Héctor Manrique (derecha) interpreta a Pedro y Basilio Álvarez (izquierda) interpreta a Benito y en La cena de los idiotas, que estará hasta finales de mayo en Trasnocho Cultural | Foto cortesía Trasnocho Cultural

Pocas tiendas del Centro Comercial Paseo Las Mercedes quedaban abiertas a las 7:00 pm. Pero en el sótano el ambiente tenía otro ambiente. Los guías de sala se apresuraban a organizar al público. Era el primer viernes de mayo y el Grupo Actoral 80 presentaba un nuevo montaje: la comedia La cena de los idiotas de Francis Veber.

En su elenco está el director Héctor Manrique, quien protagoniza la obra como Pedro Viloria, un exitoso editor caraqueño. También están Patty Oliveros (Cristina / Marlene), Armando Cabrera (Justo Briceño), Wilfredo Cisneros (Lucas Caballo) y Carlos Arteaga (Dr. Parada). Pero llama la atención el coprotagonista de Manrique, no solo por su actuación, sino por quién es: Basilio Álvarez, director del Grupo Teatral Skena desde 1983.

No se presentaba en el país desde 2018, año en el que partió a España con sus padres, su esposa e hijos. Llegó a finales de marzo y su estadía es finita. En junio regresará a Oviedo. Todos sus pasos en la capital están planificados.

No solo forma parte del elenco de La cena de los idiotas, una pieza que Manrique reconoció que se está haciendo “porque Basilio regresó” y lo vincula con el intercambio fructífero que se puede dar entre aquellos que se fueron y los que se quedaron para enriquecer al país. También está dictando el taller de iniciación actoral 70 veces siete y dirige la obra del español Alfredo Sanzol, La ternura, que será el próximo montaje de Skena, cuyo estreno está previsto para el 17 de junio.

Basilio Álvarez (derecha) interpreta a Benito y Héctor Manrique (izquierda) interpreta a Pedro en La cena de los idiotas | Foto cortesía Trasnocho Cultural

Vino a hacer muchas cosas, pero sobre todo a preparar la que considera podría ser la próxima generación de Skena, que surge del talento y la motivación que observó en los talleres virtuales que dictaron entre 2020 y 2021. Esos jóvenes que pueden ser asistentes y los futuros profesores de los talleres que dicta la agrupación desde que se creó en 1979. Con el confinamiento se detuvieron. El Colegio Champagnat, donde surgió Skena, ya regresó a la presencialidad y puede que, si los planes de Basilio Álvarez se cumplen, se retomen en octubre cuando inicie el nuevo año escolar.

Son proyectos que rescatan el nombre de Skena después de un largo período de silencio autoimpuesto en el que la junta directiva se dedicó a revisar la forma en la que dictaban sus talleres, que son una marca de la agrupación. Las reflexiones devinieron luego de que uno de sus miembros, Juan Carlos Ogando, —que ya no forma parte de la agrupación— fuera señalado en la oleada de denuncias de acosos sexual que generó el movimiento YoTeCreoVenezuela el año pasado.

¿Qué le motivó a regresar a Venezuela?
—Durante la pandemia hicimos talleres por Zoom. Al final, las funciones de los montajes se hacían en vivo y los alumnos montaban su escenografía en su cuarto, en su baño y se presentaban en vivo con las dificultades que había en Caracas y en el interior. No sé, fue interesante.

Empezamos a hacer esos talleres y yo comencé a tener contacto de nuevo con personas a las que daba clases. Como vino la pandemia y comenzó el Zoom, pude a dar de nuevo lecciones de teatro. Pero en la última etapa, en 2021, la Embajada de España nos pide dar un taller, más completo, que fueron alrededor de seis semanas, seis profesores. Trabajamos con 15 personas. Había estudiantes de Caracas, Aragua, Carabobo, Puerto La Cruz. Cada alumno hizo un trabajo personal. Fueron todos maravillosos. Los trabajos finales están en la página web. 

Entonces yo le dije a Beatriz [Mayz, miembro de Skena]: “Tengo ganas de regresar”. Y esos alumnos me decían que volviera aunque fuera un mes para dar clases. En el taller de 70 veces siete hay 25 alumnos, cinco son de ese taller con la Embajada de España. Hay otros tres que son de talleres anteriores. Entonces ese último taller me hizo ver que todavía tanto Skena como yo teníamos cosas que hacer aquí y que se tenían que hacer presenciales. Y aquí estoy.

