Entre neandertales y sapiens hubo sexo, pero poco amor
Foto: David Mark en Pixabay

La relación entre los neandertales y los primeros sapiens despierta apasionantes debates. Un enfrentamiento entre ambas especies, una “guerra” de 100.000 años, el tiempo que duró la convivencia en el planeta, con una victoria para los nuestros, ha sido la interpretación más aceptada durante mucho tiempo. Hoy sabemos que además de la posible hostilidad de los sapiens, hubo otros enemigos en la contienda.

La derrota de los neandertales, la extinción de la última especie “hermana”, pudo deberse a cambios climáticos, quizá a su propia condición anatómica, incluso a los efectos de una epidemia que les diezmara. Los nuevos registros arqueológicos y los avances en la comprensión de nuestro genoma han transformado por completo el modo en que ahora podemos contar nuestra historia junto a los neandertales.

Europa central: el territorio compartido por ambas especies

La densidad de población en Eurasia, a lo largo del Pleistoceno superior, hace unos 129.000 años, debió ser muy pequeña. No es una mera cifra, sino que atiende a las posibilidades de encuentro que pudieron darse en el pasado entre ambas comunidades. Ellos y nosotros éramos muy pocos.

Carecemos de datos fiables durante el Paleolítico medio, pero sí del inicio del Paleolítico superior (Auriñaciense), momento en que se estima en Centroeuropa una población de entre 900 y 3.800 personas. Es decir, por toda Europa central se repartían los habitantes de lo que hoy podría ser un pueblo pequeño. Si consideramos una superficie habitable superior a 10 millones de km² , la densidad de población era ínfima, cercana a 0,103 personas/100 km².

Sumemos a la escasa densidad de población que los lugares de residencia (cuevas, abrigos o cauces fluviales) se reutilizaban de manera reiterada por los mismos grupos a lo largo del tiempo. Así, las posibilidades de contacto entre ambas especies debieron ser muy escasas.


Mapa con la distribución de los principales hallazgos de neandertales tardíos, sapiens anteriores al 40.000 BP, así como yacimientos musterienses tardíos y de Paleolítico superior inicial. Las zonas sombreadas podrían corresponder a áreas de contacto entre las especies.

(Elaboración propia a partir de https://doi.org/10.1002/jqs.3350,
https://doi.org/10.1038/s41586-021-03335-3 y
https://doi.org/10.1126/sciadv.abj9496. Base Cartográfica, MDT de la NASA Earth Observation).

Hubo más encuentros de lo esperado

Entre neandertales y sapiens hubo más encuentros de los que parecían probables, y no solo hubo competencia.

Los expertos lograron secuenciar el ADN neandertal en restos humanos como los de El Sidrón (Asturias), Vindija (Croacia) o Mezmaiskaya (Rusia), y pudimos empezar a establecer comparaciones con el ADN de poblaciones modernas, así como con los primeros sapiens que llegaron a Europa.

La importancia de la secuenciación ha culminado recientemente con la concesión del Nobel de Medicina a su pionero, Svante Pääbo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania. Esta comparación confirma que la relación entre estos grupos humanos fue más frecuente de lo pensado. Igualmente, resulta contradictorio que distintas especies pudiesen tener descendencia común. Pero hoy sabemos que en nosotros hay una carga genética de entre un 1% y un 4% de ADN neandertal, aunque no todos los sapiens muestran huella de hibridación como sucede con las poblaciones africanas.

En 2018 se dio a conocer el hallazgo de los restos de una niña, hija de una mujer neandertal y un hombre denisovano, que confirmó que el mestizaje fue un proceso viable e indiscriminado.

Recientemente los restos humanos de los yacimientos
de Bacho Kiro, en Bulgaria, y Zlatý kůň, en Chequia han confirmado que los contactos se produjeron con frecuencia.

Por el momento, los encuentros debieron estar limitados a contextos geográficos y cronológicos concretos. Sabemos que, al menos, pudieron producirse en los montes Altai de Siberia hace unos 100.000 años, en Próximo Oriente cerca de los 60.000 años y ya en centro Europa alrededor de los 40.000 años, y todo ello en base a registros genéticos de sapiens y neandertales.

La “amorosa” relación entre especies debió restringirse a la integración de individuos aislados dentro de grupos ajenos. Los procesos de selección cultural en la descendencia debieron esculpir nuestra limitada carga genética neandertal.

Similares pero no iguales

Solemos olvidarnos de la importancia que tiene la cultura como diferenciadora entre los grupos humanos. Aunque no se reconocieran como especies distintas, sí debieron considerarse diferentes tal y como su cultura material lo indica.

Dos especies, dos culturas. Registro antropológico e industrial neandertal (izquierda) y sapiens (derecha). Foto: Conchi Torres y Javier Baena.
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Por ejemplo, hace unos 300.000 años, los primeros sapiens elaboraron una industria idéntica a los neandertales pero la cambiaron en poco tiempo hasta estándares muy complejos. Sin embargo, los Homo neanderthalensis la mantuvieron sin apenas cambios hasta su extinción. Igualmente, aun asumiendo que la simbología y el arte formaran parte de la riqueza cultural de los neandertales, su generalización y expresión no es en absoluto asimilable a la de los sapiens, y ello sin descartar la autoría sapiens fruto de una temprana llegada a occidente.

A lo largo de los últimos 100.000 años en los que se establecen contactos entre estas especies, la cultura de los neandertales parece sin duda la gran triunfadora. Esta industria neandertal, conocida como Musteriense, se registra en los yacimientos europeos sin apenas variación desde los 300.000 años. De hecho, la hibridación cultural que se produce en Próximo Oriente confirma el relativo triunfo de los modos de producción de utillaje de los neandertales frente a los propios de los sapiens.

¿Puede considerarse esto un dominio de una especie sobre otra? Es posible que la situación sociodemográfica condicionara una respuesta cultural en favor de los neandertales, pero la flexibilidad y plasticidad de los sapiens pudo ser la clave de esta absorción del musteriense durante el periodo en que ambas especies entraron en contacto a lo largo de unos 5.000 años.

Frente a un marcado sentimiento territorial en los neandertales, quizá los sapiens modelaron la ocupación del mismo territorio con mayor movilidad agotando paulatinamente los recursos tradicionales de sus parientes.

Una batalla ganada de antemano

Los neandertales fueron capaces de adaptarse a cambios climáticos muy duros y de explotar ambientes y recursos muy variados con una tecnología compleja.

Quizá fue su inmovilismo cultural sumado a las nuevas condiciones creadas por la esporádica y quizá temprana llegada de los sapiens a Eurasia lo que determinó su paulatina disolución en favor de éstos, capaces de llevar a cabo migraciones ágiles y adaptaciones al medio con mayor flexibilidad.

Fue una “guerra” lenta pero ganada de antemano. No es fácil saber si los últimos grupos neandertales fueron conscientes de su propia extinción, dejando sus huellas en reductos aislados.

Este conflicto entre especies derivó en sexo, pero parece que con poco amor. De otro modo el ADN neandertal estaría mucho más presente en los grupos humanos que evolucionaron en Europa.The Conversation

Javier Baena Preysler, catedrático de Prehistoria, Universidad Autónoma de Madrid y Concepción Torres Navas, Investigadora postdoctoral Prehistoria, Universidad Autónoma de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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