El texto que sigue a continuación es el tercero de una serie de tres, pertenecientes al catálogo “Callar la protesta”, exposición coordinada por Julieta Omaña Andueza, con la curaduría de Jesús Torrevilla, que se exhibió en Ciudad de México hasta el pasado 11 de febrero. En la misma participaron 11 artistas, venezolanos y mexicanos: Abraham Ávila, Ángela Bonadies, Mariana Bunimov, Déborah Castillo, Nelson Garrido, Dulce Gómez, María Ángeles Octavio, Ana Navas, Luis Salazar, Ling Sepúlveda y Luis Poleo.

LA ARQUITECTURA Y EL ARCHIVO COMO SABER Y PODER EN EL PALACIO NEGRO DE LECUMBERRI. ÁNGELA BONADIES Y LAS RELACIONES INESPERADAS

En una entrevista realizada para la revista Artishock en noviembre de 2017, la fotógrafo y artista visual venezolana Ángela Bonadies describe su más reciente exposición llevada a cabo en el Museo Lacma de Los Ángeles, en la que analiza e interpreta las distintas capas y significados presentes en los murales del artista mexicano Siqueiros, que han sido borrados, tachados, y posteriormente rescatados y expuestos de una manera muy particular, en la ciudad californiana. En dicha entrevista, Bonadies enfatiza sobre la recurrente relación entre arquitectura, archivo y texto presente en casi todos sus trabajos, “la capacidad que tienen de mostrar y ocultar, de guardar memoria, de organizarse y encerrar sorpresas”. La artista afirma que “la arquitectura y el archivo son motivos y personajes vivos (en su obra), escenarios de relaciones inesperadas, evidentes, absurdas y teatrales que generan belleza a partir del encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas, recordando la famosa frase de Lautréaumont”. Entre los trabajos de Bonadies en los que se estudia y reflexiona sobre la relación de la arquitectura con temas como el de la memoria, el archivo, las ruinas y el borramiento, encontramos la serie fotográfica Palacio Negro (2011), que consiste en dieciocho fotografías tomadas en el Palacio de Lecumberri situado en la Ciudad de México, antigua cárcel transformada hace 35 años en el Archivo General de la Nación.

Curiosamente, este complejo penitenciario, inaugurado en el año 1900, fue el resultado de una propuesta teórica en la que sus autores (el arquitecto Antonio Torres Torija y los ingenieros Antonio M. Anza y Miguel Quintana) realizaron un estudio comparativo entre los diferentes tipos de panópticos en el ámbito arquitectónico, retomando la idea original del filósofo inglés Jeremías Bentham. Años después de ser abandonada la edificación como penitenciario y luego de una larga remodelación, en el año 1982 se traslada el Archivo General de la Nación de México al antiguo Palacio de Lecumberri, donde las celdas de antaño fungen hoy en día como lugar de archivos, mezclando las memorias de castigo y vigilancia con la historia de una ciudad fundada en el siglo XIV por los mexicas, y refundada en el año 1521 por los españoles, pero cuyos orígenes se remontan a la era preclásica. En este sentido, Bonadies desarolla y analiza las múltiples relaciones entre los conceptos de arquitectura, archivo, memoria y poder, por medio de un hábil e incisivo juego entre la edificación actual como sede de la memoria de la ciudad, que se contrasta con los conceptos de vigilancia, castigo y cárcel desarrollados en el espacio original, así como las conexiones inesperadas que se crean entre las diversas capas que conforman este espacio físico y sus diversas modalidades históricas y funcionales otorgadas a través de los siglos.

Sabemos que las cárceles conjugan el poder, el miedo y el olvido, pero al mismo tiempo el saber. El poder otorgado por la jerarquía, que naturaliza la vigilancia y el castigo, desarrolla el miedo como un complemento que los acompaña y los retroalimenta (1). Asimismo, a pesar de que la cárcel desarrolla un aparente olvido en relación a los reos, aislándolos, con una identidad supuestamente borrada, donde la esencia humana parece estar reemplazada por la animal, al mismo tiempo se desarrolla una catalogación y clasificación de los presos de tipo casi naturalista, donde cada movimiento es visto, cada detalle es anotado y enumerado, constituyendo una de las “armazones fundamentales de ese poder-saber, que ha hecho históricamente posible las ciencias humanas” (356).