—¿Considera que esas manifestaciones digitales que mantuvieron la presencia del teatro, y que de alguna forma le motivaron a venir, deben permanecer en el tiempo?
—La convocatoria de 70 veces siete se hizo en una semana y fue en Semana Santa, cuando la gente andaba con una playa en la cabeza. Se inscribieron 25 personas. Al mismo tiempo hicimos una nueva convocatoria de To zoom ornotto zoom, que se estudia sobre las obras de Shakespeare. Se hizo en 2020 y se volvió a lanzar ahorita, pero tuvo poca receptividad. También se lanzó un taller para niños, que el año pasado tuvo entre 15 y 20 alumnos. En este hay cinco. 70 veces siete, que es presencial, nos asombró por sus respuestas. Los otros dos que te comenté, que son por Zoom, no tuvieron la respuesta de sus anteriores ediciones. A nosotros nos sigue interesando el formato, pero siento que a la gente ya no le está interesando tanto. Si hay uno presencial y uno por Zoom, se van al presencial. Esa es la conclusión que sacamos por ahora.

—¿El taller de 70 veces siete ya lo había dictado antes?
—No, nunca. Yo venía a montar una obra con Skena que se llama La ternura, de Alfredo Sanzol. Estrena el 17 de junio. Lleva tres años en cartelera en Madrid. Yo consigo los derechos de la obra y me propongo regresar a Venezuela a montarla con actores de los talleres.

Me propongo venir y cuando hablo con Héctor Manrique me comenta que está muy difícil que el público vuelva al teatro, el Trasnocho estaba apenas abriendo. Yo le digo que para atraer al público hay que regresar a las comedias más comerciales, que si hiciéramos La cena de los idiotas creo que la gente volvería, porque fue un gran éxito cuando la hicieron en su época. Al día siguiente ya Héctor estaba armándola.

Yo venía entonces a hacer La ternura con Skena, La cena de los idiotas con el GA80, pero José Pisano, el director de Trasnocho me dice: “¿Vas a venir a hacer esas dos obras y no vas a montar un taller?”. Todo el mundo me comentaba que los talleres estaban difíciles de convocar, que lo promocionabas un mes y se metían 7 personas. Es la primera vez que doy un taller corto. Lo que hice fue armar siete herramientas que uso yo como actor para enfrentar a los personajes y cada sábado trabajamos una herramienta con una misma obra que es 1×1=1 pero 1+1=2, de una dramaturga venezolana poco conocida llamada Lucía Quintero, de la época de Isaac Chocron.

—¿Por qué 70 veces siete?
—Porque creo que hay 70 veces siete, por decir el infinito. No me gustan los talleres de teatro que dicen que la forma de asumir un personaje es tal o cual. Cada persona es diferente, tienen vidas y edades diferentes. Dar siete herramientas y decirle a la gente que, quizá, esas siete no son las que les van a servir. La biblia dice que cuando a Cristo le preguntan cuántas veces hay que perdonar y agradecer dice “70 veces siete”. Creo que es una forma de agradecer que estemos dando clase, que Skena sigue trabajando, seguimos haciendo cosas. Hay que agradecerlo 70 veces siete.

—¿Llegó a ver teatro en Asturias? ¿Intentó dar talleres allá?
—He visto teatro en España. Vi en Asturias y en Madrid. En Oviedo, que es la ciudad donde vivo, mi esposa, que también forma parte de Skena, y yo estuvimos en 2019 buscando un colegio, así sea gratis, que nos dejara desarrollar el proyecto.

Lo que pasa es que el sistema en España funciona muy bien. Los colegios están subsidiados por el ayuntamiento. Hay un trabajo social, en sanidad y educación que funciona muy bien. Cuando íbamos a un colegio nos explicaban: “Si yo quiero un profesor de teatro para una actividad extra-cátedra, yo se la tengo que pedir al ayuntamiento y ellos me lo mandan”.

