Fue grande entre los grandes, pero jamás imaginó que dos palabras lo marcarían para siempre: «No más». Fueron esas dos sílabas, pronunciadas en un ring de Nueva Orleans y ante Sugar Ray Leonard, las que empañaron la carrera de Roberto Durán Samaniego, el hombre que se abrió camino desde la extrema pobreza gracias a la fuerza de sus puños y logró posicionarse en el selecto grupo de los diez mejores boxeadores de toda la historia.

Durán nació el 16 de junio de 1951 en El Chorrillo, uno de los barrios más pobres de la capital de su país, Panamá. Fue el segundo de los nueve hijos que tuvo doña Clara y a su padre, un marinero mexicano llamado Margarito, lo conoció recién a los 18 años de edad.

Su infancia en aquel barrio de mala muerte fue dura, muy dura. Se crió en las calles, odiando a todos, peleando con todos. “Tuve hambre toda mi infancia. A veces comíamos y a veces no comíamos”, contó una vez, en un documental de ESPN.

Fue primero maratonista, después nadador y por último, arrastrado por su hermano mayor, se convirtió en boxeador.

“La primera pelea amateur la perdí, pero gané tres dólares. Uno y medio para mi manager, uno para mi madre y medio para mí. Tenía 15 años, pero ahí me di cuenta de que sería millonario”, recordó Durán, también llamado “el Cholo” y “el Canalero”, pero conocido mundialmente como “Manos de Piedra” (como el mismo explica, para que no le bajen el precio, “Mano” es una, manos son dos, yo tengo las dos duras, por eso es en plural”).

Su primer gran triunfo llegó el 23 de febrero de 1968 contra el chiricano Carlos Mendoza, a quien venció en cuatro asaltos. Pesaba entonces 118 libras (53,52 kilos), por lo que era categoría gallo, una de las tantas por las que pasaría a lo largo de su prolífica carrera en el pugilato.

Poseía una gran pegada, un coraje a toda prueba y una mirada intimidante. Otra característica que tenía era su excelente defensa, ya que, para ser un boxeador del estilo fajador, tenía buenos desplazamientos, excelentes reflejos y gran rapidez de manos.

El mítico boxeador, incluso contó que entre una de sus anécdotas más destacadas la vez en que empezaba a salir con su esposa, Felicidad, y en una sala de baile una persona le ofreció pagarle 200 dólares si podía noquear a un caballo. Durán rememoró que aceptó la apuesta pero solo para tumbar al caballo y no para noquearlo, y que lo logró siguiendo el consejo del hombre que le recomendó que le pegara detrás de la oreja al animal.

El 26 de junio de 1972, en Nueva York, se proclamó campeón mundial de los pesos ligeros, (135 libras; 61,23 kilos) al derrotar por nocaut técnico en el decimotercer asalto al campeón mundial dela Asociación Mundial de Boxeo, el estilista escocés Ken Buchanan.

Durán contó en una entrevista televisiva, también de ESPN, que antes de esa pelea, mientras se comía un pan con mantequilla, el escocés dijo que él era muy lento. “Yo me eché a reír y dije para mí: este no sabe lo que le espera”. El día de la pelea tuvo el doble de velocidad que su rival.

Realizó 12 defensas de ese título y llegó a ser considerado el mejor peso ligero de la historia.


En busca de Sugar Ray. En 1979 Durán abdica a sus títulos ligeros (“nadie me quería pelear”, diría después) y en vez de hacer carrera en la división inmediata que era la superligera o 140 libras(63,50 kilos), opta por subir directamente a los welters o 147 libras (66,67). ¿Para qué? Para ir por su presa mayor: el carismático y oro olímpico en Montreal 1976, Sugar Ray Leonard, que ostentaba el título de campeón Welter del Consejo Mundial de Boxeo.

“Yo le dije a Don King, consígueme una pelea con el negrito ese. Yo lo voy a noquear”, recordó Durán.

