Chernobyl, el desastre nuclear en 5 aterradores capítulos para la historia

El viernes HBO transmitirá para América Latina el quinto y último episodio de la serie creada por Craig Mazin que se ha convertido en uno de los shows mejor valorados de la televisión en épocas recientes

Llegó justo cuando terminaba Game of Thrones y los seriéfilos lloraban por las esquinas la grave pérdida. La propuesta Chernobyl era tan diametralmente opuesta que parecía una serie abocada a conquistar solo a un puñado de avispados amantes de la docurrealidad.

Tras ver el primero de los cinco espeluznantes episodios en los que el showrunner de HBO Craig Mazin cuenta la tragedia nuclear más grave del siglo XX, ya no hubo dudas: Chernobyl es, probablemente, una de las mejores series de la historia.  Mazin es conocido por los guiones Scary Movie, Los ángeles de Charlie y The Hangover Part II.

De hecho, la web especializada IMBD registraba un altísimo respaldo de 9,5 puntos (sobre 10) al primer capítulo, pero los siguientes rozaron los 10 puntos.

El viernes HBO transmitirá el último capítulo para América Latina de una historia cuyo final, tristemente conocido, es el juicio que condenó a 10 años de trabajos forzosos a 3 técnicos responsables.

Como colofón, los planos finales son tomas documentales auténticas. Añade algunas reflexiones y explicaciones sabidas, pero pertinentes en este trabajo de memoria que es la serie.

Chernobyl empieza dos años y un minuto antes del accidente, justo cuando un hombre demolido y demacrado se quita la vida tras esconder unas cintas de cassette en las que ha grabado una confesión.

Es Valeri Legásov (Jared Harris), el científico que dejó la vida, literalmente, para minimizar los efectos de una explosión que nunca debió ocurrir.

Con él, el vicepresidente del poderoso Consejo de Ministros de Mijail Gorbachov, Boris Shcherbina (Stellan Skarsgard), que primero negó la gravedad de los hechos y después fue el respaldo imprescindible de Legásov. Una pareja que no solo funciona, sino que conmueve y transmite.

Rabia y tristeza

Con una documentación tan profusa como precisa, Craig Mazin creó a estos personajes que vivieron de verdad la tragedia y se inventa uno, Ulana Khomyuk. Interpretado por Emily Watson, sintetiza las decenas de científicos que ayudaron a Legásov y simboliza la necesidad de entender de la comunidad científica.

Ahí están también la desesperación de Legásov ante la inoperancia de los dirigentes y sus decisiones “arbitrarias y sin fundamento”. También lo contrario: la esperanza que transmiten los mineros de Tula cuando deciden ayudar, aun sabiendo que van a una muerte segura.

La inocencia de los vecinos de Pripyat viendo la explosión bajo una lluvia de cenizas radiactivas -murieron todos en los años siguientes-, la inconciencia de una embarazada que abraza a su marido contaminado o las mentiras del aparato para maquillar lo inevitable. “Mucho cuidado con humillar a un país que vive obsesionado con que le humillen”, observa uno de los militares.

A todo ello contribuye la espectacular puesta en escena, sobria y realista. A pesar de estar rodada en inglés, mantiene los mensajes originales en carteles y pancartas gigantes colgadas de los edificios, tan del gusto del Komitern. Y suman también los trabajos de maquillaje, vestuario y ambientación.

Chernobyl parece una pesadilla, pero no lo es. Y lo que paraliza al espectador es que todo ocurrió solo hace 30 años: la central atómica de Chernobil, en el norte de Ucrania, explotó el 26 de abril de 1986 liberando material radiactivo por toda Rusia, Bielorrusia y Ucrania, y llegó a Escandinavia y Europa del Este.

Hubo más de 4.000 muertos, entre ellos, un centenar de bomberos y personal de emergencias que casi se inmolaron por el bien común.

Pero en Chernobyl no cabe al sentimentalismo, tan solo una profunda tristeza que se tiñe de rabia por momentos. Y si su espectacular atmósfera postapocalíptica hace que, a veces, el espectador piense que solo es una ficción, Legásov le baja de nuevo a la tierra: tras la explosión, quedaron contaminados 2.600 kilómetros alrededor de Chernobil y hubo que asolar (no quedaron ni árboles, ni rocas, ni animales, ni personas) 100 kilómetros cuadrados.


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