Comenzamos a hacer una cuestión de poesía con varios poetas asturianos y resulta que la directora de un colegio era poeta y le llamó la atención nuestro trabajo. Comenzamos en octubre y se metieron 15 chamos. Pero en marzo vino la pandemia. Estábamos emocionados porque trabajábamos lo que hacíamos en Venezuela. Era Skena tal cual. La idea es retomarlo.

No me atormentaba como actor no estar en un teatro o en una obra profesional, pero si me hacía falta dar clases. Los talleres forman parte de tu vocación como profesor, como creador. Me hacía más falta trabajar con los talleres que conseguir un papel como actor en una obra.

—¿Ya comenzaron también los talleres de formación en el Colegio Champagnat?
—El colegio comenzó a dar clases presenciales hace unos meses. Este es el primer año escolar que no hubo un taller en su lugar de fundación. Pero en vez de retomarlo ahora, el plan que tenemos mi esposa y yo, así como varios miembros de Skena que están por el mundo, es venir en octubre a retomar, que es cuando inician nuestros talleres porque comienza el año escolar. Ese era el plan original y yo forcé la barra.

Yo vi esta cantidad de gente por Zoom, que siento que es la sangre nueva que quiero que retome como asistente y futuros profesores en octubre. Una nueva generación de Skena. Eso se daba normalmente. Uno veía a unos alumnos y sabía que podían dirigir un taller en uno o dos años. Vi muy importante venir ahora, sobre todo, por esas personas que yo ubiqué en el Zoom. Yo no puedo llegar en octubre y decirles “ahora te vas a encargar de esto”. Tengo que seguir formándolos. Estas personas que estarán en La ternura formarían parte de ese grupo. Y en octubre arrancaría el taller. Pero todo esos son planes, no digo que se vayan a dar.

—¿Han realizado algún tipo de reforma o de protocolo de atención después de las denuncias que recibió Juan Carlos Ogando, que era uno de los profesores de los talleres?
—Lo que se ha hecho después de lo que pasó es que en todos nuestros talleres por Zoom y el de 70 veces siete se habla con los alumnos y se pone un guía con el cual ellos puedan comunicarse si hay algo que les molesta del taller o de mi forma de expresarme. Le explicamos a los alumnos la metodología y la forma de trabajo, pero si tienen alguna queja que jamás duden en comunicarse con esta persona, que es alguien independiente, que no tiene relación con el grupo y que puede canalizar cualquier duda, molestia o situación. Hay una figura que no es Basilio, ni es amigo de Basilio y puede canalizar esa situación y llamar la atención.

Por ejemplo, en el último que hicimos de Zoom con la Embajada de España, Valentina Sánchez, que es una profesional del teatro que no pertenece a Skena, sino al Centro de Artes Integrales, ha asumido esa figura. Ella está en los grupos de WhatsApp de los talleres y su teléfono está a disposición de los alumnos.

La mejor forma de responder que tiene el grupo respecto a todo eso es haciendo cosas, realizando su trabajo, por eso también estoy aquí. Creo que era importante volver a dar un taller para Skena. Creo que es importante volver a presentar una obra presencial y creo que Skena tiene mucho que dar mientras trabaje y haga cosas. Como te dije antes, en el momento que veamos que ya no tenemos nada que aportar, nada que hacer, alumnos que no respondan, es válido que un grupo reconozca que ya cumplió su misión y pase a otro plano. O cada uno de sus integrantes decida hacer otra cosa, que siempre están en la libertad de hacerlo.

—Me comentó que en España nunca consiguió trabajo. Se mantuvo como guionista de telenovela para Telemundo ¿Cómo llegó ese trabajo?
—Viene antes de Telemundo. Empezó en Marte Televisión, una empresa que produjo mucha televisión en este país. Te hablo de los años 80. Yo daba clases de Física y Matemática en las mañanas, en las tardes daba clases de teatro. Las obras de Skena llamaron mucho la atención del teatro profesional.

A principios de los 90 empezó a tentar la idea de pasar al teatro profesional y hay un grupo que empieza a presionarme para hacer montajes profesionales. Cuando paso a lo profesional, gente como Xiomara Moreno y José Simón Escalona, fueron los montajes y ellos escribían en Marte Televisión.

