Gerry Weil
"La felicidad se consigue haciendo feliz a otras personas" | Foto Luis Suárez

No es común que Gerry Weil reciba a personas en su casa en pantalones. Cuando parece que habrá una excepción, apenas entra en el apartamento, anuncia: “Haré algo importante, me voy a cambiar”. Va a su habitación y sale con sus bermudas. Cómodo, se dispone a ensayar.

Dos horas antes había estado en Globovisión. Lo entrevistaron para promocionar el concierto que ofrecerá este sábado para celebrar los 80 años que cumplirá el domingo 11 de agosto. Por eso los pantalones.

La conversación comienza con algo de retraso, pero Gerhard Weilheim, el verdadero nombre de este ciudadano austríaco que llegó a Venezuela a los 17 años de edad, confía en la impuntualidad que, dice, caracteriza a los músicos, de manera que la entrevista no sea interrumpida por los colegas que ensayarán ese día en su famoso apartamento de Sabana Grande.

Y sí, es un espacio famoso, porque músicos de distintas generaciones se han formado y ensayado allí.

“Siento que estoy iniciando una cuarta edad. Estoy más activo que nunca musicalmente”, dice. “Quiero que el público tenga un recorrido a través de mi cosecha actual, que cambia cada año”.

Hoy a las 5:00 pm, en el Centro Cultural BOD, lo acompañarán el guitarrista Miguel Delgado Estévez, el baterista Miguel de Vicenzo, el bajista Jorge Ramoncini, la chelista Ivonne Carmona, el violinista José Ponce y la cantante Trina Medina.

El sábado 6 y el domingo 7 de julio se presentó en concierto junto con la Simón Bolívar Big Band Jazz, dirigida por Andrés Briceño, en el Centro Nacional de Acción Social por la Música, sede del sistema de orquestas. Este año también pasó por Miami, donde tocó con músicos como Rodner Padilla, Héctor Molina, Adolfo Herrera y Pablo Gil. En mayo estrenó el disco Gerry Weil Live in Vienna, grabado en el local Mi Barrio el 20 de octubre de 2018 en la ciudad austríaca, con la que se reencontró 52 años después.

Es uno de los tantos proyectos que tiene. También están un disco en el que se adentra en el hip hop, otro en el que versiona canciones de Simón Díaz, así como espera que se publique lo grabado y filmado en el Centro Nacional de Acción Social por la Música con la Simón Bolívar Big Band Jazz. Eso último depende del sistema de orquestas.

Acaba de decir que cada año la cosecha es diferente. ¿Qué cosecha Gerry Weil a los 80 años de edad?

—Un disco que está en todas las plataformas y se llama Live in Vienna, que se hizo el año pasado. Está en las redes y mucha gente ya lo escuchó.

Pero no solo hay una cosecha como músico, sino también como profesor.

—Perdóname, pero tengo que decir que es gracias al talento y coincidencia divina de haber aportado algún grano de conocimiento en muchísimos alumnos que están haciendo cosas maravillosas. Es la dicha máxima. Estoy dando clases a nietos de alumnos míos.

Me refiero con cosecha a lo que llaman legado. Las generaciones a las que les ha enseñado y han sido influidas por usted.

—El otro día firmaba un libro de mi biografía y cuando le pregunté a la persona cómo se llamaba, me dijo que era nieto de mi primera esposa, una señora que ya falleció. Me dijo que no se perdía ningún concierto.

¿Y logró ser el jazzista que soñó cuando era pequeño?

—Lo logré. Lo que haces con amor y pasión por 50 años, funciona. Sea lo que sea: jugando tenis, haciendo karate, jugando beisbol. Le das con un palo de escoba a una chapita y puedes terminar en las grandes ligas.

Amor, pasión, disciplina, pero también sacrificios. ¿Cuál ha sido el mayor?

—Para mí el sacrificio no es tan grande. Estudiar y practicar no es desagradable. Gozo practicando, repitiendo. Eso también me lo han enseñado las artes marciales.

¿Qué tal la experiencia de reencontrarse con Viena después de 50 años?

—Muy emocionante. ¡Qué calidad de vida y de nivel cultural! Es indudablemente ejemplar.

Cuando usted era pequeño le dijeron que no tenía talento. ¿Cómo mantuvo el ímpetu para seguir?

