Comenzaré con una aclaración: más que presentar un libro lo que hago es apadrinar un debut literario: la salida al ruedo, como dicen, de una novel autora que con intensa honestidad ha trasegado una experiencia de vida a las páginas de un poemario. Como saben, no escribo sobre poesía, un terreno donde suelo moverme como recurrente lector de manera asistemática, al aire de mi estado de ánimo y en ocasiones impelido por fútiles intereses. Por eso esto es un apadrinamiento hecho, eso sí, con el afecto de quien, a la distancia, ha visto el despuntar de una vocación por los trabajos del alma de una personalidad inequívoca.

Conocí a Aymara hacia 1998 en el curso de literatura venezolana de quinto año de la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello. La recuerdo una tarde refutando mi interpretación sobre no sé qué aspecto de la novela de Milagros Mata Gil, Memorias de una antigua primavera. Sus juicios eran tan vehementes que llegó a preguntarme: “¿Pero usted leyó la obra, profesor?”. La fulminé con una mirada, a lo que ella (quiero creer que apenada) respondió: “Perdone, profe, perdone”.

La escena bastó para no olvidarla, pero no por las razones que creen: desde ese momento me percaté de algo: esa chica daría de qué hablar, pensé, y miren: este primer libro es prueba de ello.

Debuta Aymara, entonces, con un poemario cargado de alta tensión erótica: Permiso hacia la fuga constituye una puesta en escena donde las palabras ceden espacio ante las portentosas imágenes que hurgan en los entresijos del goce sexual, pleno y exultante. Se trata de una verdadera declaración de principios respecto del significado de la vida; ya en el prefacio la autora (que luego, es obvio, se enmascara en la voz poética) nos advierte: “Quizá porque el amor y el erotismo son las condiciones (y la única posibilidad) que he encontrado para darle sentido a la existencia” es que –me permito agregar– escribe este libro descarnado donde el aliento se corta mientras exploramos las varias manifestaciones de lo homoerótico.

Dividido en dos partes, la primera deviene acto de tanteo y descubrimiento. Allí asistimos al despliegue de las sensaciones que van surgiendo cuando nos entregamos al otro: las constantes referencias al fuego y a sus peligros nos informan sobre los placeres del amor-carnal: una pulsión que no podemos reprimir sino que, por el contrario, debemos hacer que fluya y se despliegue en cada poro del cuerpo. En ese fuego cocemos nuestro espíritu, la verdadera esencia de lo que somos.

Una línea de reflexión que cruza el poemario resulta curiosa: segar las palabras para dejar que el deseo cristalice, acallar la sintaxis y los verbos; curioso porque gracias a las palabras es como accedemos al disfrute de los sentidos:

“La lujuria rastreada en un tono.

El cuerpo se hace vocal. Sonoro. Sin rostro.

La piel vibra con cada consonante.

Alerta un susurro. El eco seduce. La curva no viene de

los senos ni de las caderas ni la cintura, sale de la boca

con un tono grave y cálido.

La voz erógena.

Prosodia de ti son las cenizas que dejó este incendio

provocado por una pirómana o una locutora que no

sabía de éxtasis. La vivencia revela la extensión del

placer inexplorado, paisaje incluso trazado cuando es

desconocido”.

(“Incendio, rostros de cenizas”)

En este caso, el amor-sexual entra primero por el oído.

La segunda parte del libro no es más que una poética (o erótica) del placer, en la cual queda evidenciado el disfrute que nos brinda el sexo cuando se asume sin prejuicios ni limitaciones distintas a las que se imponen los amantes. Abundan los versos que pueden ser leídos como aforismos: “la obligación solo puede ser imperativa con el deseo”. O este otro. “Dejemos que exista ‘habría’ como conjugación y deseo”.

Debe decirse, sin embargo, que en la primera parte hay poemas-frases como este: “La prohibición encarna placeres: despierta demencias / que llevan al goce ilimitado”.

Esta erótica (o poiesis erótica) es, sin duda, un canto al libre arbitrio de las pasiones, al ludismo sexual jugado con la conciencia de que la vida, a fin de cuentas, no es otra cosa que una constate búsqueda del otro ideal, ese que es capaz de despertar, entender y completar nuestros deseos.

Pero dejemos que hable Aymara.

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Palabras pronunciadas en la presentación del poemario en la Librería Lugar Común de Paseo Las Mercedes, el 20 de diciembre de 2017.


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