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En los próximos 30 años, lo proyectado es que la población del planeta aumente en unas 2 mil millones de personas. De los casi 7 mil 800 millones que somos hoy, alcanzaremos una cifra gigantesca e inquietante: los 10 mil millones de habitantes.

Para que el lector se haga una idea del crecimiento que esto representa: en 1900 -hace apenas 120 años-, sumábamos 1650 millones. Medio siglo después, en 1950, 2 mil 600 millones. En el 2000, 6 mil 100 millones. Por el camino que vamos, en el 2100 alcanzaremos la cantidad inaudita de 11 mil millones de habitantes.

Esto significa: 11 mil millones de personas que necesitarán alimentos, vivienda, agua potable, servicios de salud y educación, energía para múltiples usos, acceso a internet, sistemas de transporte y muchas cosas más. La pregunta que se hacen los planificadores, es doble:  uno, ¿habrá que reorganizar las sociedades para hacer viable un crecimiento de esa envergadura? Y, dos, ¿dispondremos de los recursos necesarios, en todas sus formas -materias primas y productos terminados-, para atender el aumento de todas las demandas.

Los nudos fundamentales

Una primera cuestión a pensar es el de las ciudades. Tal como se repite a menudo, la previsión es que en el 2050, dos tercios viviremos en ciudades. De las 28 megaciudades que hoy sobrepasan la cifra de 10 millones de habitantes, se producirá un salto a 41, la mayoría de ellas, en países pobres o de economías en desarrollo: India, Pakistán, Egipto, China y otros. Además de las mega urbes, cuya gestión representará un complejísimo desafío para sus alcaldes y para sus autoridades, se multiplicará el número de ciudades con varios millones de convivientes.

No habrá ciudad en el planeta, independientemente de su tamaño, que estará eximida de afrontar las urgencias del crecimiento poblacional. Frente a lo que viene, no hay elección posible: hay que planificar alrededor de una serie de cuestiones fundamentales, que se comentan a continuación:

Hay que evitar la saturación de los cascos urbanos y de las zonas densamente urbanizadas. Las ciudades deben crecer hacia sus fronteras, sin que ello signifique la ocupación de zonas protegidas, parques y áreas que todavía son utilizadas para los cultivos.

En las zonas costeras, es urgente tomar las medidas más concienzudas con respecto al aumento del nivel del mar: alejar a las comunidades que viven a la orilla de las aguas; entrenar a las familias para actuar en las emergencias, crear soluciones para que los pueblos costeros tomen distancia de los potenciales peligros.

Hay que revisar a fondo la cuestión de las zonas industriales, las refinerías y empresas generadoras de energía, los aeropuertos y los conglomerados de galpones para la distribución de mercancías: deben ser alejados de los núcleos de las ciudades, especialmente de las áreas residenciales. Las ciudades deben especializarse en acoger viviendas, comercios, escuelas, servicios públicos y servicios privados. Todo lo demás debe reubicarse en la periferia.

Hay ciudades -no todas- que deben prepararse para recibir a las migraciones internas o la llegada de emigrantes de otros países. Grande capitales, ciudades fronterizas o donde hay fuentes de trabajo; ciudades relativamente seguras o relativamente cercanas a zonas donde hay conflictos armados, hambrunas o han ocurrido catástrofes: hacia ellas se dirigirán los que huyen. Prepararse no significa solo disponer de centros de acogida, profesionales y equipos capaces de responder a la emergencia: significa, sobre todo, educar a los ciudadanos en la solidaridad, en las prácticas de acogida, en el rechazo a toda forma de xenofobia, racismo y exclusión.

La proyección hacia las próximas décadas, además, requiere de decisiones en el ámbito del desarrollo económico y social. Hoy corresponde contestar a la pregunta de dónde provendrán los ingresos de los habitantes de las ciudades en diez, quince, veinte y treinta años. Esperar a que pase el tiempo podría devenir en situaciones de conflictividad social, delincuencia y crecimiento de la pobreza. La tendencia actual, que hace de los alcaldes, figuras inclinadas a la política y a la gestión de lo cotidiano, ya no es suficiente. Los regidores de la ciudad deben ser, de aquí en adelante, no solo planificadores del desarrollo de industrias, empleos y creadores de estrategias para la atracción de inversiones. Deben ser también, activistas y promotores de procesos de la digitalización de la gestión de sus ciudades.

La ciudad digital

Hay que enunciarlo en los siguientes términos: la ciudad será digital o no será. Si un ámbito del Estado puede beneficiarse de internet, de la Inteligencia Artificial, de los softwares y de la robótica, ese es justamente el de la organización de la ciudad para que ella asumida como una gran corporación que presta servicios a los ciudadanos.

¿Cuáles podrían ser las principales metas razonables de cualquier ciudad de América Latina, que tenga una población de 100 mil o más habitantes, antes del 2030?:

-En primer lugar, digitalizar la coordinación de todos los servicios policiales, bomberos, atención hospitalaria, tráfico vehicular, protección ambiental y otros afines, responsables de la protección de la integridad física y mental de los ciudadanos y sus propiedades.

-En segundo lugar, digitalizar para garantizar la fluidez de la circulación automotriz, responder en el menor lapso posible de tiempo a las emergencias y, lo más importante, garantizar el cuidado de peatones, ciclistas, personas en patinetas, motos y otro tipo de vehículos que puedan aparecer en los próximos años.

-En tercer lugar, los ayuntamientos tendrían que digitalizar todos sus procesos -padrón de residentes, catastro de terrenos y viviendas, compra y venta de inmuebles, registros de nacimientos y defunciones, estadísticas de distinto orden, trámites y permisos-, para así descongestionar las oficinas, evitar las colas y facilitar a los ciudadanos la realización de sus diligencias a través de internet.


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