Nacida en Caracas, en 1989, es licenciada en Estudios Liberales, con máster en Desarrollo Internacional. Su poemario A dos aguas obtuvo mención especial en el X Concurso Nacional de Poesía para Liceístas y su libro Muralla intermedia obtuvo otra mención en el II Premio Nacional Universitario de Literatura. En 2014 fue seleccionada por la Fundación Carolina para participar en el programa ‘Jóvenes líderes ibero-americanos’.

Forma parte de una generación literaria de relevo, que representa a punta de exclusivo talento y constancia de trabajo. No es casual, sin embargo, que Camila Ríos Armas haya nacido poeta. Es nieta del gran narrador Alfredo Armas Alfonzo e hija de la reconocida poeta Edda Armas. Ambos la preceden con enormes méritos y ella se reconoce como heredera de un linaje que recibe con una mezcla de orgullo y humildad. Su padre, Carlos Ríos Millán, si bien es ingeniero, comparte la pasión familiar por los libros: es un curioso y ávido lector. Por la rama materna también encontraremos una abuela escultora, un tío fotógrafo, otro artista y otra diseñadora. Un entorno cultural que atrapó a Camila desde niña.

Sus recuerdos más remotos se remontan a las tardes compartidas con su abuela Aída en la quinta Lejaraz, hogar de la familia Armas en Colinas de Bello Monte. Allí también vivía su bisabuela Amanda, que murió centenaria. Muchas veces, después de la escuela, Amanda la ayudaba a hacer las tareas. Y si sobraba tiempo libre, aunque las separaban ochenta años, ambas adoraban dibujar juntas. Su abuelo Alfredo, que también era coleccionista de arte, falleció cuando ella tenía apenas un año. Pero basta el universo compacto de libros, obras de arte, tallas coloniales y miles de objetos fascinantes para entender que el abuelo está vivo y que la va llevando de la mano con lecciones invisibles. Su abuela Aída ha sido la encargada de transmitirle la memoria propia y la de su marido, a la vez que le ha revelado durante años las anécdotas y misterios que corresponden a cada objeto de la casa que es un museo.

El hogar de sus abuelos paternos en Cumaná era un gran contraste; significaba vacaciones y playa. Un ambiente característico, de donde era su abuelo Carmelo Ríos, político de las filas de URD, ex-gobernador del estado Sucre y fundador del semanario regional El Clarín, bautizado así en homenaje al pueblo que lo vio nacer. “Era muy simpático; de profesión humorista. Un hombre muy especial y cariñoso, con el que compartí buena parte de mi infancia”. De su abuela paterna le queda la adoración por la gastronomía del oriente venezolano: “Su sancocho de pescado con plátano verde y su maravilloso arroz con leche son platos que nunca he podido repetir”.

Desde el principio se estableció una relación madre-hija signada por la complicidad del oficio de escribir. “Me inventaba cuentos para cuando me iba a dormir. Y como me gustaban, le pedía que me los repitiera. Ella siempre los cambiaba, agregando o quitando cosas. Por su trabajo, mi mamá iba mucho a librerías, y con frecuencia yo andaba con ella. En cada una de esos ‘paseos’ me divertía leyendo, y salía con un libro de regalo”. La biblioteca personal de Camila comienza con esos libros infantiles. Le pedía a su madre recomendaciones sobre autores, y así creció leyendo.

Desde el kínder fue muy conversadora, y en la escuela tenía fama de respondona, dos rasgos que dice haber guardado. Excelente alumna, siempre se sintió muy querida por sus condiscípulos. “Hasta el cuarto grado cursé en el Colegio Valle Abierto. Su sistema de aula libre iba perfectamente bien con mi personalidad. Luego, a mi hermana Jimena y a mí nos inscribieron en el Colegio Inmaculada Concepción de La Florida, donde terminé primaria y secundaria. Era muy diferente al anterior, aunque igualmente me gustó y me adapté bien. Al principio me daba risa que todos nos levantáramos para darle los ‘buenos días’ al maestro, pero luego me acostumbré no solo a eso, sino también a usar uniforme de falda y medias hasta la rodillas”.

