J. J. Armas Marcelo mantiene una vieja relación con Venezuela. No solamente por amigos como el historiador Guillermo Morón, sino que también tiene vínculos familiares con el país. Cada vez que viaja, lamenta el estado en el que encuentra los lugares que visita. “No digo que la Venezuela saudita fuera perfecta, había muchas injusticias y corrupción, pero existía una clase media muy poderosa, a la cual la clase popular podía aspirar a través de la economía y la cultura. Aquello terminó. Hay un elemento militar en todos lados que no me gusta nada”.

Rememora otros afectos: “Tengo familia que se devolvió a Canarias. Algunos vivieron en Valencia. Mi tío fue el inventor y dueño del Café Madrid, que Chávez expropió después de que mi tío se marchó, hace ya mucho tiempo. En casa, mi mamá y mi abuela hablaban tanto de Venezuela en la cocina que yo de pequeño pensaba que era un país que estaba al lado de Canarias. Y en cierta forma era así. Los isleños somos muy venezolanos”, indica el escritor y director de la Cátedra Vargas Llosa que visitó Margarita como invitado especial de la Feria Internacional del Libro del Caribe, organizada por la Universidad de Margarita.

¿Qué cambios ve ahora?

—Un gran descenso económico, político, pero sobre todo moral. Una desmoralización generalizada, no solo en las clases medias, sino en las populares que apoyaron a Chávez. Ojo, yo también lo apoyé; me parecía que venía a arreglar las cosas en un país riquísimo en el que había bastante injusticia, pero, a pesar de eso, era un país libre. Ahora no me parece un país libre. Hay miedo y muchas necesidades.

—En la feria presentó una nueva edición de su libro La noche que Bolívar traicionó a Miranda. ¿Ha tenido algún feedback entre los historiadores venezolanos?

—Entiendo que los historiadores venezolanos oficiales se inquieten y se irriten a veces con el libro, porque Bolívar está muy entronizado en un santoral en el que es jefe de todo. Bolívar es una especie de sinónimo del país. Creo que se habla más de Bolívar que del país. No me parece equilibrado o incluso lúcido que sea así. Es indefendible que Bolívar en su juventud clasista y dispuesto a todo, después de buscar a Miranda y traerlo, lo haya entregado a Monteverde. Que acusaran a Miranda de traidor a la patria y ladrón es pura mentira, puro bochinche, como decía él mismo. Venezuela no merece lo que está pasando, la gente acá es cordial y trata de ser muy educada. Ahora, si me preguntas si yo estaría en Venezuela o en el exterior, en eso que llaman infelizmente el exilio, yo me habría ido al exilio venezolanamente. El hecho de que Miranda viviera fuera de Venezuela durante 40 años, no quiere decir que se haya olvidado del país. De hecho, cada vez que se alejaba más, sentía más cercana la idea de Venezuela y su independencia. A los historiadores venezolanos los respeto mucho, pero creo que acá lo que hubo fue una guerra civil entre criollos y españoles. Los que hicieron la independencia eran criollos españoles.

Miranda regresa a una empresa que luce titánica.

—En ese entonces tenía unos 70 años de edad, que hoy no es nada, pero en ese momento serían como unos 85 años de los de hoy. Un hombre que había tenido su casa en Londres inicia la operación de desembarcar acá y trae una imprenta como gran solución creyendo que los venezolanos sabían leer y había una falta total de conocimiento de la lectura. Después cayó en toda esa desgracia cuando Bolívar hubiera podido dejarlo escapar. Hubo también una cuestión de clases, a pesar de su universalidad, pero nunca fue considerado como lo que no era, un mantuano. Fue el primer genio americano.

En una entrevista de hace 10 años vislumbraba a América Latina liderada por una tendencia política encabezada por figuras como Lula y Humala. Eso no ha ocurrido en la región.

—La veo mal incluso en la democracia argentina y colombiana. No se atisba una progresión modernizada. Están más en la cosa de la patria que en la cosa de la gente. La patria es una patraña mientras la gente no sea la dueña de la patria. La patria no tiene que ser dueña de la gente. Y en eso el venezolano es obsesivo. Siente por la libertad una manía persecutoria que me emociona.