En Vigilar y castigar, Michel Foucault habla acerca del fin de las penas físicas en las cárceles modernas que pasaron a ser penitencias más dirigidas al alma que al cuerpo. Como afirma el filósofo “el castigo tenderá, entonces, a convertirse en la parte más oculta del proceso penal (…) el sufrimiento físico, el dolor del cuerpo mismo, no son ya elementos constitutivos de la pena” (118-120). A pesar de que los castigos físicos y públicos hayan pasado a un segundo plano, en épocas recientes y en la actualidad aún se llevan a cabo humillaciones públicas y privadas en muchas cárceles latinoamericanas. Más allá de esta supuesta evolución a través de los siglos en el ámbito carcelario, podemos encontrar textos como El apando (1969) de José Revueltas, obra breve escrita mientras el autor cumplía su castigo como preso político del gobierno de Díaz Ordaz en la cárcel porfirista Lecumberri, donde los “apandados” eran aislados en su totalidad durante largos períodos y muchas veces castigados físicamente. Como ocurre a los personajes Albino y Polonio en esta obra de ficción, pero de alguna manera marcada por las vivencias del autor en el antiguo Palacio Negro, los reos no solo eran castigados, aislados y apaleados, sino que también entre ellos existía un sistema de jerarquías donde se ejercía un poder específico dependiendo del grado de crueldad y manejo de circunstancias de cada preso, llegando hasta el asesinato de los reos entre sí.

Este sistema de vigilancia, castigos y niveles de poder, se ve de alguna manera reflejado en las imágenes que conforman la serie Palacio Negro, la cual está conformada por registros externos e internos del recinto desde comienzos del siglo XX hasta la actualidad, así como fotografías de los ficheros vigentes hoy y registros del archivo fotográfico de la época en la que funcionó como cárcel. Curiosamente, el archivo que contiene el registro del Palacio es el mismo Palacio, “las imágenes de la cárcel ahora están resguardadas en la antigua cárcel que ahora es archivo”, por lo que se logra una especie de “puesta en abismo” (Bonadies, entrevista enero 2018), un juego infinito de copias, aludiendo a una eterna secuencia que desarrolla “relaciones inesperadas”. Esta colección de imágenes del antiguo recinto carcelario incluye todo tipo de actividades cotidianas de los reclusos como: deportes, aseo personal, alimentación, celebraciones de misa, y visitas. Además de trabajar una serie de temáticas aparentemente ordinarias, progresivamente se introducen otros aspectos más oscuros y clandestinos como el “apandamiento”, el aislamiento, la sexualidad, la vigilancia y la decadencia del cuerpo castigado con la falta de libertad hasta llegar a la enfermedad de este. Más allá de las actividades de tipo documental, algunas de las fotografías enfatizan la arquitectura del recinto en la era carcelaria, muchas de las cuales se enfocan en el diseño panóptico, siendo contrastadas con algunas imágenes de la actualidad.

Según Foucault, el Panóptico de Bentham “es una colección zoológica real (donde) el animal es reemplazado por el hombre”, sugiriendo que probablemente el diseño original fue inspirado en la casa de fieras que Le Vaux había construido en Versalles, pues se desarrolla la “preocupación análoga de la observación individualizadora, de la caracterización, de la clasificación (y) de la disposición analítica del espacio (Vigilar y castigar, 235). No en vano, en El apando, Revueltas desarrolla el símil del zoológico con el diseño de las celdas del Palacio Negro, así como el comportamientos de los reos y el trato de estos por parte de los custodios y viceversa, con el de los animales y sus cuidadores:

“Estaban presos ahí, los monos, nada menos que ellos, mono y mona; bien mono y mono, los dos, en su jaula (…) atrapados por la escala zoológica (…) dentro de su ir y venir sin amaestramiento (…) caminaban, copulaban, crueles y sin memoria, mono y mona dentro del Paraíso, idénticos, de la misma pelambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encarcelados, jodidos (…) con el manojo de llaves que salía por debajo de la chaqueta de paño azul” (Revueltas, El apando, 11 y 12).

