Amanda Gutiérrez a 35 años de La dueña: A la gente le encanta la venganza

La primera actriz, que prepara un proyecto online secreto, recuerda su experiencia como una “Condesa de Montecristo” bajo la tutela de José Ignacio Cabrujas: “VTV era un canal muy familiar, muy amistoso y muy sabroso para trabajar”

De regreso de una clase de pilates, Amanda Gutiérrez se ve estupenda a 35 años de La dueña, que se estrenó el 21 de octubre de 1984 en una inimaginable Venezolana de Televisión que producía telenovelas de autor concebidas por José Ignacio Cabrujas. No se fue de Venezuela.

En su apartamento, en una de las colinas de Caracas, vive rodeada de esculturas, de música hecha por humanos y de la música que producen los grillos. Su vida parece plácida, pero ha estado todos estos años en la primera fila de la resistencia democrática y asegura que, como actriz, solo ahorró para vivir con decencia.

Parece haber un paralelismo entre la protagonista de una de las telenovelas de mejor factura que ha transmitido la televisión nacional –una versión en femenino en El Conde de Montecristo– y una Venezuela exiliada de cuerpo o de alma que sueña regresar quizás no para vengarse, pero sí para aplicar justicia.

—¿Qué siente cuando le proponen ser la versión femenina de El Conde de Montecristo?
—Resulta que yo era la reina del Canal 8. Hacía todas las protagonizaciones. Había hecho Ifigenia, todos los teleteatros, La dama de las camelias, 1810, Panorama desde el puente, Mariela, Tres destinos, tres amores. Yo era la única protagonista que había en Canal 8.

—Una novata veterana, pues…
—Bueno… Vamos a decirlo de esa manera. Porque cuando Ibrahim Guerra (director y productor de teatro y TV) me lleva al Canal 8, yo era una neófita, una muchachita, y lo primero que me puso a hacer fue la vida de Teresa Carreño. Yo venía de hacer papelitos en Radio Caracas. En VTV contratan a José Ignacio Cabrujas y Julio César Mármol, y ellos deciden que van a hacer La mujer sin rostro. Yo pienso: «Voy a ser La mujer sin rostro». Pues Cabrujas me llama y me dice: «Mira, mi bella –como me decía él–, yo necesito un favor suyo. Necesito que usted haga el primer capítulo de La mujer sin rostro. La protagonista va a ser Flor Núñez». Yo venía de hacer un taller con él: «¡Maestro, pero si yo soy la protagonista por excelencia del Canal 8!». Y él me responde: «Mi bella, hágame ese primer capítulo que después de La mujer sin rostro yo le voy a escribir una telenovela para usted». Hago de esposa de Gustavo Rodríguez, me matan, acusan a Flor Núñez y ahí se desarrolla toda la trama. Pasan los meses que dura una telenovela. Cuando termina, Cabrujas nos llama para una reunión y llega José Ignacio con una sinopsis: «Mija, lo prometido es deuda, aquí está lo que usted me va a hacer». Cuando me dice que es el Conde de Montecristo, pero como una mujer y en la época de Gómez, me iba volviendo loca. Se me salieron las lágrimas: «¡Pero qué belleza esta historia!». «Sí», me dice Cabrujas, «son tres etapas bien difíciles: primero usted es la muchachita, después a usted la encierran en un manicomio y después usted viene a vengarse».

—¿Le puede explicar a un chamo que solo ha vivido en chavismo cómo es Venezolana de Televisión en 1984?
—A VTV no la veía nadie. Estaba muy abajo en rating. Comenzó a subir precisamente con Ifigenia y cuando se empezó a hacer teatro en televisión y ese tipo de cosas. Con La mujer sin rostro les fue muy bien. Pero con La dueña ya VTV le ganó a Venevisión y a Radio Caracas. ¿Cómo era? Lo máximo. El presidente era Alberto Federico Ravell. Nos agarró en el medio del paso del gobierno de Luis Herrera al de Jaime Lusinchi, pero no se nota para nada. Era un canal muy familiar, muy amistoso, muy sabroso para trabajar. Había una camaradería entre ejecutivos, técnicos, actores, bailarines, comediantes. Era delicioso.

—¿La pasaba bomba con los otros actores del reparto?
—¿Qué? Andábamos cosidos para arriba y para abajo Daniel Alvarado, Carlota Sosa, Mariela Alcalá, María Cristina Lozada, Gadea Pérez. Íbamos a almorzar juntos al lado del Canal 8. Todos estábamos prácticamente empezando, pero era gente con mucho talento. Era un equipo superengranado. Divino, divinísimo. Nos aconsejábamos, la mamá de Carlota me prestaba joyas para lucirlas cuando fuera la Dueña, yo le prestaba ropa a Carlota, la otra me prestaba su sombrero… Normalmente los elencos en los que he trabajado han sido muy armónicos, siempre, pero es que ese fue especialmente armónico.

