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Una mujer escoge productos en un pasillo de un supermercado en Caracas. Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Hay que pararse y releer para poder imaginar la dimensión de algunas cifras: en Venezuela, la inflación de los alimentos durante la cuarentena por coronavirus alcanzó 671,8%. La traducción a las calles es pobreza y desnutrición, un drama cotidiano que marca y atenaza más que nunca a los ciudadanos.

Ir al mercado es sinónimo de llevarse una sorpresa. Si un ciudadano va dos veces en la misma semana, los productos de la cesta básica tendrán precios distintos.

El régimen de Nicolás Maduro acusa a las sanciones y la oposición, a la mala gestión del Ejecutivo. En medio de la disputa, los ciudadanos pasan hambre y hay quienes, como siempre, hacen su agosto y llenan los bolsillos con las necesidades insatisfechas de un país en el que muchos sueñan con vivir el drama de llegar a fin de mes. Las cuentas se hacen para comer cada día.

Hoy, el precio del dólar ronda los 450.000 bolívares soberanos pero ya ni la divisa estadounidense amortigua el golpe, incluso quienes perciben salarios o remesas en la moneda de Estados Unidos pierden capacidad adquisitiva día a día, una realidad que todavía nadie mide con precisión pero que se percibe de forma constante en las calles.

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Varias mujeres escogen productos en un pasillo de un supermercado. Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Inflación galopante

“El café, 2,5 millones el kilo; hace un par de meses lo pagaba a 1,2 millones”, asegura a Efe Johnny Torres.

“El aceite de soya, que es el que más utiliza la gente aquí, tenía un costo aproximado de 300.000 y ya va sobre 640.000 en menos de 3 meses”, agrega Juan Latre.

La queja llega incluso al producto más básico de la dieta venezolana, la harina de maíz para las arepas porque “hoy, el kilo vale sobre 460.000”, es decir, 60.000 bolívares más que el salario mínimo que perciben la mayoría de los venezolanos.

Con Latre coincide Yusbey Medina: “Antes pagaba una harina en 230 y ahora una harina en 460, un dólar”.

La inflación es tan galopante que los venezolanos han dejado de contar ceros y le quitan, en su día a día, tres a una moneda a la que ya le han amputado ocho las reconversiones.

“Los huevos van por 680.000; antes pagaba por medio cartón 300.000 y hoy medio cartón 680.000, es una barbaridad”, agrega.

“La leche en polvo de un kilo costaba un millón y pico y ahora está casi en cuatro millones”, se queja Tibisay Vadillo.

El último en sumarse a los reclamos es Hermes Ayala, quien, en el mercado del sector popular de El Cementerio, declara a Efe que la inflación hace desastres: “Todo ha subido en menos de 3 meses 400%-500%”.

“Hace 2 o 3 meses comprabas un kilo de carne en 200.000 bolívares, hoy cuesta de 1,6 a 2 millones”, asegura.

Un hombre camina frente a una vitrina de la que cuelgan carteles con precios de alimentos en Caracas. Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Un porcentaje desolador

Los datos de la empresa Econanalítica coinciden con los de los vecinos de Caracas. Su última estimación de la inflación indica que, desde que comenzó la cuarentena en Venezuela, en marzo pasado, los precios de los bienes y servicios han subido 461,4%. En el caso de los alimentos, el alza es de 671,8%.

Con esos datos sobre la mesa, Hermes explica que un hogar venezolano, para adquirir la cesta básica, “necesita cerca de 240-250 dólares mensuales” y subraya: “Para lo básico”.

Se necesitan, por tanto, casi 300 veces el salario mínimo para llenar la nevera con “lo básico”.

“Y si tú te ganas un dólar al mes, ¿oye, qué estamos haciendo?”, plantea.

Por eso, señala este vecino de El Cementerio, la gente vive de las ayudas que le mandan sus familiares que se han ido a trabajar fuera, cerca de 5,5 millones de personas, según la ONU, que son “los que envían dinero para medio poder vivir bien”.

¿Y si uno no tiene parientes fuera? “Terrible, terrible, el limite de pobreza, se pudiera decir”, responde Hermes con el rostro ensombrecido. Y agrega: “Por eso ves gente comiendo en la basura”.

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Imagen de un ciudadano sosteniendo una botella de aceite y una bolsa de tomates mientras permanece sentado en una esquina en Caracas. Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Ni un capricho para la nieta

Tibisay Vadillo, que se queja del precio de la leche en polvo, tiene una nieta, y, como toda abuela, se desvive por poder darle un capricho, un dulce; o sea, representar lo que en cualquier lugar del mundo se llama “ser una abuela”.

Sin embargo, la crisis venezolana roba a sus ciudadanos incluso esos momentos de la infancia, una chupeta, el clásico caramelo infantil, le cuesta hoy 70.000 bolívares, “y eso regateando, buscando precios”.

“Estoy yendo a comprar porque el día 27 cumple años mi nieta, quiero hacerle una gelatina pero estoy viendo los precios porque de verdad…”, indica.

Esos puntos suspensivos que deja Tibisay en el centro de Caracas, donde confluyen muchos ciudadanos de la capital en busca de un precio mejor o un producto que la escasez no permite hallar en cualquier lugar, resumen el abatimiento en la vida de los venezolanos.

Hoy ya no queda sino rastro de aquel desabastecimiento que llenó Venezuela de filas para comprar, pero se ha instalado algo acaso mucho peor, la imposibilidad de comprar productos básicos.

Los supermercados se llenan pero los estómagos siguen vacíos, ¿qué alternativa queda, cuando en siete meses los precios crecen 671,8%?


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