El beisbol venezolano plantó cara en Puerto Rico

Solamente una victoria última, un juego más. Fue eso lo único que le quitó al beisbol venezolano un cierre idílico a una temporada por la que casi nadie apostaba apenas seis meses atrás.

El veto que en agosto impuso la MLB a la pelota criolla fue un mal augurio que probó tener severas consecuencias. Decenas de jugadores con contratos en las Ligas Menores y la gran carpa tuvieron que abstenerse de jugar en su propio país, y lo mismo sucedió con otros con residencia o nacionalidad estadounidenses, por temor a posibles sanciones.

La medida afectó también a coaches, managers, scouts, umpires y ejecutivos. Repentinamente, quedaban devastados los equipos, desde la cueva hasta la oficina. Hubo que improvisar. Buscar talentos olvidados en Europa, Centro y Suramérica. Montar una competencia que criticaban desde las redes sociales y en la que incluso algunos en el negocio no creían ni querían.

La brutal crisis económica puso su parte. Puestos a escoger entre comer o entretenerse, muchos optaron por ver los juegos por televisión. Entre la híper inflación, la falta de transporte colectivo —especialmente en horario nocturno—, la inseguridad y la emigración, se vaciaron los estadios.

Tampoco ayudó que el pitcheo del Caracas fuera uno de los más flojos del campeonato y que la defensa de Magallanes fuera una calamidad en la primera parte. La mitad de la afición nacional, reunida alrededor de esos dos equipos, concluyó rápidamente que el espectáculo dejaba mucho que desear.

Todo esto ocurrió en paralelo a una decisión histórica. Por primera vez desde 1946, la LVBP renunció al patrocinio de empresas y entes oficiales. Si en la MLB ponían ese reparo, si el gobierno de Estados Unidos podía pronunciarse, la solución pasaba por financiarse exclusivamente con sponsors privados, aunque en plena crisis eso implicara menos posibilidades y capacidades.

¿Quién podía predecir lo que finalmente pasaría?

El Departamento de Tesoro estadounidense se pronunció. Dio su bendición a la liga, como tal, y a seis de sus integrantes, esos que no tienen presencia en sus directivas de las gobernaciones de sus estados. Quedó abierta la puerta para que los otros dos clubes cambien sus estatutos y obtengan también el visto bueno.

Regresaron los grandeligas y los ligamenoristas, aunque ya tan tarde que fueron pocos. Y la emoción creció con los playoffs. Hubo espectáculo. Ya lo había habido con varios equipos, en particular con las Águilas, Cardenales, Tiburones y Caribes. Los Navegantes enderezaron, gracias a buenos movimientos y ya casi no volvieron a sumar errores con los guantes. Los playoffs fueron parejos, mayormente. Surgieron figuras que habían sido antes postergadas, como Ángel Reyes, Ángelo Palumbo u Osman Marval.

Al final, se llenaron los estadios en Maracaibo, Barquisimeto y Puerto La Cruz. El público respondió cuando las escuadras de esas ciudades decidieron hacer promociones para permitir acceso muy barato o incluso gratuito en las gradas. La gente quería ver su pelota, pero no podía. La serie decisiva entre la tribu y los pájaros rojos terminó con un Antonio Herrera Gutiérrez repleto.

Y entonces vino la Serie del Caribe. La imposibilidad de tramitar la visa de Estados Unidos en Venezuela hizo que se quedaran en el país una mayoría de integrantes de los crepusculares. Hubo que reunir a 15 refuerzos, más de la mitad del roster, y lo que resultó fue una muy representativa selección de la zafra 2019-2020. Humilde y guerrera.

Ese elenco estuvo a una victoria de llevárselo todo. Cardenales ganó cinco de siete duelos en Puerto Rico y mantuvo una clara esperanza campeonil hasta el octavo inning del juego final, este viernes, ante los Toros de la República Dominicana.

Esta Serie del Caribe fue el colofón ideal para tanto empeño de nuestra pelota profesional. No importa el tropiezo último. El beisbol venezolano ganó, porque hace apenas seis meses nadie apostaba por él y hoy termina con nota alta una zafra más, la más difícil que ha afrontado el pasatiempo nacional.

@IgnacioSerrano

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