—No me aceptaron en el conservatorio porque no pasé la prueba. Es la insistencia. Si realmente quieres hacer algo, le das y le das. Suele suceder que ocurre lo que buscas. En mi vida fue así. Yo decidí. Hay que practicar, darle lento, cada vez más lento. Lento mil veces, más lento mil veces más y llega un momento en el que tocas como un relámpago.

A sus alumnos les inculca la importancia de la simpleza en la música…

—Es muy importante. En la vida las cosas complicadas suelen complicarse (risas). Es una redundancia. Las cosas sencillas suelen apuntar a soluciones sencillas, como inhalar, sonreír y exhalar.

¿Y cómo lleva esa simpleza al resto de los asuntos de la vida?

—¿Qué necesita el ser humano? Antes que nada buscar ser feliz. Yo he conseguido mi felicidad en la música, en el arte marcial, en la poesía, en el cine, en la buena cocina, en una buena cerveza fría. Hay quienes encuentran la felicidad en otras cosas. Los problemas son para sobrepasarlos, resolverlos, y a veces implican lo que tú mencionaste hace un rato: sacrificio. Tiempo que quisieras dedicar a algo tal vez lo tienes que emplear en otro asunto al que la vida te obliga.

¿Ha vuelto a practicar karate?

—No de la forma en la que me gusta, compitiendo en torneos internacionales. Estoy recuperado de una serie de operaciones en la región del abdomen. Pero los sábados y domingos, cuando estoy en la playa, hago kata en la piscina, donde tengo mejor balance por el agua. En realidad, la única manera de movilizar mi cuerpo en estos momentos es con arte marcial. Si me paro, uso arte marcial, igual cuando me siento o toco el piano. El otro día cuando dirigí algunas canciones con la Simón Bolívar Big Band Jazz, había un sensei muy respetado que al final se acercó y me dijo: «Hiciste un kata». Claro, yo me sé todos los movimientos −el maestro se levanta y escenifica parte de lo que hizo mientras dirigía−. Los movimientos eran como de arte marcial. No puedo dejar de practicar porque es parte esencial de mi vida.

¿De qué manera usted y sus alumnos mantienen la estabilidad mental para estudiar música en momentos en los que hay que preocuparse por asuntos tan básicos como la subsistencia?

—Cuando un músico es de verdad, todos los problemas extramusicales, aunque golpeen la puerta, no logran derribar al verdadero artista. El que está dedicado a lo suyo, crece en momentos de crisis. Los momentos de crisis son ideales para que personas guerreras crezcan. En tiempos de paz al guerrero le crece la barriga.

Pero muchos músicos que han trabajado o estudiado con usted, como McKlopedia o Freddy Adrián, han tenido que partir…

—Sí, están en México haciendo música. Bueno, respeto a los que se van y las maravillas que hacen en nuestro nombre. Pero también respeto a los que se quedan y siguen luchando acá con su arte. Soy uno de los que está acá. No tengo intenciones de vivir en otro lado. Tocar, sí. Parece que hay una fecha en Nueva York este año…

Así me contaron.

—Sí, pero mejor no contar los pollitos antes de nacer. Déjame llegar primero y tocar. Luego te contaré.

Siempre ha estado vinculado a distintas generaciones. Casos como Desorden Público, Mcklopedia, Jhoabeat, Caramelos de Cianuro. ¿Podría decirse que parte de la música venezolana de los años recientes tiene su influencia?

—Soy padrino de Negus Nagast, un grupo de reggae. Toco el piano en la más reciente de producción de Onechot. Apache rapea conmigo en una canción que saldrá pronto. Ese es mi trabajo, mi misión. Yo vine de Austria a aprender música y luego a enseñar. Acá hay talento.

Tal vez no se vea mucho que el músico consagrado imparta conocimiento como lo hace usted.

—A mí me encanta. Todavía lo hago. ¿Qué crees que hice hoy de 8:00 am a 9:00 am? Una clase online a una persona en Wisconsin.

Después de 52 años, Weil regresó a Viena, su ciudad natal, donde ofreció un concierto | Foto Luis Suárez

Suena su celular. Gerry Weil empieza con las palmas a marcar el compás 5/4 del repique. Atiende. Advierte que está en una entrevista, que lo llamen en la noche. “Dios te bendiga”, dice antes de colgar.

