FAO
Alexis Bonte en un programa de VTV

Sin dejar a nadie atrás, es el lema con que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) decidió conmemorar el Día Mundial de la Alimentación este año, que se celebra el 16 de octubre de cada año.

Diseñar sistemas agroalimentarios más sostenibles, resilientes y amigables con el medio ambiente, procurar bajar el costo de las dietas saludables para que así lleguen al mayor número de personas y apuntar a la seguridad y soberanía alimentaria en los países, son algunos de los objetivos que persigue este lema.

El covid-19 y los conflictos armados atentan contra al alcance de estos logros, sin embargo, hay cosas por hacer para revertir el impacto de estas crisis: que cada país asegure que un porcentaje significativo de su alimentación se produzca en su territorio; priorizar la atención a los niños, ancianos y personas de escasos recursos, que son los más vulnerables, son algunas de las tareas que Alexis Bonte, representante de la FAO Venezuela, afirma que contribuiría a garantizar la seguridad alimentaria. En el caso de Venezuela, dijo que su potencial de tierra fértil puede alimentar a toda la población de Venezuela con una inversión adecuada en el sector agroalimentario.

—¿Cómo están los sistemas agroalimentarios y productivos actualmente, tomando en cuenta que en los últimos dos años se han visto afectados por el covid-19, y recientemente por la crisis en Europa del Este?

Bueno, algo positivo es que casi 90% de la población mundial se alimenta más o menos correctamente. La parte negativa es que hay 30% de pérdidas y desperdicios de alimentos en todo el mundo, lo que se podría destinar a ese 10% que no se alimenta adecuadamente por falta de recursos financieros y físicos. Es decir que nuestro planeta tiene toda la capacidad física de alimentar la población mundial. La falta de recursos financieros se refiere a la pobreza extrema y al costo de la dieta saludable; la falta de recursos físicos es producto a los cambios climáticos o por razones de conflicto y guerra. Ahora hemos visto con la crisis en Europa del Este, que los sistemas agroalimentarios están tan conectados a nivel internacional, que cuando hay una instabilidad en países productores y exportadores, como es Ucrania y Rusia, tiene un impacto mundial. Esto es algo que hay que analizar urgentemente. Hemos tenido dos crisis seguidas, la pandemia y el conflicto, y no hemos tenido el tiempo de recuperarnos, sin salir de la primera llegó la otra. Esto es una gran lección para la soberanía alimentaria. Cada país debe buscar la manera de asegurar que un porcentaje significativo de su alimentación venga de su país o de los países vecinos.

—¿Qué impacto han tenido estas dos crisis en los niveles mundiales de hambre? ¿Cómo podría revertirse esto?   

En 2015 había en el mundo unos 670 millones de personas con problemas de subalimentación, ahora se calcula que son alrededor de 830 millones, es decir, un incremento de más de 150 millones en menos de 10 años. Sin lugar a duda, este aumento ha sido en gran medida impacto de la pandemia, los conflictos, desafíos del clima y otras recesiones económicas. Hoy hay mucha más hambre. El covid no ha dañado tanto el sistema alimentario, pero ha dañado mucho el ingreso de los pobres, que son los más vulnerables y, por supuesto los menos resilientes. Cuando hay un impacto sobre la economía, los primeros en afectarse son los más pobres, y también son los últimos en recuperar y aprovechar de un crecimiento. Por esto es necesario poner en marcha planes de ayuda nacional e internacional con un sistema de protección social. Sin embargo, hay un problema, y es que después de una crisis como la de covid-19, los gobiernos tienen recursos financieros limitados para fortalecer los sistemas de protección social.

—¿Cuál es el rol de las mujeres rurales en la producción de alimentos y para garantizar la seguridad alimentaria?

Datos oficiales de la FAO señalan que las mujeres rurales representan casi 50% de la mano de obra agrícola, pero poseen solo 15% de las tierras cultivables. Se calcula que si la mujer tuviera el mismo nivel de acceso a los factores productivos (tierra, crédito e insumos) y la misma posibilidad de tomar la decisión de qué hacer con la cosecha, como lo tiene el hombre, habría mucha más seguridad alimentaria de la que hay ahora. El desafío con las mujeres rurales es que tiene demasiados roles. Pero es indispensable que tengan más acceso a oportunidades, porque de lo contrario nada va a cambiar. Sin igualdad de género, no habrá “hambre cero”.

—Con este panorama, ¿cree que sea necesario transformar los sistemas agroalimentarios y productivos?

La transformación de los sistemas agroalimentarios es indispensable. Una razón es para que sea más eficiente para el ser humano, es decir, que las dietas saludables sean menos caras. Eso es sumamente importante. Hay que priorizar, primero la dieta saludable debe llegar a los niños y a los pobres. Hay que trabajar más con los circuitos cortos, y que se produzcan muy cerca de donde se comen. Esto no es teoría, en Europa, hay políticas públicas sobre eso, de la finca a la boca, para cortar al máximo la cadena y disminuir intermediarios. Además, sería útil procurar que la gente produzca una parte de su alimentación. Esta es una manera de que los alimentos se abaraten. Eso es para los seres humanos, pero también es necesario para el planeta. Se ha destruido el medio ambiente buscando más espacios para cultivar, y mientras menos árboles tengamos, habrá menos absorción de CO2. Con la transformación de los sistemas agroalimentarios también haremos que el medio ambiente sea más sostenible y resiliente.

—¿Cómo está Venezuela frente a esta transformación?

Venezuela, por la renta petrolera, es un país que ha importado mucho, según como se vea en ocasiones puede ser más fácil importar que producir. Pero Venezuela tiene mucho potencial para producir: su tierra agrícola podría alimentar mucho más de los 30 millones de venezolanos. Se ha hecho un trabajo en pro de la transformación, que hay que profundizar y llevarlo a una mayor escala. Hay que invertir en el sector agrícola, para que los productores grandes sean más sostenibles, y que los pequeños tengan más espacio en el mercado. Falta más solidaridad en los actores de la cadena, incluyendo los transportadores y distribuidores. La otra cosa es que hay una competencia que viene de los países vecinos. Por ejemplo, Colombia, cuyas relaciones comerciales con Venezuela se reestablecieron, tiene complementariedades con el sector agrícola venezolano, pero también rubros más competitivos, lo cual se traduce en que hay un riesgo que los productos de ese país sean más baratos que los fabricados en Venezuela, lo que es problema para los productores de aquí.

—Con este contexto, ¿cómo se hace para no dejar a nadie atrás?

Con solidaridad y sabiduría. No hay que perder de vista a los niños y los ancianos, que son los más vulnerables. De la renta petrolera hay que destinar una parte al gasto social. La FAO promueve programas de protección social que cubren determinadas contingencias que afectan a los hogares. En Venezuela hay varios programas sociales para la atención a la alimentación, entiendo que como en cualquier país hay siempre espacios para mejorar la integración de estos programas con la producción local para que su efecto sea cada vez más impactante. Las compras locales descentralizadas a pequeños productores, es una política a reforzar para mejorar los sistemas alimentarios. Son circuitos cortos con efectos amplios.

—¿Cómo debemos celebrar el Día Mundial de la Alimentación?

Celebrar pensando en los que no pueden celebrar. Por eso hablamos de no dejar nadie atrás. No hay que olvidar que no todos tenemos la misma suerte. Hay que recordar a la gente que tienen menos suerte. Un mundo sostenible es aquel en el que todos cuentan, revertir y disminuir la desigualdad es nuestro principal reto.


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