Foto Archivo

El mayor espectáculo del mundo se instala por 30 días, con sus noches, en esta pequeña y riquísima nación del mundo árabe sin tradición futbolera. Un certamen que sorteó sospechas, investigaciones y protestas antes de que el balón eche a rodar. La FIFA asegura que en el campo resplandecerá la verdad.

El Mundial Qatar 2022 será como la primera visita de un niño a Disneylandia. Una experiencia única, una experiencia total. Una experiencia deslumbrante.

Palabras más, palabras menos, así promociona Gianni Infantino la vigésima segunda Copa del Mundo de Fútbol que comienza el 20 de noviembre y finaliza el 18 de diciembre en esa minúscula franja de tierra, carente de agua pero de la que brota dinero como un manantial, llamada oficialmente Estado de Qatar, en el este de la península arábiga.

Infantino es desde 2006 el presidente de la FIFA, la organización sin fines de lucro creada en 1904 que supervisa, dirige, controla y oculta —cuando hay algo, o mucho, que ocultar, siempre en nombre del juego—  este gigantesco, ¿deslumbrante?, negocio planetario que mueve cada temporada 500.000 millones de dólares, según Deloitte, una de las firmas auditoras de este mundo.

De padres italianos, Gianni Infantino nació en la pequeña e histórica ciudad suiza de Brig, en la ruta del glaciar del Ródano. Abogado y gestor deportivo, habla seis idiomas con fluidez, incluso el árabe. Es, sin pizca de duda, un tipo simpático, de gestos expansivos, cuya estampa elegante rematada en esa cabeza rapada y reluciente apareció por años en las pantallas de TV durante las transmisiones de los sorteos de las competiciones de la UEFA.

Gianni Infantino | Foto AFP

Un rostro fresco, diáfano, para dejar atrás la polémica, desmesurada y escandalosa presidencia de Joseph Sepp Blatter, bautizado por The Guardian como“el más brillante dictador no violento del último siglo”.

Fue durante el reinado de Blatter  —Orden de la Buena Esperanza de Suráfrica, Orden de la Independencia de Jordania, Orden al Mérito de Yemen, Socio de honor del Real Madrid, Medalla al mérito deportivo de Bolivia, entre otros curiosos reconocimientos y condecoraciones—, que Qatar logró la sede de esta copa del mundo que está a punto de rodar.

En los 17 años de mandato de Blatter el fútbol consolidó su dimensión universal: una religión laica a la que siguen 4.000 millones de fieles y contando. Pero él, acosado por sospechas, denuncias e investigaciones que enlodaron su gestión, se vio obligado a dimitir en junio de 2015, unos días después de su feliz reelección para un quinto período.

Si Qatar 2022 es Disneylandia, la vida interna de la FIFA, las reuniones de pasillo en su fabulosa fortaleza de un montón de hectáreas a las afueras de Zurich, o los encuentros en el hotel Bar au Lac, que lleva 175 años viéndose reflejado en las purísimas aguas del lago de Zurich a los pies de los Alpes, ofrece todos los ingredientes para una miniserie de éxito incontestable.

Intriga, aclamaciones a mano alzada, sobornos millonarios, investigaciones truncadas, renuncias, condenas y, como en un final feliz, la promesa de “construir una nueva era en la que pongamos el fútbol en el centro”, como se escuchó en la voz del afable Infantino el 26 de febrero de 2016 cuando fue electo como el noveno presidente de la FIFA.

Principio o fin

El meollo de esa hipotética serie tendría como punto de partida y también de cierre la historia de cómo se gestó este Mundial Qatar 2022, cuyo balón ponen en juego el sábado 20 de noviembre Ecuador y la bisoña selección catarí en el estadio Al Bayt, que reproduce a escala gigante una tienda de beduinos: una de las 7 maravillas arquitectónicas en las que Qatar invirtió 6.000 millones de dólares para realizar los 64 juegos que contempla el programa del torneo.

EFE/ Alberto Estévez

Una inversión que es apenas la ínfima parte del coste total de las infraestructuras —autopistas de 12 canales, hoteles, una flamante red de Metro con vagones de tres clases— que superó los 150.000 millones de dólares. Qatar, hay que tenerlo presente, es de lejos la nación con el PIB per cápita más elevado del mundo. El campeón mundial de la riqueza.