La escritura y los afectos

Cuando estudiaba bachillerato ya escribía poemas, y lo hacía tan bien que en 2005, con el poemario inédito A dos aguas, gana una mención especial en el X Concurso Nacional de Poesía para Liceístas. Poco tiempo después, reincide con su libro Muralla intermedia, obteniendo otra mención en el II Premio Nacional Universitario de Literatura de 2007.

“El premio universitario me abrió las puertas de toda una comunidad. Comencé a frecuentar a la gente de letras de la UCV y de la UCAB, a participar en recitales y en diversas actividades literarias. Era un grupo de escritores heterogéneos, que yo no conocía porque no había estudiado literatura. Cuando salió Muralla, Santiago Acosta y Willy McKey, que acababan de fundar la revista El Salmón, me invitaron a los recitales que organizaban”. Además de su formación en los talleres de Monte Ávila Editores, valora el intercambio con otros jóvenes escritores como algo determinante. “Todo eso contribuyó a mi formación como poeta”.

“En mi vida, la escritura y los afectos, los amigos poetas y la poesía, son indisociables”. A la hora de hacer un balance de las personas que han sido claves en su trabajo, Camila enumera algunos nombres. La primera es la poeta, y amiga de su madre, Belkys Arredondo. “Fue ella quien realmente leyó mis primeros poemas. Cuando se los envié, me dijo que yo tenía talento, que debía seguir trabajando mis textos”. Más adelante llegaron otros amigos que se volvieron inseparables en la vida y en la literatura. A ellos les da de leer, antes que a nadie, todo lo que hace. Ellos y su madre han sido sus primeros críticos.

“Una de las personas más importantes en cuanto al oficio poético ha sido Adalber Salas Hernández; además de ser mi mejor amigo en el plano personal, ha seguido la evolución de mi obra. Adalber es un lector empedernido; hizo un doctorado en Literatura Comparada y es escritor. Me gusta que él me lea porque lleva una secuencia de mis libros y poemas que yo soy absolutamente incapaz de ver. Sus opiniones son muy importantes para mí. En general, todos los escritores tienen sus lectores de confianza, a quienes les envían primero sus textos”.

Como muchos venezolanos de su generación, Camila ha convertido su vida en un viaje. Ha pasado largas temporadas en el extranjero, sobre todo en Nueva York, Madrid y París. Períodos que pueden ser de tres meses o dos años. Desde 2016 se encuentra en París, culminando un máster de Desarrollo Internacional en la prestigiosa École de Sciences Politiques. “Por supuesto que los viajes y las mudanzas tienen que ver con mi escritura. Desde el primer libro eso resalta, y en el último que todavía está inédito es donde más se ve. Es un libro de ciudades. Y que además trae una novedad: me atreví a escribir dos textos en prosa poética”.

“Además del libro que está por salir, tengo un proyecto en germinación que se desprende del trabajo que actualmente hago con refugiados. Me interesó sobre todo la historia de uno de ellos. Lo que vaya a resultar llevará su nombre como título y estará basado en su travesía por Europa. Voy a contar su historia, o la de varios refugiados. Quizás termino haciendo relatos y no poesía, o contando esas anécdotas en prosa poética. Ya veremos”.

No descarta que su interés por el tema de los refugiados en Europa, inconscientemente, tenga algo que ver con el de la emigración venezolana, aunque considere que no es comparable en cuanto a las circunstancias. “Tal vez el impulso, que no sé de dónde viene, surge del sentimiento de dejar lo que quieres, de no saber si podrás volver, de preguntarte si el país que amas existe realmente como te lo representas o si no es más que una mentira”.

Las relaciones entre los países y sus respectivos escritores, quién necesita a quién, están llenas de extrañeza. En un extremo, similitudes; en el otro, desprecio. Camila no es la excepción. “Dejé en pausa mi nuevo libro; no me he movido ni tocado puertas para que lo publiquen. Tengo dos años sin ir a Venezuela, y no me anima la idea de editar un libro allá si yo no voy a estar. Tengo ese pequeño dilema. La gente que conoce mi trabajo, y que me ha apoyado a todo lo largo del camino, está allá. Pero no me gusta la idea de publicar el libro para dejarlo como abandonado, porque tampoco tendría tiempo para promocionarlo. Si uno publica un libro, no es solo para verlo materializado. Hay que estar allí para encontrase con quienes serán sus lectores. Ahora estoy en Francia, sumergida en mis estudios, y ya habrá tiempo para las definiciones”.