—¿Cómo era José Ignacio Cabrujas de cerquita?
—Hay una anécdota de José Ignacio… Era tan afable y tan abierto, tan poco divo… Cuando uno sabe que es un genio, es sencillo por eso mismo. Daniel López hacía un personaje (Carlos Alberto) que estuvo toda la vida enamorado Adriana Rigores y ella, la Dueña, no le paró nunca. Cuando vemos el libreto del capítulo final, no aparece Daniel López en ningún lado. Y voy yo a hablar con Cabrujas: «Maestro, Daniel López estuvo enamorado de la Dueña, ¿y no se va a despedir?». «¡Caramba, mi bella! Sí, ya va, un momentico». Escribió una escena bellísima entre Carlos Alberto y Ximena. Esa anécdota es superlinda. La grabamos ese mismo día.

De Adriana Rigores a Ximena Sáenz | Foto Archivo El Nacional

—Insisto: ¿cómo era trabajar con esos monstruos como Cabrujas y Mármol?
—Una belleza. La cultura y la inteligencia te dan la sencillez. Ya sabes que sabes. A Cabrujas lo conocí mucho más que a Julio César, que era un encanto. José Ignacio era un hombre sumamente sencillo, con unos gustos exquisitos. Como maestro, como profesor de actuación, era una maravilla. Te llegaba a los rincones más recónditos de tu emocionalidad. Y te enseñaba a trabajar eso. Como persona era una cátedra cada vez que uno hablaba con él. Sus conocimientos los transmitía de una manera tan suave y tan amorosa que uno lo que hacía era aprender.

—Otra anécdota, por favor…
—El final fue bellísimo, porque Cabrujas estuvo en la grabación de la escena final y se me acercó: «Ninguna otra actriz hubiera podido hacer el trabajo que tú hiciste». ¡Se me paran los pelos al acordarme!

—¿Cuántas veces leyó el libro de Alejandro Dumas?
—Ya lo había leído, y por supuesto lo volví a leer. También vi las películas. Mientras grabábamos la primera parte de la telenovela, ensayábamos cómo sería la venganza. ¡La anécdota del bastón! Yo soñaba, mientras estaba haciendo la primera parte en el manicomio, el momento en que regresaría a vengarme. ¿Cómo va a ser eso? No solamente el cambio físico, sino los movimientos, el caminar, la voz, la actitud, todo. Le digo a José Ignacio: «Maestro, yo quiero usar un bastón». «Pero mi bella… ¿Por qué? ¿A cuenta de qué?». «No sé, pero yo quiero usar un bastón. ¿Tú te imaginas, que simbolice el poder de la mujer?». En el manicomio yo me pintaba los dientes de amarillo, estaba toda llena de tierra, espelucada, horrorosa… Yo me veo la mano en el momento en que estoy grabando y digo: nada, pues me quedaré con artritis en una mano. Llamo por teléfono a Cabrujas: «Maestro: tantos años en una celda fría y me quedó artritis en una mano, eso no se puede curar. Ella lo disimula con un bastón». Buenísimo, me dice él. Va el bastón. Y esa fue la historia del bastón.

—¿Por qué la gente recuerda La dueña?
—Puso a los hombres a ver telenovelas. Tenía mucho de política. Todo lo que se planificó para la venganza era muy enrevesado e inteligente. Toda la planificación de la venganza… Ella iba uno por uno, les daba por donde más les dolía. El guion fue magistral. ¡A la gente le encanta la venganza!

—¿Se vengaría de los que han destruido un país?
—Creo mucho en el perdón. En el caso de La Dueña, su padre (Héctor Mayerston) tuvo mucho que ver. Ella se fue de Venezuela después de que la volvieron añicos física, moral y emocionalmente. No tenía en mente la venganza, se la metió en la cabeza el papá, con todo su dinero. Entiendo perfectamente la venganza de Ximena. Amanda no creo que lo haría.

—Aunque no eran las típicas gemelas de telenovela, Adriana Rigores y Ximena Sáenz formaban un doble papel, a su manera…
—Es el mismo personaje en tres etapas distintas. Lo del manicomio fue muy fuerte. Yo grababa en los sótanos del Canal 8. Era un sitio muy oscuro… Los enanos la atacaban, aborta y se convierte prácticamente en un animal. No recuerda hablar, no puede moverse… Era un animal que lo que hacía era gemir; de hecho, cuando llega al manicomio Mauricio (Daniel Alvarado), que es el gran amor de su vida, ella está ahí y él no la reconoce. Intenta hablar y se le sale la baba. Eso pega mucho emotivamente.

