Félix Hernández preparó sin dramatismo su último juego con los Marineros. Durante semanas, meses incluso, la prensa y los aficionados hablaron del día que iba marcar su despedida, anticipándose a lo que cada vez era más obvio: Seattle no le extenderá el contrato.

El declive de los años recientes, especialmente en el trienio iniciado en 2017, allanó el camino de la separación. Y los catastróficos números de 2019, matizados por las lesiones, no dieron cabida a esperar un acuerdo de un año, una solución de continuidad que alargara por 12 meses lo que alguna vez fuera un cuento de hadas y ya no es.

Llegó a las Grandes Ligas a los 19 años de nacido. Suma 15 torneos. Si hubiera subido desde las Ligas Menores como la mayoría de los pitchers, habría llegado a esa cantidad de campañas a los 36 años de edad o más, como le pasó a su compatriota Freddy García. Ser un adolescente al momento del salto le permitió escribir parte de su leyenda. También le permitió sobrepasar los 2.700 innings después de haber soplado apenas 33 velitas en el pastel. Todo eso hace que se vea con más sorpresa este tanque de gasolina aparentemente vacío, siendo tan joven. Si es que en verdad se le acabó el combustible. Eso todavía está por verse.

Ningún venezolano ha sumado tantas entradas en las Mayores. Aventaja por casi 500 a García, tiene más de 700 sobre Johan Santana, casi 800 más que Carlos Zambrano. Calculen que una zafra promedio significa poco más de 150 episodios y verán la carga de trabajo adicional que ha tenido frente a todos sus compatriotas.

Francisco Rodríguez es el único pitcher criollo con más campeonatos en la MLB. Si el Rey Félix consigue dónde lanzar en 2020, igualará sus 16 justas. Pero la diferencia está en que el Kid no llegó al millar de episodios. El antiguo ganador del premio Cy Young está cerca de los 3.000.

Todo eso propició la drástica reducción de su velocidad. Brooks Baseball nos muestra que pasó de tener una recta de 98,6 millas por hora, en promedio, a otra de 90,4 millas por hora, actualmente. Son dos mundos completamente distintos. Pasó de ser un pitcher de poder, con una combinación de recta y sinker que podía burlarse de cualquiera, a tirar una lisa mucho más franca, que se mueve menos, porque es más lenta, y que ya no sirve para salir del problema con tres pedradas. Porque ya no son piedras.

El cuerpo técnico y la gerencia de los Marineros anticiparon esto entre 2016 y 2017, cuando todavía era un serpentinero efectivo, aunque ya no el as de antes. Él tardó demasiado en aceptarlo. Su manager, Scott Servais, llegó incluso a decirle en el último Spring Training que no lanzara más la recta. Que trabajara las esquinas, cambiara las velocidades, usara sus quebrados. Fue ya entrado 2019 cuando por fin dio el brazo a torcer y comenzó a declarar a la prensa que el nuevo plan de vuelo sí era necesario.

Hay que entender por qué fue tan lento su proceso. No es fácil ser un boxeador de puños implacables y repentinamente encontrar que desapareció el golpe de KO, que toca reinventarse y pasar a ser un púgil defensivo, un bailarín, alguien que rehúya el combate directo. Quien realmente se ponga en la piel del nativo de Valencia tiene que comprender de algún modo porqué se resistió de tal forma. Tuvo tanto talento, que le resultaba fácil salir de las emboscadas. ¿Por qué hoy le cuesta tanto seguir fusilando contrarios, tan repentinamente? ¿Por qué de golpe perdió el veneno?

La edad y el exceso de innings, ya lo sabemos. Todo atleta sufre esta evolución. Todo gran deportista llega al momento del adiós ante esa afición que tanto le admiró, la que deseaba “Happy Felix Day”, feliz Día de Félix, cada vez que le tocaba abrir.

Pero hay monticulistas que logran escribir un epílogo largo, feliz y lleno de frutos, luego de esa fecha en la que les tocaba poner el punto final a sus historias. Warren Spahn se reinventó y entró a Cooperstown como un artista del control. Luis Tiant dejó de ser ponchador, pero después de eso brilló en Boston. El mismo García aprendió a vivir sin esa fortaleza en el hombro que le llevó a ganar el juego decisivo de una Serie Mundial.  Y así, abundan los ejemplos.

Hernández tiene un repertorio enorme. Además de las dos rectas, tira slider, cambio, curva y cutter. Pero para sobrevivir a 90 millas por hora o menos se necesita ser un cirujano. Porque no solamente la rápida ya no es tan rápida, lo peor es que la brecha entre esa y algunos de sus envíos clave se ha reducido peligrosamente, lo que reduce también su capacidad de engaño.

Seattle no logró transformarlo. Tal vez no supieron cómo hacerlo, tal vez fue porque él no quería dejarse convencer. Quizás un nuevo coach de pitcheo sea la solución, aunque le va a ser complicado conseguir un trabajo garantizado para 2020. Carlos González no pudo adaptarse a los tiempos duros y terminó sin contrato este año, a la espera de otro equipo —que no llegó— y otra oportunidad —que quizás aparezca antes del próximo Spring Training, ya veremos—.

Los Marineros no le deben nada. Ganó más de 217 millones de dólares en estas 15 temporadas, de acuerdo con la base de datos de Baseball Reference. Jamás tuvo la oportunidad de declararse agente libre y ver qué le ofrecía el mercado, aunque la imaginación popular le atribuye cosas que le resultaban imposibles: por ejemplo, elegir otra novena, como si hubiera podido hacerlo. Como sea, la cifra global que recibió es, por mucho, la mayor que ha cobrado cualquier pitcher venezolano en la historia.

Él tampoco le debe nada a su equipo. Se va como el mejor lanzador de todos los tiempos en la franquicia. Retribuyó con creces lo que recibió.

Tal vez este sea el inicio de un final lleno de nostalgia, irremediable. Pero si Bartolo Colón pudo convertirse en un artista, para lanzar hasta los 45 años de edad, y si Jamie Moyer fue capaz de hacerlo hasta los 49, a pesar de tener una recta que por poco superaba las 80 millas por hora, Hernández debería poder reinventarse también.

Si lo consigue, veremos ese epílogo feliz que tanto añoramos: los 3.000 ponches, los 200 triunfos, los 3.000 innings, un caso firme para el Salón de la Fama y una despedida en la que sea él quien diga adiós en sus propios términos.

Ojalá pueda.

@IgnacioSerrano

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