Leonard había llegado a ocupar el sitial de estrella del boxeo mundial, vacante desde el retiro del gran Muhammad Ali. Por eso, si bien llegaba con una sola derrota entre 72 peleas, el reto de Manos de Piedra era tremendo, rayando lo imposible. Nadie, salvo él y su manager, Ray Arcel, creían que podía ganar. El 20 de junio de 1980, en Montreal y ante 46.000 espectadores, Durán no era precisamente el favorito. Pero ganó por decisión unánime en la que se conoció como la “Batalla de Montreal” y fue considerada la mejor pelea de los últimos 40 años.

Con esa victoria, Durán agregó un millón 500 mil dólares a los varios millones que ya tenía embolsados desde que se había consagrado campeón de los ligeros en 1972.

Había derrotado al niño mimado del boxeo mundial, reinaba sobre el cuadrilátero y se abría ante él un futuro de gloria inimaginable. Era héroe nacional en su país y aspirante legítimo a convertirse en el mejor boxeador libra por libra de todos los tiempos. Lo tenía todo; pero, siempre hay un “pincelazo”.

El “pincelazo” de Manos de Piedra tuvo un día exacto en el calendario: el 25 de noviembre de 1980. Cinco meses después de su momento de gloria, tiempo que, según él mismo reconoce, se la había pasado de parranda en parranda en Nueva York, gastando millones, bebiendo y, lo peor de todo, engordando. De repente lo llama su representante para decirle que estaba arreglada la revancha con Leonard.

Como él mismo confesó después, tuvo que hacer sacrificios increíbles para acusar el peso reglamentario en la balanza. Aún así, su condición no era la mejor. Leonard llegó impecable a ese combate en el superdomo de Nueva Orleans (aunque Durán contó tiempo después que lo vio mal, debido a que también había tenido que bajar de peso, y se lamentó de no poder estar él bien para “fajarlo bien fajado”).

Esa noche, Durán nunca pudo alcanzar a un oponente que no paraba de moverse, hasta que ya para el round siete, Leonard empezó a burlarse de él (por ejemplo, agitando uno de sus brazos y golpeándolo con el otro). Casi al final del octavo round, Manos de Piedra tomó la decisión que lo marcaría de por vida: dio la espalda a su rival, levantó un brazo y pronunció dos palabras increíbles: «No más». Nadie lo podía creer. El panameño abandonaba así la pelea.

Hablan los expertos. Consultado sobre esta actitud del panameño, Ernesto Cherquis Bialo, hombre experto del boxeo y que cubrió durante años ese deporte para El Gráfico bajo el pseudónimo de Robinson, ofreció a este diario su propia explicación.”Durán hizo eso para no verse humillado con un nocaut, que lo llevaría a perder el control total del cuerpo y haría que todo el mundo viera al gran Manos de Piedra en la lona. Pero no midió las terribles consecuencias que tendría esa decisión, por la que quedó muy marcado y fue repudiado por la gente del boxeo y sus propios compatriotas”, opinó Cherquis Bialo.

Otro entendido del tema, el periodista especializado en boxeo Osvaldo Príncipi, aporta también su visión. “Aquel fracaso se debió a que el cuerpo de Durán no aguantó la pérdida de tantos kilos para llegar a una revancha para la cual no estaba preparado. La mala manera de perder kilos fue letal, el físico no tuvo respuestas y él no quiso inmolarse en un papelón ante un Leonard que esa noche estaba brillante”, señaló el experto.

Luego de ese paso en falso, Durán deambuló un tiempo en las sombras y acarició el abismo. Se peleaba en la calle con la gente que lo trataba de cobarde y, sobre todo, con sus propios fantasmas, hasta que regresó a los cuadriláteros para reflotar su leyenda y adueñarse de otros títulos.

El gran Manos de Piedra volvió a saborear la gloria, pero nunca pudo quitarse de encima esas dos palabras que le cambiaron la vida y que él niega hasta el cansancio haber pronunciado: «No más».


119 peleas realizó el panameño, de las cuales ganó 103 y perdió 16, con 70 nocauts


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