Y sí, Infantino tiene razón. Durante 30 días con sus noches Qatar será un enorme parque temático para adultos. En un radio de 55 kilómetros estarán dispuestas todas las instalaciones deportivas y, como nunca antes, las hinchadas de las 32 selecciones participantes compartirán un mismo escenario.

Se esperan 1,5 millones de visitantes, tantos como la mitad de quienes residen en el territorio de Qatar. Y todos serán bienvenidos, aseguran las autoridades del Emirato, lo repite Infantino y lo secundan los dirigentes de FIFA.

Habrá, eso sí, una estricta vigilancia. El consumo de alcohol en los estadios estará prohibido, salvo en algunos palcos afortunados, y se verá mal que los hombres muestren el vello del pecho, andar en mallas o licras por la calle; también los abrazos efusivos.

Qatar puso en marcha en 2016 la campaña Refleja tu respeto, mediante la cual mujeres, hombres y niños repartieron en las calles folletos, flores y chocolates para recordar a su población —abrumadoramente extranjera, menos del 20% es catarí— que “si estás en Qatar eres uno de nosotros” y pedir su ayuda para “preservar la cultura y los valores” del país: “vístete con modestia en los lugares públicos, fue el mensaje. El propio emir Tamim Al Thani, presidente también del Comité Olímpico de su país, ha advertido que “esperamos que todos los aficionados respeten nuestra cultura”.

La FIFA, en su afán de controlar todo lo que ocurrirá en los terrenos de juego, estrenará el balón Al Rihla—”el viaje”—al que Adidas insertó en su corazón esférico un chip que recabará datos y los enviará 500 veces por segundo al VAR, para que se puedan sancionar fueras de lugar hasta por un meñique.

Qatar 2022 será también el Mundial de la verdad, que resplandecerá como un sol aunque se celebre en invierno. Adiós a la incertidumbre, quizás también a la pasión. “Celebrar un gol se convirtió en un acto de imprudencia”, constata el muy agudo periodista español Santiago Segurola en un reciente texto para El País de Madrid.

Es una lástima que algunos de esos sensores que garantizarán la asepsia sobre las alfombras verdes del Mundial árabe no se hayan instalado en los pisacorbatas, en los maletines o en la suela de los zapatos —como el teléfono secreto del viejo Superagente 86— de los altos dirigentes de la FIFA. Si hubiera sido así, quizás hubiera respuestas a todas, alguna, o una al menos, de las preguntas que increpan al certamen y sus promotores.

Las preguntas sobre Qatar 2022 surgieron casi en simultáneo con la atribución de la sede en diciembre de 2010 a esta nación del Golfo Pérsico:

  • ¿Cómo se concedió la organización del Mundial a un país sin tradición deportiva, que además en verano soporta temperaturas de 50 grados centígrados? (Más tarde se cambió la fecha de realización del Mundial por primera vez en 90 años).
  • ¿Consideró la dirigencia de la FIFA la abierta y humillante discriminación de la mujer en Qatar, sometida a la práctica de la tutela masculina que otorga al padre, hermano o esposo decidir por su hija, hermana o esposa desde dónde y qué estudiar hasta obtener un permiso de conducir o para un viaje al exterior?
  • ¿Es una contradicción que la organización que promueve el fútbol femenino en el mundo premie a un régimen que impide a la mujer llegar a ser una adulta plena, y dueña de las decisiones sobre su vida?
  • ¿Advirtió a tiempo la FIFA las condiciones de “esclavitud moderna” a las que sometieron a los trabajadores inmigrantes que levantaron, aún a costa de sus vidas, las magníficas obras del Mundial?
  • ¿Importa a los dueños del fútbol la precaria vida democrática en Qatar, en la que la existencia de partidos políticos ni siquiera es un oasis en el desierto, y se persigue y castiga la homosexualidad y son delito aquellas expresiones públicas que “perturben la vida social o el orden público del Estado”? (Las mujeres, se lee en un informe de Human Rights Watch, creen que hablar sobre sus derechos puede ser considerado una incitación a la opinión pública).
  • Y, por último, la pregunta de la que parten todas las dudas y sospechas: ¿se compró este Mundial?