“En Venezuela estaba mi mundo, estaban mis amigos. Uno inventaba todos los días, tocaba la puerta de una librería, vivía en comunidad. Cuando eres extranjero, en cambio, no tienes ningún contacto: tu nombre no les dice nada. Allá vive la gente que te conoce desde pequeña, que te tiene cariño, que te quiere ayudar. Eso no existe acá en París: eres uno más del montón. Esas son cosas que impactan. En Nueva York, por ejemplo, fue diferente. Me integré muy rápido a un programa de escritura creativa en español donde había muchos venezolanos. Iba a las clases sin estar inscrita, iba a los recitales. Me hice amiga de todos y conocí a muchos escritores. El contacto con los escritores reconocidos que participaban era directo y natural. En París, al estar concentrada en mis estudios, no me queda mucho tiempo para explorar los círculos literarios, aunque a simple vista no parece haber una comunidad de escritores venezolanos como la que puedes encontrar en Nueva York o en algunas ciudades de España”.

Temas inmutables

Acerca del oficio de poeta, Camila ha constatado que hay muchas concepciones distintas. “Algunos creen que ser poeta quiere decir levantarse temprano todos los días y escribir por dos horas. Para mí es algo íntimo, cotidiano, que forma parte de mi vida, y que además me define. Es una manera de ver y de aproximarme a las cosas. Desde que comencé, a los quince años, no he parado de escribir, pero creo que todavía me cuesta un poco considerarme poeta”.

“Yo llevo siempre un cuaderno conmigo donde tomo apuntes. A veces salen poemas enteros así, escritos a mano, pero también puedo hacerlos en la computadora. Incluso muchas veces grabo, porque caminando se me ocurren cosas. No tengo una método estricto. Todo depende del día y de las circunstancias”.

“¿Libros de mi adolescencia? Pues son muchos. Me bastaba tomar cualquier libro de la biblioteca de mi mamá, al azar, y leerlo. En mi adolescencia leí mucha narrativa. Mis preferidos fueron: El barón rampante de Italo Calvino, Oliver Twist de Charles Dickens, Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne y Seda de Alessandro Baricco. También tuve mi época de Nietzsche: El ocaso de los dioses, por ejemplo. Y leí con fervor los Diarios de Anaïs Nin”.

Suele suceder que la lectura conduce a la escritura, y muchos autores nacen por la fascinación con otros autores, incluso al punto de emularlos. En cuanto a la valoración de poetas nacionales, Camila se ha sentido atraída por el trabajo de Elizabeth Schön, Alfredo Silva Estrada, Cecilia Ortiz, y Reynaldo Pérez Só. De los internacionales la han marcado Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges y Sylvia Plath… “Y aunque creo más en la influencia de poemas y libros que en la de autores, debería mencionar también a Wislawa Szymborska, Henri Michaux, Pierre Reverdy, Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar y Federico García Lorca… También la fotografía tiene un espacio muy importante en mi poesía”.

Camila está entre quienes piensan que “la poesía tiene grandes temas que se ponen trajes distintos, pero en el fondo los temas son inmutables: uno ante el otro, la nostalgia, el amor, el descubrimiento de los elementos, la subjetividad, el odio, la tristeza, el dolor… Son grandes arquetipos de donde se derivan todos los demás. En mi caso, trabajo bastante la temática del yo y el mundo. También la ausencia presente (eso que no está pero es tan fuerte como un cuerpo físico). También la nostalgia y la espiritualidad”.

