Centeno
Daniel Centeno Maldonado da clases de cine y literatura en la Universidad de Houston | © FIL/Bernardo De Niz)

Hay escritores que al hablar tienen el mismo tono de sus propias narraciones, como si no pudieran escapar de ellas.

Escuchar a Juan Rulfo es escuchar la voz del narrador de Pedro Páramo, y escuchar a Daniel Centeno Maldonado es escuchar a los personajes de La vida alegre (Alfaguara. México, 2020), su primera novela.

Al igual que Dalio Guerra, el Ruiseñor de las Américas, protagonista de la novela, Centeno lanza groserías para referirse a situaciones divertidas o incómodas: como buen venezolano, o, más bien, como buen oriental (nació en Barcelona, Anzoátegui, y vive en Houston, Estados Unidos).

Pero hay que advertir que eso no significa que Dalio sea una suerte de alter ego de Centeno. En absoluto.

El Ruiseñor de las Américas es un cantante de boleros que luego de gozar de una enorme popularidad cae en un olvido tal que no le queda más que recordar y vivir de sus éxitos de antaño, entre ellos “Caprichosa”, que nombra de manera obsesiva.

La única ayuda que encuentra es la del joven Policarpio, o Poli, otro músico fracasado que tiene que ver desde el local de comida donde terminó trabajando cómo su banda de rock, Cosmos, disfruta del éxito de las canciones compuestas por él tras retirarse por la insistencia de su padre.

Dos generaciones y una misma profesión vistas en el espejo del fracaso, el patetismo y el ridículo, pero no por eso dejan de ser fascinantes. Dalio Guerra es un optimista empedernido y Poli un acomplejado que sabe, en el fondo, que está metido en un proyecto sin sentido: levantar nuevamente la carrera del Ruiseñor de las Américas.

La vida alegre ha gozado de un éxito que Centeno no esperaba. No solo ha sido elogiada por Sergio Ramírez, una voz más que autorizada, también ha sido recomendada por Rubén Blades.

Cuando se le pregunta a Daniel Centeno cómo se siente con esta receptividad, responde irónico: “Súper triste, es una de las peores cosas que me ha pasado (se ríe, como lo hará en la mayor parte de la entrevista). ¿Cómo me voy a sentir? Feliz, es una vaina que yo nunca esperé”.

Contra todo pronóstico

El camino de La vida alegre entre la escritura y su publicación fue, como la historia, accidentado. Así como a Poli le roban la casa en un momento de la novela, una crisis que termina por empujarlo a escribir varias canciones seguidas, Centeno logró que la novela se conociera después de superar varios obstáculos.

Por ejemplo, antes de que estuviese lista la edición falleció el legendario editor mexicano Ramón Córdoba, que había sido insistente en la publicación de La vida alegre, lo que hizo temer a Centeno que no saliera el libro. “Siento que la editorial se había arriesgado mucho porque yo soy un escritor venezolano que no vive en México y que no había publicado una novela antes, y que además no estaba presentando el libro esperado sobre la realidad venezolana trágica. Lo hicieron en plan ‘bueno, Ramón la dejó y en honor a Ramón vamos a sacar esta vaina’. Ese es el cuento de la Cenicienta. Contra todo pronóstico el libro salió”.

Centeno siempre había querido escribir una novela. El primer intento fue cuando estaba en sus veinte, una obra “experimental”, con capítulos que saltaban de la primera a la tercera persona. Tras llegar a las cien páginas la engavetó por unos años, característica de su proceso de escritura porque considera que es muy lento. Cree, por esta razón, que no va a escribir mucho. Cuando la desengavetó pensó que era un disparate de texto.

“Yo dije ‘tengo que demostrarme que puedo escribir una novela’, además para poder quejarme de las novelas que no me gustan. Porque hay gente que se la pasa quejándose pero, oye, escribe tú una, pues. Ahora ya me puedo quejar, y si me dicen que escriba una novela, pues ahí está”.

Decide entonces escribir una novela lineal, sencilla, que fue lo que más le costó.  “Es muy fácil escribir impostado”.

“Quería que fuera una novela con sus personajes principales, con humor, porque siento que el humor a veces lo ven como un género menor. Yo hasta cierto punto estaba haciendo la antinovela de un desconocido, porque el desconocido siempre quiere aparecer con la novela más arrecha del mundo, y yo aposté a lo otro”.

La idea le llegó al toparse con El Inquieto Anacobero, confesiones de Daniel Santos de Héctor Mújica, que le dio una anécdota a Centeno para escribir el primer capítulo y formó parte del proceso de creación de Dalio Guerra. La sangre oriental de Centeno no solo le sirvió para armar los personajes, sino que muchas de las historias de La vida alegre tienen que ver con su niñez. Por eso, confiesa, el tono humorístico y los momentos religiosos que rayan en lo caricaturesco (a Dalio se le aparece varias veces una virgen que está acompañada por un tigre).

“Son orientales. Los orientales creen en todo eso. Mi mamá y mi abuela creen mucho en la Virgen del Valle. Mi abuela me contaba unos mojones gigantes sobre la Virgen del Valle que yo me creía. Entonces en algún momento quise hacer un guiño raro: que había una virgen que se aparecía, pero como una cosa ladilla, que de tanto aparecer no ayudaba a Dalio a hacer su labor”.

Confiesa, advirtiendo que no quiere sonar pretencioso, que el humor le viene de su familia, donde la burla es constante. Cuenta que a veces llama a su casa y su esposa le dice que su mamá es más “bullying” que él. “Y además yo respeto mucho el humor, y bueno Sergio Ramírez habla del Quijote y de La conjura de los necios, que son libros que me gustan mucho. Y yo también, como periodista, en muchos casos he usado el humor porque a mí me gusta mucho, y no tengo nada en contra de lo que no sea humorístico”.

