El público no se ha amilanado ante un silbido inquietante que viene del llano adentro. La lúgubre advertencia ha sido más bien una invitación a las salas de cine donde las personas, atraídas por el encanto de lo tenebroso y desconocido, han respondido a El Silbón: orígenes, de Gisberg Bermúdez, la película venezolana más vista en el país en las cadenas exhibidoras durante el año pasado.

Desde su estreno, el viernes 7 de diciembre de 2018, hasta el último día de ese mes sumó un total de 45.280 espectadores. El jueves de esta semana la cifra se ubicó en 55.030.

Los números han sido celebrados por la crítica y el autor, en un año en el que ha disminuido el público en las salas. Además, el largometraje ha desempolvado la discusión sobre formas de financiamiento, distribución y los géneros tratados en el cine venezolano.

En 2013 fue estrenada La casa del fin de los tiempos, de Alejandro Hidalgo, que desde entonces ha sido vista por 623.856 espectadores, de acuerdo con las cifras publicadas por el CNAC en 2016.

El éxito de la cinta avivó el debate sobre cuál es el primer filme de terror venezolano, en una industria que suele asociarse a dramas sociales con personajes como el malandro o el policía corrupto.

En su momento, algunos medios replicaron que la ópera prima de Hidalgo era la primera película venezolana del género de terror o suspenso, pero hay quienes piden ser cautelosos ante la información de las promociones.

Eso sí, no hay consenso. El crítico Robert Gómez, por ejemplo, tiene una tesis; para exponerla se remonta al cortometraje Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa, de Manuel Trujillo Durán, proyectado en Maracaibo en 1897.

“Para mí supone el primer filme de terror del cine venezolano. No en balde la figura del odontólogo tiene muchas representaciones en el cine de serie B y en el cine de autor como un personaje que desde ese oficio tortura a sus víctimas. Pensemos en Marathon Man”, afirma.

Gómez aclara que en ese entonces tan solo se registraba lo que el cinematógrafo podía de su entorno, intuitivamente, y sin intenciones de desarrollar un género. “No obstante, no puede obviarse la reacción del espectador, quien probablemente veía en ella, como es natural, una historia aterradora de la misma manera que muchos espectadores reaccionaron ante la Llegada del tren a la estación de los hermanos Lumière”.

Otro crítico, Edgar Rocca, coincide con la tesis de Gómez, quien además considera necesario tomar en cuenta películas como El regreso de Sabina (1980), del español Antonio García Molina, y el mediometraje Casa tomada(1986), de Malena Roncayolo, que luego fue llevado a largometraje con el título de Pacto de sangre (1987).

La primera, protagonizada por Héctor Mayerston y Herminia Martínez, muestra a un hombre que no se recupera de la muerte de su esposa y empieza a ver a las que considera que son manifestaciones de ella. La segunda, es una adaptación del cuento de Julio Cortázar sobre dos hermanos que abandonan su casa al escuchar ruidos extraños de unos supuestos invasores.

A esa observación, Roncayolo responde: “No es propiamente del género. Al menos no fue propuesta como terror. Aunque en efecto tiene elementos, diría que está más relacionada con el suspenso, es más metafísica”.

Rocca agrega: “Si vamos a los antecedentes más primitivos, Amábilis Cordero se atrevió a filmar películas con tintes paranormales, fantasiosos o de terror. Hay varias cintas de su filmografía en su época, en los años veinte y treinta, que asustaban al público. No se podría hablar del género propiamente, pero son antecedentes válidos y reseñados por la prensa de la época. Los milagros de la Divina Pastora (1928) mostraba a un personaje alegórico a la muerte”.

El crítico Rodolfo Izaguirre también piensa que es necesario hablar de la obra de Cordero cuando se discute sobre el cine de terror en Venezuela. “Él era muy católico. Sus obras son muy religiosas. En Los milagros de la Divina Pastora vemos a ese sacerdote que ofrece su vida con tal de que la peste cese. Hay un personaje vestido de muerte, que va por los techos de Barquisimeto. Creo que es la primera imagen fantasmagórica en el cine venezolano”.

Izaguirre lamenta que no se hayan desarrollado lo suficiente los géneros en las producciones nacionales. “Espero no morirme sin ver una historia que trate de dos muchachos que salen del liceo Fermín Toro y quieren hacer el amor, pero no encuentran dónde. No se atreven a entrar en esas pensiones, no tienen dinero para un hotel, no quieren hacerlo en el Parque Los Caobos porque la policía los pondría presos. Esa es la película”. Continúa tajante: “El cine venezolano carece de muchos temas. Es muy sociológico, antropológico. Da discursos políticos, morales, religiosos. Una vez los cineastas se molestaron conmigo porque dije que había que dejar de realizar filmes y hacer cine, que es liberar esas imágenes de tanto peso ideológico, político, sociológico. Tú no eres antropólogo, sino un poeta que quiere cantar las cosas de tu tiempo. El espectador que quiera inferir que las imágenes dan un discurso sociológico, que lo haga”.

Como nicho. La productora Claudia Lepage piensa que al contrario de lo que ocurría en los años setenta, ochenta y noventa, cuando el drama social era predominante en la cinematografía nacional, las nuevas generaciones han empezado a ahondar en otros géneros como el terror, el suspenso y la comedia. “Recordemos también que debido al peso del drama, ha habido poca formación en áreas técnicas como maquillaje y efectos especiales”. Sin embargo, dice, ha habido un cambio en propuestas de años recientes.

“En lo profesional, no es un género que me atraiga mucho. Nunca he producido una película de terror, pero no estoy cerrada. Como me interesan ciertos temas, no he tenido la oportunidad de producir una de terror. Reconozco que es un nicho. Tiene un público, no solo en Venezuela sino a nivel internacional. Hay mucho por explorar. Los trabajos bien producidos, con buenas historias y buena factura, viajan muy bien. El Silbón, es un ejemplo de este cine venezolano que se puede exportar. La vi porque fui jurado en Mérida”.

Papita 2da base. Entre las cintas estrenadas en 2018, El Silbón: orígenes, que fue la película más vista el año pasado, en tan solo tres semanas superó a la comedia Locos y peligrosos, que llegó a la cartelera en marzo. Sin embargo, de acuerdo con los datos de la Asociación de la Industria del Cine, Papita 2da base, de Luis Carlos Hueck, que se estrenó en diciembre de 2017, obtuvo en 2018 la cantidad de 590.763 espectadores, y hay que agregar los 284.277 del año anterior para un total de 875.040. Esos números, sin tomar en cuenta la fecha de estreno, convierten al filme de Hueck en el más visto durante 2018 entre las producciones nacionales.


EL DATO

Roncayolo cuenta que habló con la agente literaria Carmen Balcells por los derechos de la obra de Julio Cortázar, pero no pudo pagar los 2.000 dólares para usar el nombre de Casa tomada para el largometraje basado en el cuento del escritor. Decidió entonces titularlo Pacto de sangre.


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