¿Hay una tendencia que debería seguirse en la región?

—Me gusta decir, para llevarle la contraria a los populistas, que Uruguay es un país pequeño, pero llevó a un señor que había sido guerrillero, José Mujica, a hacer una Presidencia excepcional. Lo ideal sería que América Latina se llenara de figuras como José Mujica, pero no de populistas. No que el pueblo, que por lo general no ha sido educado porque las élites no han querido, se sienta cada vez más decepcionado por las mentiras. Venezuela necesita educación, educación y educación

Como director de la Cátedra Vargas Llosa, ¿qué opina de la tendencia liberal que defiende el escritor peruano?

—Una cosa es que sea director y otra que piense como él. Estoy de acuerdo en muchas cosas políticamente, pero en otras no. No soy un liberal de este siglo. Soy un socialdemócrata que cree que primero están los derechos individuales y luego los colectivos. Yo creo, como él, que a mayor libertad individual, mayor libertad colectiva, y que a mayor libertad colectiva, mayor libertad de mercado y economía para todo el mundo. En eso creo. Pero no pienso que la economía sea todo. Un país, mientras más libre y culto, es más rico. Venezuela tiene suficiente capital humano para llegar a la socialdemocracia, como se hizo en su momento, aunque después se corrompiera con el Pacto de Punto Fijo.

¿La obra de Vargas Llosa tiene la popularidad que merece en comparación con la de García Márquez?

—Cada uno tiene su popularidad. García Márquez es un escritor genial, y uno de los primeros grandes novelistas del siglo. Pero Vargas Llosa es el Balzac de América Latina y el Balzac francés no desapareció nunca. Lo seguimos leyendo. Vargas Llosa seguirá siendo leído. Sé más de Perú por los libros de él que por los historiadores. La escritura es tan pasionalmente peruana que no me ha quedado más remedio que rendirme desde muy joven. Yo no soy amigo de Vargas Llosa desde hace 4 años, sino desde hace 50. No comulgo con todas sus opiniones políticas y literarias. En muchos casos discutimos a gritos.

—Pareciera que a Vargas Llosa le pasó factura el cambio ideológico.

—¿Eso ha provocado un cambio en su novelística? No lo ha hecho. Después del cambio ideológico publicó, entre otras cosas, cuatro novelas fundamentales: La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, El paraíso en la otra esquina y El sueño del celta. Es un novelista de primera convicción. A veces voy con él por el mundo y las multitudes que lo siguen a escucharlo, aunque no estén de acuerdo, son grandes.

En uno de los conversatorios comentó algo muy provocador. Dijo que desde que el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos dejó de editarse cada cinco años ninguna obra ganadora vale la pena.

—Lo sostengo

¿Ninguno? Algunos son considerados clásicos o referencias.

—¿Por ejemplo?

Bolaño.

—Roberto Bolaño está sobrevalorado. Es un escritor bueno, e incluso muy bueno, pero no es excepcional. Bolaño nace de sus lecturas. No existiría sin Cortázar y seguramente no existiría sin Homero. Obviamente, cada uno tiene sus lecturas, pero la sobrevaloración viene primero de los profesores de Estados Unidos que, en la mayoría de los casos, tienen que estar inventando mitos para poder seguir tirando de la leche de la vaca. Bolaño es el discurso cultural y literario oficial. Empieza a acumular maravillas y aplausos, y termina siendo un escritor del que todo el mundo habla bien aunque muchos no lo hayan leído. Las novelas que se han reconocido desde que el premio se edita cada dos años son normales, y en los últimos tiempos se han politizado.

¿Qué papel debe jugar la literatura en países en transición como la que se quiere para Venezuela?

—Cada autor debe hacer su literatura. Lo que tiene que procurar es tener un gran compromiso con su escritura y la literatura de su país. Que luego se sienta más patriota o más libre, con un criterio político u otro, y que crea que deba hacer declaraciones en contra del poder establecido o contra el que vaya a venir, está en la independencia individual de cada uno. Hay escritores comprometidos con el chavismo y otros con el antichavismo y ambos pueden ser malos por igual. No tiene nada que ver con la literatura. No me interesa el compromiso político de los escritores, sino sus textos, incluso los comprometidos políticamente.


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