—¿Es cierto que no quería ser la protagonista bonita de telenovelas? Que quería ser…
—Una buena actriz.

—¿Se considera feminista?
—No comulgo para nada con el feminismo. Soy bastante conservadora en eso. Respeto a la mujer como respeto al hombre. Soy de padres viejos, que en paz descansen los dos. En mi educación, el hombre es hombre y la mujer es mujer.

 —Pero uno de los principios del feminismo es que una mujer no sea considerada un objeto bonito.
—Eso no es feminismo, es sentido común.

—¿Por qué no se le subió la belleza a la cabeza?
—Eso me lo han preguntado varias veces. Yo era muy feíta hasta los 15 años. Me desarrollé tarde, de mis amigas era la más chiquita, no tenía lolas, me operé las orejas porque las tenía demasiado paradas. Flaquita, más bien esmirriada. Me acostumbré a ser feíta. No levantaba nada. Mis amigas todas eran grandotas y estupendas, con lolas y trasero. Me desarrollé, me puse bonita y crecí, pero me quedé con esa mentalidad de fea. El primer contrato que yo firmé con Canal 8 no era para hacer telenovelas. Yo lo que quería hacer era teatro en televisión. Me parecía más serio. No respetaba mucho a las telenovelas. Después he hecho cualquier cantidad de ellas. Como tenía de mecenas a Ibrahim Guerra, que es un hombre muy culto, me puso a hacer cosas buenas. Yo decía: no voy a hacer telenovelas. Pero después él me puso a hacer telenovelas.

Amanda Gutiérrez y Daniel Alvarado, los protagonistas de La Dueña | Foto Archivo El Nacional

—¿Es cierto que La Dueña se hizo con un presupuesto muy bajo?
—Se hizo con las uñas, déjame decirte. Fue una de las telenovelas más baratas que se ha hecho en Venezuela. Lo que pasa es que en el Canal 8 había mucho vestuario y escenografía de época por las cosas que se habían grabado antes.

—Su última telenovela fue Piel salvaje, en los estudios de RCTV, que transmitió Televen… ¿Era muy distinta la experiencia en 1984?
—En el fondo es más o menos lo mismo. Sí hay un cambio hoy en día: todo es mucho más inmediato. Menos profundo y más chorizo. Todo se cuida menos por la premura. Hay que vender la telenovela y mandarla lo más rápido que se pueda. La calidad bajó un poco.

—La pregunta que se hacen todos los que nos quedamos. ¿Por qué está en Venezuela?
—Amanezco en Venezuela porque he sido una luchadora por la libertad. Soy la primera que salió a las marchas, que tiró piedras y que devolvió bombas lacrimógenas. He estado con los muchachos que siempre se ponen adelante. Como me he clavado las verdes, quiero clavarme las maduras. He luchado tanto por las redes sociales, en persona, en el asfalto… Además, ¿para dónde voy a ir a empezar de cero? ¿A esta edad? ¿A hacer qué, a lavar pocetas afuera? Si yo tuviera 25 o 30 años a lo mejor me hubiese ido. A lo mejor. Pero yo creo mucho en mi país y creo que sí lo vamos a lograr. Esto ya no da más.

—¿Es cierto que no se hizo próspera como actriz?
—Gané mucho dinero en su momento. Fui la actriz que más ganó en este país. Pero como somos los artistas, mi amor… Todo lo regalamos, todo lo donamos, todo lo gastamos. A todos ayudamos. Joselo, que era el artista de la televisión que más ganaba, tenía un sueldo de 30.000 bolívares. Y yo pedí 31.000 bolívares para estar por encima de él. He sido superdesprendida, yo diría que demasiado. Como buen artista, una no piensa en el futuro. Lo disfruté horrores. Viajé como loca. Les di de todo a mis tres hijos.

—¿Parte de su lucha es conservarse físicamente como una chama?
—Por salud, es importantísimo. Tengo tres hijos y yo no quiero que cuiden a una vieja chuchumeca eschoretada. Quiero que lo que les vaya a durar les dure en buen estado. Quiero conservarme bien, saludable y estar activa. Tengo un proyecto bien chévere online que no te lo voy a decir. Voy ahora a México a hacer la obra Venezolanos desesperados. Estoy como relajada. Sabrosito. Inventando qué voy a hacer. Quiero volver a dar talleres.

—Le importa más sentirse bien que verse bien…
—Verse bien también funciona. Si viene por añadidura, mejor todavía.

—¿Los venezolanos van a volver a salir a la calle?
—No salimos ahora porque nos matan. La próxima vez que salgamos, lo va a hacer toda Venezuela para celebrar.


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