La final se jugó a estadio lleno, con bleachers rebosantes. En la gráfica, el Más Valioso Yordanys Linares / Foto Prensa Cardenales

La final del beisbol profesional fue una fiesta. ¿Qué cambió para que los estadios semivacíos de la ronda eliminatoria se llenaran de esa manera?

El séptimo juego de la serie decisiva entre Cardenales y Caribes se disputó frente a 17.791 personas que pagaron entradas, llenando, así, todos los espacios disponibles en el estadio Antonio Herrera Gutiérrez.

Tan colorido escenario enmarcó un espectáculo emocionante, intenso, que los pájaros rojos dominaron casi in extremis ante una tribu que, fiel a su carácter, nunca se rindió, que estuvo apenas a cinco outs de quedarse con la corona.

Pero no fue solo ese día. En los cuatro encuentros disputados en Barquisimeto se vendieron 64.853 boletos, a una media superior de 16.200 boletos por jornada, en un parque cuya capacidad real hoy asciende solamente a 18.000 (la instalación de sillas más anchas, el cambio de bancos o gradas por sillas ha reducido el aforo de nuestros estadios en las últimas décadas, aunque en algunos sitios se sigue tomando como válida la cifra original en tiempos de su construcción).

El salto había ocurrido antes de la final y sucedió el 13 de enero, cuando la gerencia cardenalera decidió rebajar drásticamente el precio de las gradas, que habían estado desoladas durante el resto del torneo. Aquella noche se disputó el segundo duelo de cada semifinal.

Lo mismo sucedió luego en Maracaibo. Siguiendo el ejemplo larense, las Águilas anunciaron a sus aficionados que todo aquel que quisiera ver el juego gratis podía hacerlo en los bleachers. Fue así como 36.815 aficionados cruzaron los torniquetes en tres días, para una media de casi 12.300 por choque.

El Chico Carrasquel de Puerto La Cruz tiene menos capacidad, pero la respuesta también fue semejante. En total vendieron 20.767 tickets en tres fechas, con un tope de 7.460 el 22 de enero y sin contar el sector donde hubo puerta franca en las gradas. De hecho, el parque estaba casi lleno en el outfield para el cuarto y el quinto choques de la serie decisiva, aunque en Anzoátegui no contabilizaron las entradas gratuitas, solo las vendidas.

El contraste es evidente. John Carrillo, uno de los analistas más detallistas en nuestro beisbol, suele compartir sus recopilaciones y estudios, incluyendo ese relacionado con la respuesta del público. La merma en el último lustro ha sido constante. En la 2019-2020 simplemente continuó con respecto a la curva descendente que traía la LVBP, aunque comparar con la justa 2014-2015, por ejemplo, puede causar asombro.

Caracas pasó de 13.732 boletos por juego hace cinco años a 3.825 ahora. Magallanes fue de 11.120 a 4.688. Zulia, de 9.840 a 3.863. La Guaira, de 9.701 a 2.914 (lo que es doblemente llamativo por quedar únicamente por arriba de los Bravos en esta oportunidad). Lara pasó en ese quinquenio de 9.216 a 4.317; Aragua, de 7.701 a 4.064; Anzoátegui, de 6.369 a 3.111 y Margarita, de 4.230 a 1.858.

Reiteremos: el descenso ha sido gradual, aunque con un salto un poco más brusco esta vez. Sin embargo, las cifras de la justa 2019-2020 no incluyen la asistencia en los playoffs, que harán crecer un poco las cantidades definitivas, mientras que las correspondientes a la 2014-2015 sí las abarcan.

De pronto, no obstante, hubo un repentino ascenso en la colocación de los tickets. Era de esperarse que aumentara un poco la presencia de la gente en los parques porque empezaban los encuentros más atractivos del calendario. Pero en la primera ronda de playoff el cambio fue discreto y el enorme Estadio Universitario siguió desolado. De allí que resultó notable pasar a mediados de enero de estadios a medio llenar a estadios repletos.

Pudiera achacarse eso al levantamiento de veto de la MLB. No obstante, fueron pocos los grandeligas y ligamenoristas que pudieron sumarse, debido a la fecha. Apenas rondaron la veintena.

El punto que marcó un antes y un después estuvo en la decisión de los clubes de permitir a su fanaticada de menos recursos pagar muy poco o nada por el derecho de entrar a las gradas. Fue allí cuando los escenarios se llenaron de colorido y el griterío fue ensordecedor.

La gente respondió al envite. En noviembre las voces agoreras prometían fracaso. En enero terminamos de nuevo con una fiesta popular en los diamantes. Y en el medio, posiblemente la verdadera razón de ambas cosas: en un país sometido a tantas injusticias, arrasado por la crueldad y las malas políticas económicas, con millones de venezolanos imposibilitados de darse un gusto en la playa, el cine o incluso en la casa, porque para algunos un gusto podría implicar dejar de comer, miles cruzaron los torniquetes cuando los equipos se alinearon con esa situación y plantearon una medida solidaria.

El estado calamitoso del transporte público en nuestra golpeada Venezuela y la delincuencia desatada también tienen que ser factores. O la emigración, claro. Pero la clave para pasar súbitamente de parques semivacíos a parques llenos estuvo en esa pequeña diferencia que precipitó un salto: el común de las personas quería ir al estadio a disfrutar en vivo su beisbol.

@IgnacioSerrano

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