Los monos, quienes realmente son los celadores de la cárcel, al final del texto pasan a ser los presos Polonio y Albino, cuyo castigo por haber tratado de introducir droga de manera clandestina los deja “como harapos sanguinolentos, monos descuartizados y puestos a secar al sol” (56). Este juego de jerarquías, donde en ocasiones el celador parece ser el reo y viceversa, donde víctima y victimario se turnan de lugar, nos recuerda el desplazamiento y el cambio de tipo de poder presente en la serie fotográfica, donde el centro pasa a ser la periferia, y en el que se cuestiona la linealidad de la historiografía por medio de la comparación de dos eras y dos funciones del recinto.

Entrando ahora en el análisis individual de las imágenes que conforman la serie de Bonadies, la artista visual acompaña 17 de las 18 fotografías con un corto texto que de alguna manera trata de explicar cada una de estas, muchas veces a través del uso de la ironía, desarrollando al mismo tiempo una narrativa que encadena la serie, otorgándoles un orden y una jerarquía específica a cada una de las imágenes. Las primeras cinco sugieren la lectura sobre la transformación funcional y estética que se ha llevado a cabo en el antiguo Palacio Negro, donde de ser una cárcel “central”, con una torre desde la que se vigilaba y se tenía todo el control, pasa a ser un elemento “periférico” que se representa a sí mismo “de distintas formas” y “con distintos lados”. Lo que era panóptico pasa a ser un elemento abandonado, y el acceso principal actual que antes era una zona periférica “ahora tiene una entrada de luz cenital, es decir, lo que antes era oscuro hoy es claro”, y de esta manera la arquitectura logra “blanquear” el Palacio Negro, afirma Bonadies.

Pero más allá de este cambio, se establece el hecho de que tanto la estructura carcelaria como el archivo actual tienen en común que fue en una pasado y es en la actualidad una estructura “enumerad(a) y custodiad(a)”. La primera de estas dieciocho imágenes nos presenta el espacio de entrada externo al actual Archivo General de la Nación en negativo (con los blancos en negro y viceversa), acompañado del siguiente texto “Archivo General de la Nación” o “lo que revela el negativo”, desarrollando un juego irónico entre las palabras “revela” y “negativo” y otorgándole una carga polisémica a ambas. De esta manera y al igual que otras imágenes que veremos más adelante en la serie, donde aparecen negativos del archivo, lo positivo se convierte en negativo y al revés, sugiriendo un cuestionamiento de las “verdades” en la historia de este recinto y de las categorías binarias presentes en la historiografía en general (2).

La segunda imagen nos introduce físicamente el actual archivo visto como un gran fichero que contiene documentos e información, constatando el espacio que hoy en día está “enumerado y custodiado”, pero “lejos de la estructura en desuso”, como se muestra en la tercera imagen que devela el estado de la torre en la actualidad. Esta tercera obra de la serie es una fotografía contemporánea (año 2011) del panóptico en el que hasta el año 1976 se encontraba el vigilante de turno empoderado con una visión de 360 grados de los reos, desde donde, como afirmó Foucault, se “vigila(ba) en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo en el que todos los acontecimientos están registrados… en el que el poder se ejerce por entero” constituyendo un “modelo compacto de dispositivo disciplinario” (Vigilar y castigar, 229). Esta tercera imagen no solo introduce estas ideas de vigilancia, castigo y poder, sino que destaca el aspecto de ruina al que ha llegado hoy en día el antiguo panóptico, donde trozos de la torre y algunos ladrillos se encuentran regados por el suelo, confundiéndose con un jardín desgarbado y abandonado, incluyendo plantas que han crecido dentro de la estructura, sugiriendo el borramiento de esta antigua forma de poder llevada a cabo en este recinto. Además de la visible decadencia, la torre se encuentra utilizada en la actualidad como lavandero improvisado en el que se resguardan los trapeadores, escobas, cepillos y otros utensilios de limpieza, cuya inesperada función descubrió la fotógrafo de manera clandestina, pues es una zona en la que está prohibido el acceso, al menos en la época en la que la foto fue tomada. Casual y metafóricamente, vemos que una vez más se “borra” y se limpia la función de la antigua estructura, de manera literal y desde el punto de vista historiográfico lo obscuro se aclara. Esta imagen se encuentra dividida en dos, del lado derecho observamos la torre, y del lado izquierdo tenemos un fondo negro con un texto en la parte inferior que nos indica el “desuso de la estructura”.