Fue de The Sunday Times, de Londres, el medio que puso en órbita muy pronto las acusaciones de corrupción en torno a la adjudicación del Mundial 2022, al revelar pagos por cerca de 4 millones de euros para conquistar votos de miembros de FIFA a favor de la candidatura de Qatar.

El  organismo puso en marcha una investigación interna que condujo el exfiscal y juez estadounidense Michael García, quien dirigía desde julio de 2012 la cámara de investigación de la Comisión de Ética de FIFA.

Centro de Convenciones y Exposiciones de Doha donde se concentran los servicios para los aficionados. Foto: EFE/ Alberto Estévez

Un par de años después, en 2014, García entregó un informe de cerca de 400 páginas en el que examinó el proceso de otorgamiento de las sedes de los mundiales de 2018 y 2022, ambas decididas de forma conjunta por el Comité Ejecutivo de FIFA en diciembre de 2010.

De las pesquisas y hallazgos de García solo se conoció en principio un resumen de 42 páginas, presentado por el hombre que controlaba la cámara de enjuiciamiento del Comité de Ética, el alemán Hans Joachim-Eckert. La conclusión: hubo comportamientos dudosos pero ninguna prueba de corrupción.

García cuestionó el resumen de su investigación que tachó de “incompleto” y luego recurrió al Comité de Apelaciones de FIFA —nadie podrá negar que el centenario organismo está perfectamente estructurado—, que declaró inapelable la decisión de Eckert. García renunció al día siguiente. Habló de “falta de liderazgo”, dudó de la independencia de Eckert.

Un año después caería Blatter.

Blatter
Joseph Blatter

Otras voces

Ninguna queja o investigación perturbó la realización del Mundial de Rusia como tampoco lo hará con el de Qatar. Las hinchadas, que son el centro y la alegría de este juego universal, irán allí donde su selección las represente. Por algo a los seguidores también los llaman fanáticos.

La FIFA ha tenido una habilidad histórica para sortear las dificultades que se han presentado con algunas de sus dudosas sedes para la realización de los mundiales. Quizás el caso más emblemático sea el de Argentina 1978, un país comandado entonces por una Junta Militar que hizo de la desaparición, la tortura y la ejecución una práctica habitual de la que aún hoy, medio siglo después, se siguen descubriendo fechorías y perversiones.

Antes, como ahora, hubo sospechas de corrupción y negocios ilegales, que señalaron a la presidencia de la FIFA, ocupada en esos días por Joao Havelange, el mentor de Blatter. Antes, como ahora, hubo naciones que no apoyaron la realización de la Copa en la sede asignada. Antes, como ahora, las protestas se diluyeron y solo quedaron algunas voces solitarias denunciando el terrorismo de Estado en Argentina.

Sobre Qatar 2022 hubo gestos simbólicos fuera del guion de las selecciones de Noruega, Bélgica, Holanda y Alemania. El primero de esos combinados usó una camisa de calentamiento antes del juego inicial de las eliminatorias para el Mundial en el que estamparon el mensaje «Derechos Humanos: dentro y fuera de la cancha». Países Bajos (Holanda) fue aún más directa: el fútbol apoya los cambios. Alemania posó con un juego de camisetas que formaban la expresión «Human Rights». Once letras,una por cada jugador.

Las federaciones de Países Bajos y Noruega mantuvieron una posición oficial contraria a la organización del Mundial en Qatar pero rechazaron sumarse a los pedidos de boicot y, en su lugar, usar la fuerza global del Mundial para ejercer presiones diplomáticas que aceleren las reformas en Qatar.

Y, en ese sentido, hay logros: la eliminación en enero de 2020 del sistema de kafala (patrocinio) que ataba la situación migratoria de un trabajador a su empleador, que se reservaba el derecho de permitir el cambio de empleo o, incluso, la salida del país de su contratado.

Una condición esclavista en un país forrado en petrodólares. Un contrasentido que la intervención de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, contribuyó a erradicar o a aliviar. FIFA celebró que la Copa del Mundo sirviera “como catalizador para reformas históricas de los derechos laborales”.

Algunos exjugadores, y jugadores y entrenadores activos, mantienen su tono crítico sobre este Mundial de los mil y un cuentos. Son pocos, cierto, pero de peso. 