Acerca de la forma en que expone sus objetos poéticos, “creo que mi poesía es muy plástica, en el sentido de que es como un dibujo. En los inicios, esa noción era muy cierta, luego fue evolucionando, y todavía se mantiene aunque haya mutado. En todo caso, la definición de mi propuesta o de sus alcances quizás sea más bien tarea de los críticos. Jamás me he sentado a escribir un libro convencida de que mi poesía va a cambiar algo. Creo que mi poesía es muy íntima. Al punto de no pensar en el lector cuando estoy escribiendo. En el momento de la corrección sí, pero durante el proceso creativo no. Sí puedo admitir que cuando escribo trato de no ser obvia. Me gusta el misterio, ser un poco críptica. Me gusta incluso jugar a ser la única que sabe dónde nace mi poema, qué lo inspira. A veces puedo terminar escribiendo algo que no tiene absolutamente nada que ver con lo que me inspira. Ese es un juego mío: un juego muy solitario. Aunque en ocasiones alguien adivina. He escrito poemas después de ver una película y se me han acercado a preguntarme si yo estaba viendo tal película cuando escribí tal poema”.

Maneras de vivir

Sobre la utilidad o inutilidad de la poesía, o sobre el rol del poeta en las sociedades contemporáneas, se ha escrito mucho. En tiempos ancestrales, la poesía ya existía antes de nociones como historia, mito, magia o religión. Era expresión elevada del pensamiento y del saber en sociedades sin ciencia. ¿Pero qué es hoy o para qué sirve la poesía? “Ante los graves problemas que afectan al mundo, no creo que unos versos puedan cambiarlo. Pero de lo que sí estoy segura es de que sin poesía la realidad sería muy triste. La poesía es necesaria. La poesía puede revelar voces, seres, sentimientos, situaciones que, por otro medio, la gente no se detendría a ver”.

“Siempre es muy difícil definirla. En cierto modo, la poesía es una manera de vivir, de existir. Unos lentes con los que ves el mundo. Es la condensación de lo humano: la emoción y el raciocinio. Es una forma de comunicación donde vas directo a la pureza del sentimiento y del lenguaje. No soy tan ingenua como para creer que la poesía tiene el poder de cambiar el mundo, pero sí lo hace un lugar más amable, menos hostil”.

“Mucha gente me dice que odia la poesía porque no la comprende, porque no sabe de qué le están hablando. Pero cuando les aconsejo que se olviden de comprender, que solo traten de sentir lo que dicen las palabras, como si miraran un cuadro, sin pensar que hay algo detrás, entonces reconocen que no es tan complicado. No hay nada que entender: cada quien entiende lo que entiende”.

“La poesía es una forma superior de lenguaje. Por eso no me gusta usarla como catarsis, para sacar todo lo tengo por dentro. Para mí es algo más sublime. Puede ser mi medio para comunicar, pero no una forma de terapia. Yo dejo reposar mis ideas antes de escribir, las dejo tranquilas. Si escribo todo ese torbellino, siento que me estoy sirviendo de la poesía para desahogarme. Y no me gusta, porque de allí puede salir cualquier cosa, y la poesía siempre merece más. No cualquier cosa es poesía. Si alguien lee mis poemas de adolescencia, no va a encontrar ni un solo poema de amor. Más adelante sí abordé el tema con algo de erotismo, porque antes hubiera caído en el cliché. Me asusto mucho cuando siento que las emociones me pueden llevar a un lugar común. A medida que pasa el tiempo, uno se va poniendo más exigente con uno mismo. Siempre existe el temor de lo que te puedan decir cuando das tu libro a leer”.

Temores de otro orden

Camila no duda en reconocer que la justicia es el valor que más ama y defiende. En el otro extremo, condena la discriminación en todas sus variantes. “Desde pequeña tengo un fuerte sentido de lo que es justo e injusto”. Sus principios se traducen en acciones que pueden hacerla trabajar, ardua y apasionadamente, en campañas electorales, a favor de un candidato favorito o en campos de refugiados de guerra.

Uno de sus proyectos académicos fue seleccionado entre miles para ser presentado en un simposio celebrado en Polonia. Para desarrollarlo tuvo que pasar una semana en un campamento de emigrantes situado en el extremo norte de Francia. El lugar se llamaba “La Jungla” por la rudeza del medio y por las situaciones que allí se presentaban. Muchos hubieran sentido miedo o aprensión al estar en un sitio semejante, pero los temores de Camila son de otro orden.