La narrativa creada a través de estos textos agregados, nos da la primera clave de transformación del recinto que ahora es archivo y antes fue “centro, torre, vista y control”, como pone la foto número 4, pero nos indica también que a pesar del cambio de estructura, ahora en desuso, la finalidad en parte viene siendo la misma pues el edificio anterior y el actual están “enumerados y custodiados”. Estas nociones de custodia y numeración nos remiten a la idea de “poder” intrínseco presente en el acto de archivar.

Como planteó Jacques Derrida en su libro Mal de archivo, desde el punto de vista semiótico e histórico, el tema del archivo tiene que ver con varios aspectos: en primer lugar y derivado del griego arkheîon, el de la casa donde los documentos eran resguardados, inicialmente un domicilio, la residencia de los magistrados superiores. Los arcontes fueron sus primeros guardianes, quienes tenían el poder de interpretarlos. Más allá de la idea del resguardo y del poder, Derrida nos propone la noción de “mal”, así como el lugar de origen al que se desea regresar (3). Sin embargo, este retorno es repetitivo y compulsivo, lo que en psicoanálisis sugiere una pulsión de muerte. Aquí radica el mal del archivo: colocándose como el origen que quiere volver siempre. Este eterno retorno evita la pulsión de vida vinculada a la necesidad de salir del origen (Steedman, 1160). El poder, visto como ese repositorio donde se guardan documentos de mucha importancia, se relaciona constantemente con la memoria y la búsqueda del origen.

La serie, luego de desarrollar un recorrido contrastante entre las antiguas funciones del recinto carcelario y las ruinas de algunas secciones del espacio, nos muestra el nuevo empleo del poder el cual es llevado a cabo por medio del saber, la memoria y la continua búsqueda y eterno retorno al origen. Más aún, si analizamos las ideas de Foucault sobre el archivo y su relación con la “arqueología del saber”, vemos cómo este dispositivo se relaciona más con la ley de la enunciabilidad y discurso, con aquello que se puede decir y no tanto con la suma de los textos de una cultura o las instituciones que guardan los documentos. En este sentido, la artista va desarrollando y otorgando un significado a la enunciación de las imágenes, haciendo referencia a aquello que el sistema de discursividad permite enunciar, hasta llegar a aquello que la ley no permite decir.

De manera progresiva, Bonadies nos muestra los contenidos más aceptados, hasta los que han estado mayormente guardados y escondidos. La artista nos introduce paulatinamente al archivo fotográfico del propio recinto, donde podemos observar desde escenas como peleas entre reos o visitantes que curiosamente parecen fotolitos del cine realista italiano, así como actividades cotidianas de todo tipo, como nombré anteriormente. El orden de estas escenas del archivo parece llevarnos desde actividades más comunes y “normales” como los trabajos de limpieza del recinto (forzosos o no), aseo personal, juegos y arte (un tanto infantil) dibujado en las paredes, pasando por escenas normalmente vetadas como el desnudo y la sexualidad entre los reos y sus parejas de visita aunque observadas desde una “ranura” o postigo, hasta llegar a las camas con los presos desnutridos y enfermos con apariencia de moribundos. Esta última imagen de la serie que indica enfermedad, decadencia y muerte, quizá la más fuerte y denunciatoria, curiosamente es la única de las dieciocho que no está acompañada de un texto, quizá por el impacto de la misma, que de alguna manera no requiere de explicación, o por el hecho de que las palabras no alcanzan para describirla. Estas antiguas escenas de la cárcel de Lecumberri tomadas a comienzos del XX, son contrastadas con las imágenes actuales del edificio, ejercicio comparativo que reflexiona sobre el proyecto de “res-guardar” reos del penitenciario original, con el de “res-guardo” de la memoria como eje fundamental y recurrente de la obsesiva y reiterativa acción archivística, donde el “eterno retorno” nietzscheano se devela como elemento fundamental.