El entrenador de la poderosa selección alemana —cuatro veces campeona mundial—Hansi Flick cuestionó sin reparos la organización del Mundial Qatar 2022. “Tengo muchos conocidos a los que les encantaría volar a Qatar, pero se abstienen de hacerlo por muchas razones. Porque no pueden permitirse los precios exhorbitantes, porque la situación es inaceptable para los homosexuales, porque hay violaciones de los derechos humanos, porque las minorías están marginadas”.

Flick lamenta que Qatar 2022 no vaya a ser un Mundial para los aficionados. “El fútbol debería ser para todos”.

Otro alemán, el célebre defensa y mediocampista ya retirado Phillip Lahm, estrella del Bayern Munich, con 113 presencias en la selección teutona, el capitán que levantó la Copa del Mundo en 2014, no formará parte de la delegación de su país en Qatar. “Tampoco estoy interesado en ir allí como aficionado”, dijo.

Lahm pone el dedo, o el pie,  en la llaga. “Los derechos humanos deberían desempeñar un papel importante en la adjudicación de los torneos. Si un país que va mal en esa área obtiene el premio, entonces hay que pensar en qué criterios se basó la decisión”. El exjugador alemán es el director de la Eurocopa de fútbol de 2024 que organizará su país.

Pero son más los que aplauden este Mundial en vísperas. David Beckham, la exestrella del Manchester United y el Real Madrid, caballero de la Orden Británica y figura mundial del business, firmó un contrato para ser embajador de Qatar durante un lapso de diez años, por el que devengará una suma con muchos ceros a la derecha.

El Spice Boy está ansioso de que comience el torneo para ligar a su Inglaterra —la cuna del fútbol, campeona de la Copa de 1966 que nunca más ha olido una final— y aupar a la vigorosa selección anfitriona, entrenada por el español Félix Sánchez Bas, quien reemplazó hace cinco años al uruguayo Jorge Daniel Fossati.

“La cercanía de los estadios será ventajosa para todas las selecciones”, dijo Beckham, y recordó que en los mundiales en los que compitió tardaba dos o tres días en recuperarse de los partidos y los viajes.

Exfutbolistas como el brasileño Cafu, el único en disputar tres finales mundialistas consecutivas; el holandés Ronal de Boer, el británico Gary Cahill y los exjugadores del Barcelona Xavi Hernández y Samuel Eto’o se sumaron al patrocinio de Qatar 2022.

Apuesta mundial

El gran jugador de Qatar 2022 es la familia Al Thani, que ha gobernado este país desde su fundación en 1850.

Si hay una sospecha razonable o aventurada de venta del Mundial, aquí, en este territorio de 11.000 y tantos kilómetros cuadrados, como la superficie del oriental estado Sucre de Venezuela, estarían asentados, y muy bien asentados, los presumibles compradores.

Su emir actual Tamim Al Thani es la octava generación en el poder. El Mundial es su apuesta más alta: la entrada en la escena mundial, tras consolidarse como un líder regional, primero, y un inversor global masivo en lo que va de siglo.

Qatar ha colocado tan solo en el Reino Unido más de 50.000 millones de dólares de acuerdo con una nota de la BBC de Londres. Para adquirir, entre otras  propiedades y negocios, la tienda por departamentos Harrods; The Shard, el rascacielos más alto de Europa; la Villa Olímpica de 2012.

También el 8% de la Bolsa de Valores de Londres, una participación similar en Barclays, 25% de la cadena de supermercados Sainsbury’s y echar una mirada a los yacimientos de gas natural de Gales.

Un Protectorado británico hasta hace nada —el país obtuvo su independencia en 1971—, famoso por la recolección de perlas y la pesca hasta bien entrado el siglo XX, Qatar cambió su suerte con el descubrimiento de los yacimientos de petróleo y gas, que comenzó a exportar a mediados del siglo pasado.

A la sombra de Arabia Saudita, productor gigante de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el pequeño emirato dejó atrás su política aislacionista en 1995 cuando Hamad bin Khalifa Al Thani depuso a su padre, de visita en Suiza, con un golpe no violento.

El hijo del emir instalado en el poder resultó un jugador agresivo que en menos de 20 años convirtió a Qatar en el principal exportador de gas licuado, desde el yacimiento de South Pars-North Dome, el más grande del mundo, que comparte con Irán.

