biodiversidad
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Recordemos qué es la biodiversidad: es la suma de todos los ecosistemas, las especies y la variedad genética, sean estas terrestres o acuáticas. Incluye desde los pequeños organismos hasta grandes complejos ecológicos como las selvas húmedas o las formaciones coralinas. Se la llama también diversidad biológica. Una cuestión fundamental, que se olvida a menudo: la biodiversidad no es estática. Cambia de forma constante. Y, muy importante, está en todas partes. En cualquier lugar donde haya alguna forma de vida, hay diversidad biológica, aunque no seamos capaces de verla o detectarla.

Desde el siglo XVIII, cuando comenzaron a realizarse los primeros inventarios y clasificaciones de especies, se han contabilizado y nombrado casi 2 millones de especies animales y vegetales, se han creado miles y miles de clasificaciones y subclasificaciones, y se han hecho estimaciones que señalan que, muy probablemente, todavía faltan por reconocer, nombrar y estudiar, el doble de las especies ya conocidas: alrededor de otras cuatro millones de especies. Incluso, hay especialistas que han estimado que son muchas más: 5 millones o más.

Hay que decir, además, que todas estas formas de vida interactúan entre sí; que gracias a ella la naturaleza ejecuta sus ciclos de nutrientes y de agua; que a la biodiversidad se debe la formación y establecimiento de suelos; que son sus operaciones ‘naturales’ las que hacen posible el control de las plagas, la resistencia a las especies invasoras, la polinización de las plantas y la reproducción de los animales, y, muy importante, determina qué especies resultan más abundantes que otras.

Especies en peligro

En un informe de la FAO se lee que la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza publicó en abril de 2017, la Lista Roja de las Especies Amenazadas, que incluye 7 mil especies en peligro inminente de extinción (la primera lista se realizó en 1964). En ese listado hay animales fácilmente reconocibles -gorilas focas, osos, zorros-, y también otros, cuyos nombres, probablemente no conocemos. Cuatro años más tarde -2021-, quien visite su página web, se encontrará con esta desagradable sorpresa: el número ha aumentado a 37 mil 400, de un total de 134 mil 425 especies evaluadas. Es decir, 27,8%. Una de cada cuatro especies.

Algunos ejemplos. Dice la FAO, que 17% de las 8 mil 700 razas de ganado del mundo se consideran en peligro de extinción. En noviembre de 2019, la ONU publicó un reporte que señala: se extingue un promedio de 150 especies por día. Algo semejante ocurre con los cultivos. La alimentación humana depende de unas 150 plantas. Es más, solo 4 de ellas, arroz, trigo, maíz y papas (patatas) proporcionan alrededor del 60% de las calorías que obtenemos de las plantas. Otras 5 especies de animales: vaca, oveja, cabra, cerdo y pollo aportan hasta el 31% del consumo diario de proteínas.

Incluso la biodiversidad agrícola, de la que dependemos para alimentarnos, se encuentra en peligro por plagas y enfermedades, las inundaciones y las sequías, el abuso de recursos químicos y el agotamiento de los suelos. Hasta alimentos tan básicos y de consumo tan extendido como el arroz, el trigo, el tomate o las hortalizas, están hoy bajo el asedio y el castigo del cambio climático.

Por qué la biodiversidad es un desafío humano

Una idea limitada -y, en cierto modo, equivocada- relaciona la pérdida de biodiversidad con la escasez de materias primas: alimentos o insumos para distintos usos, artesanales o industriales. Pero ocurre que esa es apenas una de las vertientes de los riesgos que contiene el progresivo deterioro de la diversidad biológica.

Quizás el más evidente y rotundo sea la condición de vulnerabilidad en que coloca al ser humano: lo somete a las reacciones extremas y feroces del clima; destruye las fuentes de agua; empobrece a las comunidades; provoca situaciones de hambre y desempleo; estimula las migraciones no deseadas; crea condiciones de incertidumbre para las personas y las familias. Aunque no se entienda a priori, la destrucción de la biodiversidad está en la raíz de muchos conflictos sociales.

A todo ello hay que sumar una pérdida que es no fácil de cuantificar: el valor de las especies. O, por ejemplo, el valor del conocimiento agrícola, que ya acumula más de 12 mil años de aprendizajes. O el valor de los ecosistemas, de su potencial para la investigación científica, farmacológica y alimentaria.

¿Es posible salvar la biodiversidad?

La respuesta a esta pregunta está en la propia biodiversidad, especialmente en las prácticas agrícolas, ya que la reducción de la huella ecológica, mediante la implantación de prácticas sostenibles, puede contribuir a la conservación de la biodiversidad, los hábitats y la prestación de servicios ecosistémicos.

Otra cuestión fundamental: los pocos parajes no ocupados por el hombre deben permanecer deshabitados. No hay que domesticar animales silvestres. No hay que sacar a las plantas de su entorno para implantarlas en otros lugares. No hay que trasladar árboles de su lugar de origen y trasplantarlos en otra parte. No hay que construir carreteras, infraestructuras y viviendas en zonas selváticas, bosques húmedos, en cuencas hidrográficas o en zonas protegidas. Hay que evitar las fogatas y los incendios forestales. Hay que practicar el consumo responsable, por ejemplo, cerciorarse de dónde provienen las maderas de los muebles que se compran o las plantas que se venden en un vivero.

Otra solución, que está en manos de cada lector, está en los hábitos alimentarios. Los expertos nutricionales lo repiten hasta la saciedad: una de las medidas para abordar este desafío global es diversificar las dietas, en particular a través de un mayor consumo de frutas, hortalizas y legumbres. Hay que reducir el consumo irracional. Y hay que educar a nuestros hijos en el significado de la biodiversidad y en los modos de protegerla.


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