Quiero proponer entonces la serie Palacio Negro como una muestra de “relaciones”, inesperadas o no, que se dan a través de una serie de imágenes que sugieren el borramiento de un tipo de poder jerárquico, más relacionado con el “apandamiento” del cuerpo y el castigo tanto de lo físico como del alma, dando paso a otro tipo de poder menos predecible y quizá más aceptado en la actualidad, donde la acción del saber conjugada con la memoria y la continua búsqueda de ese eterno retorno que nos indica la condición de coleccionar, guardar y apandar, esta vez la historia de una nación y no el cuerpo físico de un delincuente. El mal de archivo y la supuesta pulsión de muerte, que va de la mano con el acto de coleccionar y archivar, sustituye a otro tipo de mal acompañado de la vigilancia, el castigo, la enfermedad y la muerte física. Pero ambos estructuras espaciales, la de antaño y la actual, comparten funciones de guardar, enumerar y dominar a través de un poder que todo lo ve y todo lo controla. El poder anterior se daba por medio de una simulación de olvido, pero que realmente es un saber controlador donde “cada individuo está totalmente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos” (Foucault, Vigilar y castigar, 229). El poder del Archivo General de la Nación se desarrolla por medio de una memoria que sabe, que jerarquiza y enumera, y que al igual que la cárcel controla y vigila. Esta transformación va de la mano de un blanqueamiento, de una limpieza que esconde aquello que discursivamente no se debería saber, y propone una nueva luz que ilumina aquellos hechos, lugares y acciones que están permitidos enunciar.

Enero, 2018

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Notas

(1) Según Foucault, el sistema carcelario, y el poder que este ejerce, de alguna manera “naturaliza” y “legitima” el castigo (Vigilar y castigar, 352, 354). A su vez, afirma que la técnica penitenciaria y el delincuente aparecieron al mismo tiempo y conforman un “conjunto tecnológico”. Foucault desarrolla la idea del miedo como un elemento fundamental en la vida del sistema carcelario y del delincuente, ya que “mientras más delincuentes existan, más crímenes habrá, cuantos más crímenes haya, más miedo tendrá la población, y cuanto más miedo tenga la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial” (295).

(2) Al respecto, Jenny Amaya y Bety Martín afirman que con este juego de negativos, Bonadies cuestiona “el proceso fotográfico como una herramienta representacional para así llamar la atención de su proceso de construcción, y apuntar una vez más a las ficciones históricas del mundo real” (KCET, trad. Propia).

(3) Para Derrida, el archivo funciona como un mediador en el regreso a los lugares de origen, al cual, paradójicamente, es imposible volver.

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Obras citadas

Bonadies, Ángela. “Ángela Bonadies sobre su investigación de los murales de Siqueiros en Los Ángeles”. Artishock. Entrevista por Bety Martin. Noviembre 2017. http://artishockrevista.com/2017/11/02/angela-bonadies-investigacion-los-murales-siqueiros-los-angeles/

—. “What can archive reveal? A fascinating look inside Mexican prison, records and scientific files”. Entrevista por Jenny Amaya y Bety Marín. KCET. Octubre 2016. https://www.kcet.org/shows/artbound/angela-bonadies-venezuelan-artist

—. Entrevista realizada por Julieta Omaña Andueza (vía correo electrónico). Enero 2018.

Derrida, Jacques. Mal de archivo. Madrid: Editorial Trotta, 1997.

Foucault, Michel. La arqueología del saber. México: Siglo XXI Editores, 2015.

—.Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI Editores, 2015.

Revueltas, José. El apando. México: Editorial ERA, 1969.

Steedman, Carolyn (2001). Dust. The Archive and Cultural History. New Jersey: Rutgers University Press, 2001.

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Artistas participantes en Callar la protesta: Abraham Ávila, Ángela Bonadies, Mariana Bunimov, Déborah Castillo, Nelson Garrido, Dulce Gómez, Ana Navas, María Ángeles Octavio, Luis Poleo, Luis Salazar y Ling Sepúlveda.


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