Yo tenía 40-50 alumnos y empecé a escribir obras para que los alumnos pudieran actuar. Esas obras las empezaron a ver ellos dos principalmente y un día me preguntaron si estaba interesado en escribir en televisión y termino en Marte Televisión. Después José Simón pasa a RCTV, yo también me fui para allá. Estuve 10 años como guionista [Escribió en producciones como Mi gorda bella y Juana La Virgen]. Trabajé con Perla Farías y ella emigra a Miami entre 2003-2004. Y después Perla Farías me llama para trabajar en Telemundo. Ese es el orden.

—Las últimas novelas en las que trabajó como parte del equipo de guionistas fueron La doña (2016-2020) y Falsa identidad (2018-2021). Esta última a cargo de Perla Farías llegó a Netflix. El streaming ha incidido en los formatos. ¿Cómo es escribir una telenovela ahora?
—Lo que más ha variado es que antes, años 90 y principios de los 2000, es que el equipo era presencial. Cuando Cabrujas escribía una novela, llegaba en la mañana, se reunía con su equipo y les echaba el cuento y pedía ideas, diagramaba y después se escribía. La novela ha perdido su sitio de convocatoria.

Por ejemplo, Falsa identidad. Perla vive en Miami y es la autora, pero en el equipo de escritores estaba yo en España, Neida Padilla, que vive acá en Venezuela, Verónica Suárez, que vive en México. Nos reunimos por Zoom, pero ya no es lo mismo. El escritor está más solo. Tu pregunta es muy amplia. Quizás la más fuerte es esa. Todo se vuelve más dinámico para cautivar al público nuevo. Las escenas ya no pueden ser tan largas. El contenido de acciones o cómo te lleva una historia es mucho más exigente a nivel de ritmo. Ha cambiado mucho en cuanto al formato, pero yo creo en el fondo, como decía Cabrujas, siempre se trata de una historia de amor.

—La función de estreno de La cena de los idiotas estuvo agotada. ¿Qué tal ha sido la recepción?
—Ayer agotamos [se refiere al 13 de mayo, segunda semana de la temporada]. Estoy sorprendido. Yo creo que tiene que ver un poco lo que estamos viviendo como país. Si bien hay obras como La ola, que habla de la autocracia y la montó Skena durante tres años, tenía mucho que ver con la situación de ese entonces. Actualmente, Venezuela tiene muchas deficiencias, hay muchos problemas, muchas diferencias sociales, políticas y económicas, pero siento que la gente necesita reírse. La cena de los idiotas es una obra necesaria.

Creo que la gente que pueda venir un par de horas a sentarse con otras personas, juntos, es muy importante; no te estás riendo solo en tu casa viendo una comedia de Netflix. Que anoche hubiera 150 personas riéndose juntas genera empatía, nos reímos de lo mismo. Tenemos algo en común.

Wilfredo Cisneros (derecha) interpreta a un supervisor fiscal y Basilio Álvarez (izquierda) interpreta a Benito en La cena de los idiotas | Foto cortesía Trasnocho Cultural

—¿Cómo ve la movida teatral venezolana ahora después de cuatro años fuera?
—Para mí, la gente que sigue haciendo teatro en este país es admirable desde todo punto de vista. Creo que hay mucha gente queriendo hacer teatro. Lo demuestran los talleres por Zoom en los que terminabas viendo a muchachos en Aragua, otros en Puerto La Cruz, que tienen sus grupitos.

Lo que se puede leer es que la pandemia es lo único que ha logrado que los grupos teatrales se detengan y eso es lo admirable que yo veo. Si no hubiera ocurrido una pandemia, jamás se hubiera detenido un grupo. La única manera que se logró que La Caja de Fósforos no presentara una obra fue por una pandemia mundial.

Hacer teatro es una necesidad para el que hace teatro. Se cierran locales comerciales, porque hay una necesidad de producir dinero y cuando no hay posibilidades, dejan de existir, lo cual es totalmente válido. Pero mis únicas palabras para teatro venezolano son de admiración siempre. Admiro a los jóvenes que a pesar del país que tienen, de las dificultades económicas, de la pandemia quieren seguir haciendo teatro. Que siga siendo fuerte la necesidad de hacer teatro. No ha habido gobierno malo, cuestión económica, que cierre un grupo de teatro. Ha tenido que venir una enfermedad mundial.


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