Annie Ernaux
Foto: EFE/EPA/ANDERS WIKLUND SWEDEN OUT

La nueva Nobel de Literatura, Annie Ernaux, advirtió este jueves del aumento en Europa de una ideología de repliegue y de cierre, basada en la exclusión de los migrantes, el abandono de los más desfavorecidos y la vigilancia del cuerpo de las mujeres.

La escritora francesa de 82 años de edad considera la escritura un acto político y, en su discurso de aceptación del Nobel, entrelazó retazos de su visión del mundo con recuerdos de por qué empezó a escribir y de la misión de la literatura, que para Ernaux es un lugar de emancipación.

Lograr el Nobel no lo consideró una victoria individual, sino en cierta manera un victoria colectiva y por eso quiso ese orgullo.

Y lo hizo con “quienes desean más libertad, igualdad y dignidad para todos los seres humanos, independientemente de su sexo o género, del color de su piel y de su cultura, con quienes piensan en las generaciones futuras y en salvaguardar una Tierra a la que el ansia de beneficio de unos pocos hace cada vez menos habitable”.

Ernaux ha hecho de su literatura un compromiso con la defensa de los derechos de los más desfavorecidos y de las mujeres, a los que recordó en todo su discurso.

También citó la guerra en Ucrania y al presidente ruso, Vladimir Putin, aunque sin nombrarlos, al referirse al dictador a la cabeza de Rusia, quien lleva a cabo una guerra imperialista.

La violencia de ese conflicto oculta aún en Europa el aumento de una ideología de repliegue y de cierre que no para de ganar terreno “en países de Europa hasta aquí democráticos”.

Una ideología fundada en “la exclusión de los extranjeros e inmigrantes, el abandono de los económicamente débiles, la vigilancia del cuerpo de las mujeres, me impone a mí, como a aquellos para los que el valor de un ser humano es siempre y en todas partes el mismo, un deber de vigilancia extrema”.

Además, consideró que “el peso de salvar el planeta, destruido en gran parte por el apetito de los poderes económicos, no debe recaer, como es de temer, sobre los que ya están desamparados. El silencio, en determinados momentos de la historia, no es apropiado”.

La nobel empezó su discurso buscando una frase que le diera la libertad y la firmeza para hablar sin temblar y escogió una escrita hace 60 años en su diario íntimo: “escribiré para vengar mi raza”.

Una promesa que atraviesa toda su producción y su vida: de niña de familia humilde -sus padres eran tenderos en Normandía- hasta la Universidad, lo que le abrió las puertas de la burguesía. Un recorrido que le ha conferido un sentimiento de tránsfuga de clase social.

La muerte de su padre, sobre quien trata El lugar (1983), un nuevo puesto de profesora y los movimientos mundiales de contestación, devolvieron a Ernaux la necesidad de la escritura, de la que se había alejado en una sociedad “donde los roles se definían en función del sexo”.

Un retorno para “ahondar en lo indecible de una memoria reprimida y sacar a la luz la forma de ser de mi pueblo. Escribir para comprender las razones, dentro y fuera de mí, que me habían alejado de mis orígenes».

Su primer libro, aún en tono de ficción fue Los armarios vacíos (1974), sobre el aborto clandestino que sufrió en su juventud, un tema al que volvería de forma autobiográfica en El acontecimiento (2000).

En aquel primer libro definió el ámbito en el que situaría su escritura y que era a la vez social y feminista. “La venganza por mi raza y la venganza por mi sexo se convertirían desde entonces en una”.

El compromiso de la nueva nobel con la escritura es hacerla desde su experiencia de mujer y migrante del interior con la certeza de que un libro “puede contribuir a cambiar la vida personal, a romper la soledad de la cosas sufridas y enterradas, a pensar de otra manera”.

Y es que, “cuando lo indecible sale a la luz, es político” y se ve hoy “con la revuelta de esas mujeres que han encontrado las palabras para desbaratar el poder masculino y se han alzado, como en Irán, contra su forma más arcaica”.

Ernaux deseó que el Nobel sea una señal de esperanza para todas la escritoras, pues “hay hombres en el mundo, incluso en los círculos intelectuales occidentales, para quienes los libros escritos por mujeres simplemente no existen”.


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