Alejandro Hidalgo marcará un hito en la historia del cine nacional. Su película La casa del fin de los tiempos se convertirá en el primer filme nacional del cual se hace un remake en la meca del cine. La cinta se hará bajo los estándares hollywoodenses, tendrá un presupuesto promedio entre 8 millones y 20 millones de dólares y podría comenzar a rodarse en 2018. Sin embargo, a pesar de que el cineasta se mantiene presionando en los estudios de Los Ángeles, el proyecto todavía está en la fase de reescritura del guion por parte de Henry Gayden.

Hidalgo estrenó el largometraje, protagonizado por Rudy Rodríguez, en 2013, cuando tenía 28 años de edad, había filmado tres cortometrajes y su formación en cine estaba constituida por una licenciatura en Comunicación Social en  la Universidad Santa María, una veintena de talleres del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, un seminario con Robert McKee y una larga lista de guiones leídos.

Ahora, con 33 años, un éxito de taquilla nacional y la oferta de una casa productora estadounidense vive en Los Ángeles, completa su formación en la escuela de cine de UCLA y maneja un Uber para no gastar el dinero que ganó con La casa del fin de los tiempos e invertirlo en el remake. “El proyecto tiene muchos componentes de éxito”, asegura Hidalgo, y añade que hay elementos sociales asociados a lo que ocurre en la actualidad en Estados Unidos y niños en los ochenta como personajes principales, que es la marca de exitosas producciones como Stranger Things e It.

¿Cómo va el proceso de realización del remake?

—Ya tenemos un guion que está espectacular. Solo le están dando unos retoques finales a partir de cosas que los ejecutivos y yo hemos dicho. El siguiente paso es conseguir a la actriz que protagonizaría y de acuerdo con la agenda de ella y la del estudio ponemos una fecha para iniciar la preproducción. Sin embargo, hasta ahora no hay nada que adelantar.

¿Cómo llegó La casa del fin de los tiempos a Hollywood?

—Los productores de películas como Destino FinalEl Conjuro e It escribieron al CNAC preguntando por los derechos y el ente me rebotó los correos. En 2014 viajé a Los Ángeles donde gané los premios como Mejor Director y Mejor Película en el Screamfest Horror Film Festival y ahí comenzó la pelea. Uno de ellos, Chris Bender, tenía una alianza con New Line Cinema y me quedé ahí. También logramos traer a Andy Muschietti, director de It y su hermana, a quienes conocí en un festival en Bruselas. Ellos apoyaron desde el principio mi dirección, de hecho Andy es como mi mentor, tuve la oportunidad de estar en el set de It en Toronto en 2014 para aprender un poco más sobre cómo se maneja una producción en Estados Unidos, donde hay más reglas que seguir por las leyes del gremio cinematográfico.

¿Qué ha aprendido de la industria hollywoodense?

—Que a pesar de que estés en una superproducción el estrés se mantiene. Hay que hacer reuniones y recordarles a los ejecutivos que sigues ahí, apostando por tu proyecto. Lo más difícil es comprender que el proyecto no depende completamente de ti. Lo que más me ha costado es negociar siendo frío y desprendiéndome de mis ideas originales para lograr un balance. Yo quiero conservar la esencia, pero uno se va adaptando al sistema. Hay partes que no he querido dejar que las quiten, pero luego veo cómo se convierten en potenciales giros con contenido.

¿Cuál es su evaluación del cine nacional?

—Al CNAC le agradezco la oportunidad de hacer mi primer largometraje, pero siento que ha perdido autonomía y se presta mucho a la propaganda del Estado. Eso hay que criticarlo sin ningún miedo y hay que quitarse el chip de hacer grandes producciones, lo que hay que hacer es contar grandes historias sin mucho dinero. El gremio tuvo unas alas que se cortaron con esta crisis. El talento está y más que reflejado en los Goya, en San Sebastián y en Venecia. Puede que sea difícil producir, pero hay que seguir haciendo lo mejor que podamos con lo que tenemos.


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