Paisaje permanente

Verbalizar el cuerpo cuando no podemos alcanzarlo.

Cuando es escondite. También cuando se esconde tras el manto de la palabra.

Recorrer espacios ocultos para llegar al paisaje permanente:

la carne desnuda, el erizo en piel, la fatiga después del orgasmo, que merece todos los adeptos.

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Un volver a empezar

Una caricia. Tacto que se detiene donde la palabra se desvanece, tiempo que cae al más hondo precipicio.

Una estancia. Un encuentro. Un roce. Un volver a empezar. Un balbuceo, un recorrido por la piel que comunica la única certeza posible, la única: el deseo. Dialogamos, reímos, lloramos, pero el deseo nos mueve: instaura la fragilidad del tiempo.

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Segunda parte

El erotismo establece sus rutinas. La selección del movimiento, la picardía de una mirada, el adelanto de una acción, el anticipo de un ¿quieres? cuando se sabe que todo está preparado para la declinación que importa. Es hoy, mañana, cada día en la sucesión del tiempo compartido. Es un permiso hacia la fuga.

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Césped imaginario

Una necesidad de presencia que no reconocía la palabra como vía para el intercambio. La razón, la estructura verbal y el léxico se fueron al carajo. Ante el vacío de la lengua, los cuerpos erigen puentes para que toda apetencia fluya. Se convierten en imanes que desconocen el freno cuando están alienados por la atracción. La misma que nos proyecta en un césped imaginario donde los puntos de fuga se multiplican y solo cabe tender la manta para disponer el escenario.

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En tierra fértil

Situarse, tengo que situarme, suelen repetirse los pragmáticos. No formo parte de este club. Prefiero la lógica del azar. Solo la ruleta, los dados, la fortuita coincidencia de lo inesperado cobra sentido. Ante esa posibilidad, siempre estoy despierta y suelo cosechar en tierra fértil: cuerpo desnudo, apetente.

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Permiso hacia la fuga

Aymara Arreaza Rodríguez

Ediciones Torremozas (Colección La Noctámbula)

Madrid, 2017


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