El país experimentó una acelerada transformación, incrementó su población con la llegada de contingentes de trabajadores provenientes de Asia y el norte de África y puso en ejecución una estrategia que durará varias décadas hasta convertirse en una economía sustentable, diversificada y avanzada.

A diferencia de su padre, Hamad bin Khalifa se distanció de los sauditas, fundó Al Jazeera y desplegó su influencia en el mundo árabe, lo que fue visto con recelo por sus vecinos y más cuando permitió que se reagruparon en Doha, la capital, los Hermanos Musulmanes, declarado como grupo terrorista por Arabia Saudita, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos.

Para evitar un conflicto mayúsculo en una zona harta de conflictos, con las obras del Mundial a medio camino, Qatar dio marcha atrás y reubicó a los Hermanos en Turquía y disolvió la tensión con sus vecinos. Para ese momento, Hamad bin Khalifa ya había abdicado en favor del cuarto de sus 24 hijos, Tamim Al Thani, y se acomodó como el poder en la sombra.

Un poder que encontró en el fútbol el vehículo para su proyección internacional, desde que en 2005 creó Qatar Investment Authority (QIA) que en 2011 adquirió 70% del Paris Saint Germain y el 30% restante al año siguiente. En el bolsillo ya estaba el ticket para el Mundial: juegan los Al Thani.

“Nuestro juego”

En uno de los tantos y elocuentes diálogos de la miniserie Un juego de caballeros (The english game), que Netflix colocó con acierto en pantalla en abril de 2020 cuando la pandemia encerró a todo el mundo en sus casas y los campos de fútbol eran pasto de la desolación, uno de los jugadores de Old Etonians, a la sazón presidente de la Football Asocciation (la FA inglesa, creada en 1863) interpela con palabras premonitorias al capitán y jugador estrella del equipo: “No puedes ver lo que están haciendo con nuestro juego?…se está quedando sin honor”.

La producción ambientada en la década de los ochenta del siglo XIX refleja el imparable crecimiento del fútbol que cada vez va siendo más practicado por trabajadores de las fábricas y gente del pueblo y dejaba de ser, por tanto, una pertenencia exclusiva de las élites educadas en Etton, Cambridge, Oxford University o Charterhouse School, que veían amenazado el control del juego: “Nuestro juego”.

Elegantes y apuestos caballeros londinenses que durante el día dirigen empresas y bancos, luego practican en campos inmaculados y en la noche se citan para cenar antes de un partido crucial en mesas bien servidas y mejor regadas por vinos y espumantes. Y, entre risas y bocanadas de puros, cuestionan a esos irreverentes que salen de las fábricas del norte y se pelean en el terreno y en las gradas e incluso reciben pagos por jugar. “Este es un juego de caballeros”, y levantan y chocan las copas.

Poco tiempo después la FA tuvo que aceptar el profesionalismo en sus filas, un par de décadas más tarde se creó la FIFA, el fútbol entró en el programa de los Juegos Olímpicos, se crearon las competencias continentales —la primera de todas la hoy Copa América, en 1916—, y hace casi un siglo el Mundial de fútbol, cuya primera sede correspondió a Uruguay.

Convertido en el más universal espectáculo de la humanidad, persiste, sin embargo, la pregunta del debate entre los Old Etonians del siglo XIX aunque sobre la base de otras argumentaciones: ¿qué están haciendo con este juego que, como recuerda Santiago Segurola, nació irreverente y se esparció por el mundo con muy pocas y precisas reglas que guiaban tanto un juego en la “catedral” de Wembley como una partida callejera en un barrio latinoamericano?

¿Sobrevivirá este deporte a los designios de los burócratas que lo encapsulan y lo vigilan milímetro a milímetro? ¿Se rebelarán los jugadores a ser un simple piñón del engranaje industrial, cumplidores eficientes de una tarea que se mide en kilómetros recorridos, espacios ocupados y litros de sudor? ¿Siempre ganará el poderoso? ¿Recuperará su aire artesanal este deporte, volverá la fantasía? ¿Los hinchas serán solo televidentes? ¿Igual que la posverdad, se impondrá el posfútbol?

Publicado originalmente en la revista tunel.com.uy


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