Los últimos días de vida del actor Robin Williams fueron terribles y desgarradores. Eso es lo que cuenta el libro biográfico «Robin», escrito por el periodista Dave Itzkoff, de The New York Times.

Según relata Itzkoff el actor primero fue diagnosticado con la enfermedad de Parkinson, pero ciertos comportamientos que algunos asociaban al alcohol o las drogas, acabaron en un segundo diagnóstico: demencia con cuerpos de Lewy (un trastorno nuerodegenerativo y progresivo muy similar al Alzheimer, con proteínas que se acumulan en el cerebro, afectando al pensamiento, la memoria, las emociones y los movimientos corporales). Ya no era el Williams que todo el mundo conocía, sufría de paranoia, alucinaciones e insomnio.

El actor -ganador de un Oscar- colapsó en Vancouver durante el rodaje de Noche en el museo: El secreto de la tumba, la tercera película de la exitosa franquicia porque su enfermedad provocaba que sus últimos días de vida iniciaran llorando desconsoladamente de un momento a otro. También olvidaba conversaciones y tenía problemas para caminar. »Lloraba en mis brazos al final de cada día (de rodaje). Era horrible. Horrible», recuerda la maquillista Cheri Minns.

Además, Minns dice en la biografía que le sugirió volver a hacer monólogos -que tanto le gustaban- pero no aceptó. »Simplemente lloraba y me decía ‘no puedo, Cheri, ya no sé cómo hacerlo, no sé cómo ser gracioso'», recuerda.

Williams, sin embargo, no conocía las causas de los síntomas que padecía, aunque sí sabía que estaba enfermo de Parkinson. De hecho, la familia del actor conoció esta otra enfermedad solo tras los resultados de la autopsia, tres meses después de su muerte


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