“No me gustaría quedarme sola en la adultez o la vejez. Hoy puedo vivir, viajar o ir al cine sola, disfrutando siempre, pero mi último cumpleaños lo pasé sola, porque ninguno de mis amigos estaba en París. Pero pensar que voy a estar sola en un futuro no me agrada para nada. Compartir me hace ser mejor. También tengo miedo de no concretar, porque soy un poco dispersa, así como no llegar a tener una casa que sea mía”.

Camila pertenece a una generación que ha crecido con las tecnologías numéricas. Tiempos en los que Internet y las redes sociales han cambiado la realidad existencial de escritores y poetas, así como las maneras de interactuar con el público. La edición y la forma de leer también viven una revolución. Ya no se trata de publicar un libro de papel y luego existir. Hoy la literatura tiene vida propia en Internet.

“Las redes te sirven para conocer y seguir a otros poetas, y también para que te sigan a ti. Así vas haciendo conexiones por el mundo. La gente que lee tus libros te manda mensajes con sus impresiones, y también recibes invitaciones a eventos literarios de cualquier parte del planeta. Haces encuentros que, de otra manera, serían imposibles. Un joven activista y editor egipcio leyó uno de mis poemas en una antología bilingüe de jóvenes poetas venezolanos y me escribió muy emocionado. A partir de allí nos hemos hecho amigos. Más tarde nos pudimos ver aquí en Francia, donde le dieron asilo. De ese encuentro surgió el poema ‘Conocer a Caracas a través de mis ojos’, que forma parte de mi libro inédito”.

Estar lejos de familia y amigos la llevó a crear el blog Memorabilia jardín, donde cuenta su vida y lo que va descubriendo en Europa. Es un espacio que le sirve de taller de escritura para todo lo que hace informalmente: crónicas, poemas sin revisar, fotografías y relatos de viajes. “A veces retomo alguno de esos poemas y lo trabajo, pero la mayoría los dejo ahí, sin tocar. Los lectores te envían sus comentarios y te ayudan a sentirte en contacto con el exterior. Se acabó el tiempo del escritor solitario, encerrado en una habitación”.

Desde temprana edad es poeta y sigue satisfecha con los impulsos que la llevan a escribir. Cuando lo deja de hacer, durante uno o dos meses, no se le plantea un dilema, porque su pulsión de escribir permanece intacta. Jamás ha pensado en parar, porque lo que podría ser equivalente a la inspiración siempre está con ella. Tampoco se imagina dejando sus lecturas: en su vida escribir y leer son acciones hermanadas. “Siempre estoy leyendo, incluso cuando los estudios me ocupan todo el tiempo. Soy una lectora empedernida, y lo que más leo es narrativa, que es una de mis pasiones”.

“En el plano personal, vivo un momento de mucha exigencia. Por primera vez he estado fuera de Venezuela por un largo período. Culmino una de las etapas del plan de estudios que me había trazado, y ahora se asoma una nueva fase que tiene que ver con el trabajo profesional. Al mismo tiempo, tengo un nuevo libro debajo del brazo, y estoy tocando puertas para publicarlo. También tengo nuevos proyectos de escritura, y no solo en el campo de la poesía. Estoy incursionando en terrenos distintos, y un ejemplo podría ser unos textos que escribiré para la exposición de un amigo fotógrafo en Budapest. En suma, siento que estoy viviendo una etapa de reflexión y nuevas experiencias”.

“Esa lejanía de Venezuela, de mi círculo familiar o de mis amigos, de mi memoria, la veo mejor plasmada en unos versos a los cuales siempre regreso. Son del poeta Cruz Salmerón Acosta y pertenecen al texto ‘Perspectiva’: Un pedazo de mar y otro de cielo / y una montaña de un azul profundo, / forman la vista que, en mi eterno duelo, / contemplo yo desde un rincón del mundo”.

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*La entrevista forma parte del libro Nuevo país de las letras, publicado por Banesco Banco Universal, Caracas, 2016. Compilación: Antonio López Ortega.


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