Continúa: “En mi nuevo proyecto estará Lil Supa. Ya grabó Apache. Estoy también con Free Convict, con quienes hago una pieza llamada ‘Achanta, el pure es pana’.  Estoy aprendiendo a rapear. ¿Qué es el rap? Es rhythm and poetry, es decir, ritmo y poesía”.

Pareciera que usted nunca ha tenido prejuicios hacia otros géneros musicales. ¿Hay alguno en el que nunca incursionaría, como por ejemplo el reguetón o el trap?

—Mira, en todos los géneros musicales existe la posibilidad de que los intérpretes toquen afinados, en buen tiempo, buen ritmo y con una intención de calidad dentro de su universo. No existe género musical que rechazaría. Pero definitivamente mi aspiración no es tener un grupo musical que toque rancheras y tampoco quiero tener uno de música colombiana, aunque me encanta como tocan los acordeonistas. Y cuidado, en la cumbia los bajistas hacen cosas increíbles. Creo que hay buena música y música no bien tocada, desafinada, que no está a tiempo y con mal concepto. No quisiera tocar música que no busca trascender. En Colombia hay manifestaciones jazzísticas con cumbia muy bien hechas.

En su biografía habla de la contemplación del arte como refugio para mantener la esperanza. ¿Ha dudado del poder de esa contemplación?

—No. Estamos acá por arte y seguiremos acá porque somos artistas. Hablo de la humanidad. El arte es un pulmón absolutamente necesario para que la humanidad pueda respirar y ser feliz, en todas sus manifestaciones.

Se ha hablado sobre un posible reencuentro de La Banda Municipal.

—Sí, pero creo que ese reencuentro lo tuve cuando Vinicio Ludovic fue a mi concierto hace nada en Miami, sentado a dos metros de mí, o con la presencia de Alejandro Blanco Uribe, de quien espero vaya a mi concierto este sábado. Nunca he dejado de hablar con Edgar Saume, baterista y gran amigo. Hemos tenido contacto, pero eso de rehacer a La Banda Municipal… Yo no creo mucho en los refritos, creo en cócteles nuevos.

Hace unos días Onechot me contó que el disco que prevé editar pronto era muy «tira piedra», crítico, hasta que cambió un poco el tono después de que usted le dijo que la clave era el perdón.

—Las medicinas para Venezuela son el perdón y el trabajo. Claro, son medicinas muy amargas porque nadie quiere perdonar ni trabajar. Lo del perdón lo entiendo, pero no lo otro. A mí me gusta trabajar.

¿Por qué entiende lo del perdón?

—(Suspiro) Porque se ha profundizado mucho todo. Es necesaria una profunda reflexión para encontrarnos. Hablo como venezolano de corazón, aunque mis papeles dicen que soy austríaco. Este es un gran pueblo, un maravilloso país. Venezuela va a surgir en el mundo, y vamos a sobrevivir porque somos grandes. Yo creo en el venezolano. No importa el credo, ni la raza. Me enamoré del venezolano en 1957 cuando me bajé de un barco. Esto va pa’lante. Paciencia.

Como productor, ¿cuál ha sido la experiencia que lo ha llenado más?

—A mí me gustó mucho trabajar en el disco En descomposición con Desorden Público. Llegué a meter free jazz en un disco de ska, que me sonaba a música de circo. (Risas). Yo los adoro. Fueron mis alumnos.

Sus comienzos en los setenta coincidieron con la llamada Venezuela saudita. ¿Ese contexto hizo más fácil o difícil el comienzo como artista?

—(Suspiro) Había más conciertos de artistas que venían de afuera. Pero no creo que había menos o más ganas, como las que tenemos en estos momentos los que estamos trabajando. Yo no creo mucho en la Venezuela saudita. Había más oportunidades, festivales. Pero el verdadero artista no puede parar, y en momentos de crisis es cuando más inventa y crece. El artista crece cuando hay crisis existencial.

¿Qué consejo le daría al joven que comienza en la música?

—Estudien, practiquen, con mucho amor y responsabilidad. Hay que tocar bien, preciso, afinado. A su tiempo. Escuchen buena música, de todos los estilos que existan. Que sepan que ser músico es una bendición.

¿Alguna reflexión cuando está a punto de cumplir 80 años de edad?

La vida es única, es bella. Es aquí y ahora. Es importante que busquemos siempre estar felices. La felicidad se consigue haciendo felices a otras personas.


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