Otras de las particularidades de La vida alegre son los nombres de los personajes. El nombre verdadero de Dalio es Sandalio Segundo Guerrero Guaita, y Poli siempre está recibiendo burlas porque su nombre es Policarpio. Hay otros elementos como un jinete que se llama Nintendo González o canciones con títulos como “Me robaron mis peroles” o “Reportera de mis latidos”.

Centeno explica que el nombre de Dalio le costó encontrarlo, y era importante para él porque sin él no podía escribir: “Yo quería que el nombre sonara a bolerista, que son como engolados, y que además tuviese esencia oriental. Una vez me topé por milagro con el nombre Sandalio, que yo no sabía que existía. Y pensé que si le quitaba el San sonaría a Dalio, que es nombre como de enamorador. Necesitaba un apellido autóctono, que le sirviera además para ese alter ego. No es lo mismo que saques el libro como Sandalio Guerrero que como Dalio Guerra”.

Mientras que el de Poli fue quizás más sencillo. Lo tomó de un amigo que se llama Policarpio, que detesta que le digan así. “Me vino como anillo al dedo para la personalidad que estaba buscando: con complejos e inseguridades que venían desde el mismo nombre”.

Un rockerito que cayó en el bolero

La vida alegre se trata de las segundas oportunidades, el fracaso, el optimismo en las peores circunstancias. Es, también, un homenaje a grandes figuras de la música popular latinoamericana (al final aparecen reunidos nombres como Celia Cruz, Héctor Lavoe, Daniel Santos o La Lupe).

Pero esa no era la música que le gustaba a Centeno cuando estaba adolescente. Solía ser “rockerito”, confiesa, con gustos más pesados. Escuchaba Megadeth, aunque advierte que sus favoritos están entre los 60 y los 70: The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks, Led Zeppelin.

En su casa lo que se escuchaba en cambio era Toña la Negra o Billo’s Caracas Boys y estaba prohibida la salsa. Centeno creció aprendiéndose al caletre aquellas canciones, pero odiándolas visceralmente. “Hasta que me fui a Caracas y me junté con gente que me demostró que la salsa es brutal y me escindí. Con el tiempo te haces mayor y te das cuenta de que la vida no tiene absolutos y que a veces uno es necio y le pone manías a cosas que en el fondo están en tu ADN”.

También entendió que es imposible pasar un despecho escuchando Megadeth, que el género por antonomasia para el desamor es el bolero y con una botella de ron en la mesa. “Además, entendí que la salsa chupaba de ahí. Entonces poco a poco empecé a darme cuenta de que yo idolatraba en silencio a Daniel Santos, La Sonora Matancera, al Conjunto Santiaguero, la Orquesta Aragón, todo ese poco de vainas. Y cuando escribí la novela decidí hacerle un homenaje a esta gente. Porque, bueno, es verdad, Poli es rockero, pero ahí de rock no se habla mucho”.

Otras influencias que pueden hallarse en la novela son el cine, el melodrama y las telenovelas. “Consumo mucha cultura pop, me gustan los clásicos. Cuando era muy chamo me leí algunos de los trabajos de la Escuela de Fráncfort y de Daniel Bell sobre la industria cultural, cuando se dividía en tres partes, la baja, la media y la alta cultura. Entonces, claro, uno tiene que tener cultura para saber si estás con tus placeres culposos o si te están metiendo gato por liebre. A mí la verdad me encanta el rock, me encanta la salsa brava, el cine, me gustan las series. Consumo mucho de esas cosas”.

Periodismo y literatura

Daniel Centeno Maldonado actualmente da clases de cine y literatura en la Universidad de Houston, donde vive desde 2018. Antes estuvo, desde 2009, en El Paso.

También es director de la revista Carátula de Sergio Ramírez, donde comenzó este año, y además se dedica, confiesa, al peor “periodismo posible porque decido cuándo escribo, a quién entrevistar y cómo hacerlo. Si voy con esas exigencias a un medio me dan una patada”.

Entre sus títulos previos se encuentran los libros periodísticos Retratos hablados (Debate, Random House, 2010) y Ogros ejemplares (Lugar Común, 2015), así como Periodismo a ras del boom (Universidad Autónoma de Nuevo León/Universidad de Los Andes, 2007).

Responde que quiso llevar la contraria cuando se le pregunta por qué optó por Comunicación Social y no por Letras como carrera de pregrado: “Siempre me ha interesado, no sé si estoy equivocado o no, que en Venezuela hay como un clima en el que estudiar Letras te legitima más para escribir que estudiar periodismo. Porque todos los periodistas son brutos y mal formados y tal, y yo no pensaba que eso fuera así. Entonces decidí estudiar periodismo”.

Su tesis doctoral, Periodismo a ras del boom, pretende además demostrar que “todos los escritores del Boom tuvieron deudas con el periodismo, ya sea porque arrancaron de ahí, como el caso de García Márquez, o ya cuando estaban en el cenit de su carrera se dedicaron al articulismo. Y de hecho Borges, que es anterior a ellos, no hubiera escrito Historia universal de la infamia si no hubiese sido director de la revista Multicolor”.

Centeno demuestra en su tesis doctoral que Alejo Carpentier utilizó herramientas de investigación casi periodísticas para armar el corpus de El reino de este mundo. “Ahí fui desmontando todo eso. Al final las bases del Nuevo Periodismo, de alguna manera el germen, el embrión, estaban en el Diario del año de la peste de Daniel Defoe. Entonces hacer esas divisiones de que el periodista no es escritor me parece una pendejada”.

@IsaacGMendoza


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