde entonces era frecuente que se topara con artistas que tocaban en el subte, como suelen llamar los argentinos el transporte subterráneo de la ciudad. Un día escuchó a dos que ejecutaban el corno y el fagot. E identificó el acento: venezolanos. A partir de ese momento comenzó a gestarse la orquesta, con la mayoría de integrantes formados en el sistema.

Hoy la Latin Vox Machine, cuyo nombre destaca la juventud y la maquinaria que está detrás del escenario, la integran 80 músicos, de los cuales 72 son venezolanos. Dirigidos por el surcoreano Jooyong Ahn, a quien aprecian como un maestro espiritual, el 9 de octubre presentarán en el Teatro del Globo el concierto con el que celebrarán su primer aniversario. Tendrán invitados internacionales, entre ellos un ganador del Grammy que Zambrano no revela. El próximo año harán una gira por Uruguay. La orquesta también fue contratada por Yamaha para ofrecer una masterclass, su primer concierto pagado.

“Estos chicos han tenido que hacerse hombres y mujeres muy rápido. Deben enfrentarse a una ciudad tan agresiva como Caracas, con otros códigos. Pero están locos por trabajar. Tienen una disciplina que viene del sistema, eso es evidente”, señala Zambrano.

El Ballet Inmigrante de Buenos Aires surgió también por encuentros impulsados por el éxodo. Laura Fiorucci se fue a Posadas, capital de la provincia de Misiones, en Argentina, porque en Venezuela no tenía trabajo. Allá un alumno le pidió que viajara a Buenos Aires para impartir talleres, y los estudiantes la animaron a formar una compañía. “Les dije que se estaban volviendo locos”, recuerda. Pero luego de mucha insistencia la convencieron. “Todo se fue dando. Queríamos que la compañía integrara inmigrantes de varios países, no solo venezolanos. Incorporamos a una chica de Costa Rica y a varios argentinos desempleados. No teníamos cómo pagar, pero confiaron en mí. Todo el equipo trabaja ad honorem”.

La compañía está formada por ocho mujeres (una venezolana, una costarricense y seis argentinas) y siete hombres (seis venezolanos y un argentino). Hoy tienen la segunda función en Viceversa, donde repetirán Doble corchea y La luna y los hijos que tenía, dos de las tres piezas cuyos derechos la Fundación Nebreda le cedió a Fiorucci. Próximamente esperan presentarse en la Universidad de Buenos Aires y en Morón.

El camino no ha sido fácil para quienes participan en ambos proyectos. Verónica Rodríguez, chelista de 19 años de edad, pasó por 18 alcabalas, fue obligada a desvestirse y a entregar el dinero que tenía. El violinista Adrián González, también de 19 años, vivió un viaje peligroso al trasladarse en una de las camionetas que lleva gasolina de contrabando a Brasil. Moisés Pirela, director y violinista de 28 años, perdió la conexión a Buenos Aires cuando hacía una escala y para regresar debía pagar un dinero que le habían quitado junto con su instrumento. El instinto de supervivencia lo llevó a irse con un equipo de fútbol uruguayo que le prestó una camiseta.

Fiorucci y Zambrano reconocen que Buenos Aires es una ciudad competitiva culturalmente. Sin embargo, destacan el talento de los bailarines y los músicos venezolanos. “Yo creo que todos los procesos migratorios son positivos para el mundo. Lo bueno es que nosotros tenemos artistas de nivel y que aquí no hay muchas compañías de ballet. Lamento que el ballet profesional ya no exista en Venezuela. Fuimos a festivales importantes como el Montpellier. Recibíamos artistas del Royal Ballet. Pero me quedo con lo que me dijo un alumno de Barquisimeto: ‘Los venezolanos no estamos huyendo, nos estamos expandiendo”, expresa la maestra de danza, que fue despedida en 2006 por razones que nunca le explicaron: por un año le prohibieron acceder a la oficina y a las salas de ensayo y de función hasta que solicitó su despido, pues no iba a renunciar después de haber trabajado en la institución desde 1980. Zambrano,quien considera que la obra del maestro Abreu perdurará en el tiempo porque es global e inspira a artistas de muchos países a pesar de las presiones del gobierno, añade: “Aquí estamos reviviendo el sistema, es como volver a esa felicidad”.


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